Vienen siendo tiempos muy oscuros para quienes aman la libertad, para quienes creen en las políticas sociales, educativas y culturales como eje fundamental para una vida mejor. El cinismo, la crueldad, la insensibilidad, el desprecio por el otro configuran un sálvese quien pueda hegemónico y piramidal que excluye de todo ámbito público y de derecho a los más débiles: a las infancias y las vejeces. Por eso, propuestas como estas oxigenan y son trincheras políticas.

¿Puede una Feria Internacional del Libro, un evento cultural de estas características que acerca e iguala, que ofrece una terreno amable, propio, colectivo, accesible y horizontal, ser un espacio de resistencia frente a la feroz represión a jubiladas y jubilados del miércoles pasado en el Congreso, los despidos masivos, la obscenidad del hambre y la indigencia, del secuestro de toneladas de comida y de los recortes en materia social? En efecto sí puede.

Con tal premisa a cuesta, este cronista se sumergió en la actividad más importante del calendario cultural de Rosario y pudo ser testigo presencial de la simbología de una sociedad repleta de contrastes y contradicciones a partir de los usos del espacio público. Pudo ser protagonista y entender cómo, en la red que tejen los movimientos y los cuerpos colectivos, los signos y significantes aparecen solos para responder y volver a preguntar.

“¿Qué puede ser la Feria del Libro en un momento tan oscuro como el que vive la Argentina?” se sigue preguntando este cronista de camino al Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. “¿Qué posibilita esta nueva edición?” Quizá este evento pueda condensar una resistencia colectiva a tanta insensibilidad e indiferencia política.

La 40º edición de la Feria Internacional del Libro de Rosario (FILRos) abrió sus puertas el jueves último en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (San Martín 1080), con un poderoso y emotivo discurso inaugural a cargo de la escritora, periodista y crítica de arte Beatriz Vignoli. El acto que contó con autoridades municipales, provinciales, de la Universidad Nacional de Rosario y de la Fundación El Libro, marcó el inicio del evento que, hasta el domingo 15, reunirá no sólo a editores y libreros sino también a protagonistas de la vida cultural de la región.

Como Beatriz Viterbo, la protagonista de Vignoli en “Es imposible pero podría mentirte” el que escribe ve signos a su paso, todo le habla con nuevos desplazamientos e incertidumbres en esta jungla urbana: una moto cruzando en rojo; una anciana cayendo en la calle tras pisar una baldosa floja; tres personas durmiendo sobre colchones sucios recientemente visitados por palomas a unos cincuenta metros del ingreso principal al predio ferial sobre la Peatonal San Martín. Son apenas siete cuadras de trayecto pero todo está ahí.

El Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, vallado en su perímetro está repleto de fuerzas de seguridad en cada ingreso, pasillos y alrededores. Sí bien su imagen en Rosario se ha transformado en parte del paisaje urbano, en este ámbito el contraste se impone simbólicamente fuerte e innecesario. La configuración armada de una suerte de frontera es temeraria y triste. Acá dentro no hay grieta, acá dentro hay pluralidad. La Feria es refugio del Pueblo.

Recorrer una feria del libro siempre habilita opciones múltiples. Del exterior al espacio para las infancias, desde las cafeterías donde continuar una conversación y los puestos de libros en la carpa de la peatonal hasta el ingreso al salón de la planta baja. Una joven está terminando de preparar su puesto con un cartel cuyo texto, desde esa perspectiva, se ignora pero se revela al girar: "La lectura es el refugio", dice invitando con un gesto a pasar al stand.

A través de una red de posibilidades la ruta cruza desde el auditorio Angélica Gorodischer en el tercer piso, donde se preparaba un homenaje a Rafael Ielpi, hacia la carpa exterior, y de allí al primer piso para detenerse en una mesa donde comparten plano la “Democracia año 40” de Carlos Del Frade, con “Molinari Baila” de Beatriz Vignoli y un libro para pianistas de Leo Genovese. “¿Qué los reúne a todos en una misma sección?”, pregunto y desde la editorial responden señalando el cartel debajo de su mostrador: “Todo libro es político”.

Ante cada paso, un nuevo diálogo, y una nueva puesta en común con quienes están de un lado y otro de los mostradores, rol que tampoco es tan fijo. En la Librería Raíces, del segundo piso del edificio, la charla vira hacia la resistencia y la importancia de estos espacios para no perder la propia agenda. Cuentan que no son muchas las personas que pueden permitirse comprar un libro en estos tiempo pero “es necesaria dar la batalla cultural. Desde el gobierno nacional nos dicen que ´no hay plata´ o que ´hay que pagar la fiesta de antes´ pero la fiesta de antes era comer o leer”, opinan. En el centro de su stand ofrecen unos preciosos tomos sobre el tema de la soberanía. “Un Atlas” confirma la librera e invita a participar este lunes de un encuentro con el autor Luciano Orellano.

La Feria del Libro de Rosario no es solamente un mercado de libros sino una gran actividad cultural con eje en la pluralidad y la diversidad, en el encuentro en tiempos de distanciamientos a veces más feroces que los pandémicos. Para Alejandro Vaccaro Presidente de la Fundación El Libro, la FILRos “es la feria de la resistencia, una manera digna y sensata de hacer frente a esta compleja situación que nos afecta”.

También la Ministra de Cultura, Susana Rueda, dejó ver su preocupación por la realidad que vive el ámbito cultural a nivel nacional y opinó que la Feria de Rosario tiene como atributo principal su carácter público: “Es ámbito de intercambio de bienes y servicios, de pensamientos y pareceres, de figuraciones y miradas, de ilusiones”.

Darle a Beatriz Vignoli el lugar que ninguna escritora rosarina tuvo antes para inaugurar la edición de la FILRos es una decisión justa y salda una deuda histórica con esta referente de las letras y, a través suyo también, en parte con muchas mujeres escritoras de la ciudad. “Me honra esta invitación, porque sitúa mi voz en un podio con eco nacional, que por primera vez será ocupado por alguien que nació y vive en Rosario”, adelantó hace algunas semanas en las páginas de este diario en la que es colaboradora casi desde sus inicios.

Vignoli comenzó su discurso con la lectura de un pasaje de la carta que Franz Kafka les escribió a su amigo Oskar Pollak en 1904 y que le permitió a la autora hablar del valor revolucionario del libro. La alusión fue sucedida de una performance de alto vuelo musicalizada con la canción “Hola Frank” de Sumo, un tema que el propio Luca Prodan contó que nació de una completa improvisación. Es que Beatriz Vignoli, como diría Popono de Los Vándalos, “es el rock and roll” de Rosario. Es el punk rock poderoso que pone el cuerpo, se arroja al centro de la pista y te hace señas para saltar con ella, para sumarte al medio del pogo más frenético. Desde el púlpito bailó, cerró un capítulo y abrió otro donde entabló una correspondencia imaginaria con el escritor checo. La carta, ahora, fue para Kafka.

“Querido Franz”, leyó en cada apertura dando lugar a uno de los más ricos usos de la correspondencia que tan bien domina la escritora en sus trabajos literarios, habilitando una serie de enmiendas lingüísticas que le permitieron repasar la historia cultural contemporánea de Rosario y el país, y condensar, con precisión y sensibilidad poética, las carencias y virtudes que vivimos en esta región no tan distinta, según la rosarina, con la del autor de “El Castillo”. “Te escribo desde una ciudad mucho más joven que tu Praga, en pocas generaciones hemos hecho casi tanto como ustedes desde la Edad Media, hemos construido civilización, no nos han aplastado ni las dictaduras, ni los explotadores que nos quieren sólo como fuerza de trabajo”.

Para retratar la construcción de sentido desde las palabras, en una ciudad donde para la escritora, no todo se incendia, se preguntó: “¿Cuánto más felices y sabios seríamos sí antes que darse un saque o destapar una lata la gente abriera un libro? Sí las librerías y las bibliotecas públicas fueran nuestro bunker y nuestra ranchada, cuántos menos policías y gendarmes tendríamos. Quienes hacemos libros y quienes enseñan a leerlos somos contrabandistas de significados, somos traficantes de historias, somos pushers de conjuros y dealers de utopías. Querido Franz, yo creo que no existe droga más pura que la literatura y la poesía. No hay cristal más azul que la palabra”.

Tejiendo una trama argumental sobre la base de la relación de signos con modos poéticos y metafóricos avanzó: “Sí los libros no nos despertaran ¿por qué los dictadores y los opresores de este mundo habrían de creer que necesitan prohibirlos o incluso destruirlos?

 

A lo largo de su presentación, Vignoli emprendió un homenaje que conmovió recordando a sus profesores y compañeros de la Escuela de Artes pero también a activistas sin nombre propio que construyen la identidad cultural de una sociedad poniendo en valor el hacer cotidiano y colectivo. “Lo dejan todo, cada día, por la alegría de compartir lo que tienen para expresar, o de aprender lo que les depare la curiosidad, o de transmitir lo que tienen para enseñar. Pero se sienten solos, querido Franz, y a veces se sienten despreciados y tristes. Pero no están solos, querido Franz, están todos acá, ahora, juntos, escuchándome leerte esta carta. Están juntos, son parte de algo inmenso, ¿lo saben?, ¿los ves?, ¿los despierto, con mi voz, de su falso y triste sueño de soledad? Son todos ellos juntos un hermoso gigante, somos nosotros, todos juntos, algo hermoso, algo inmenso que está tan vivo que los carceleros de la humanidad jamas podrán derrotarnos”.