En menos de una semana el presidente Javier Milei dijo dos frases que lo ubican dentro de la corriente clasista y combativa, pero de los ricos: “El único que puede generar riqueza en el país y en el mundo es el empresario”. Lo dijo en el marco de su visita a las oficinas de Mercado Libre. Unos días antes había dicho en la UIA: “Venimos a achicar el estado para agrandar sus bolsillos”. Siguiendo con la moda de aclarar lo obvio, sin los trabajadores ningún empresario puede generar riqueza, cómo ellos mismos se ocupan en aclarar cada vez que se declara una huelga general; y el achicamiento del estado está agrandando los bolsillos de los grandes empresarios, no de las pymes, pero está achicando el de los trabajadores y jubilados.

La gran novedad histórica que circula entre nosotros es que ha llegado a la presidencia de la Argentina un promotor entusiasta de la lucha de clases. Javier Milei concibe las sociedades en términos clasistas y gobierna en consecuencia.

Claro que no es la primera vez que un gobierno trabaja para volcar los recursos desde los sectores populares hacia los más concentrados y ricos de la sociedad. La larga era del modelo agroexportador benefició sin disimulo a los grandes productores agropecuarios. Esos gobiernos liberales, sin embargo, son los que construyeron el Estado argentino, la educación pública, las grandes obras de infraestructura, la moneda nacional, la idea de la argentinidad. Lo hicieron con pautas de patrón de estancia, con enormes desigualdades, y con violencia. Pero los políticos liberales de fines del S XIX y principios del S XX pensaban en la construcción de una Nación.

El golpe de estado de 1930 que derrocó al gobierno de Hipólito Yrigoyen se conformó con un gabinete de ministros que representaban a las grandes corporaciones económicas de la época. La década infame que transcurrió desde entonces acudió al fraude electoral desembozado con la excusa de que el pueblo no sabe votar, y por lo tanto, el fraude era patriótico porque nos engañaban para cuidarnos de nosotros mismos.

El golpe de 1955 tuvo muchísimas expresiones clasistas dispersas como las del contralmirante Arturo Rial “Sepan ustedes que esta gloriosa revolución se hizo para que, en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero”.

La sucesión de gobiernos militares y gobiernos civiles durante los casi veinte años de proscripción al peronismo fueron amigables con las elites económicas al punto tal que los ministros de economía salían de sus propias instituciones y organizaciones.

La última dictadura militar fue feroz en la represión, su gran emblema de batalla era que venían a combatir a la subversión, pero nunca hay que olvidar que la mayoría de los desaparecidos eran trabajadores. Nunca hay que olvidar que durante esa dictadura se destruyeron las leyes laborales, se eliminaron los aportes patronales para las jubilaciones, se bajaron los salarios brutalmente y se puso en funcionamiento la ley de entidades financieras que convirtió a la Argentina en una timba de especuladores.

Los gobiernos neoliberales que vinieron después, el de Carlos Menem, el de Fernando de la Rúa y el de Mauricio Macri, no dudaron en tomar medidas proempresarios que perjudicaron fuertemente a los trabajadores.

Pero lo que nunca había ocurrido es un gobierno que, además de tomar medidas clasistas, declare sin prejuicios la superioridad moral del gran empresariado. Las frases de Milei van a quedar en la historia: “Amo, soy como un topo que destruye el Estado desde adentro”. Cuando la dictadura inventó la consigna “achicar el Estado para agrandar la Nación” no se atrevió a confesar abiertamente que en realidad era para agrandar los bolsillos capitalistas.

Ya en abril, durante su discurso de cierre en el Foro Llao Llao, el Presidente definió como “héroes” a quienes fugaron dólares porque “lograron escapar de las garras del Estado”. Además, el mandatario les hizo una promesa a los empresarios: “Yo les voy a allanar el camino; en la medida en que la Argentina empiece a crecer, le voy a poner un pie encima al gasto público, tal que lo licúe en términos de PBI para empezar a devolverles la plata de los impuestos”. Y si bien esto en sí mismo puede generar asombro, es más impactante aún si se tiene en cuenta que lo dijo al mismo tiempo que estaba enviando al Congreso una ley para imponerles el impuesto a las Ganancias a los trabajadores.

Ningún gobierno se había atrevido a tanto. Ni siquiera los que jugaron enteramente a favor de los más beneficiados. Porque en aquellos casos siempre se usaba una excusa; ahora, la fractura está expuesta.

Desde hace algunos años hemos vuelto a experimentar en forma cotidiana un regreso a los discursos anticomunistas. Javier Milei y sus seguidores más fanáticos ven comunistas por todos lados. Es como una inversión paradójica de los que escribieron Carlos Marx y Federico Engels en 1848 en el Manifiesto Comunista. Ese texto empezaba diciendo “Un fantasma recorre Europa, es el fantasma del comunismo”, aquello fue una metáfora, hoy es literal, solamente es un fantasma, porque comunismo no se ve por ningún lado.

Sin embargo, anticomunistas tuvimos muchos, en eso no está la novedad de los libertarios, su radicalidad consiste en que han puesto en el centro de gravedad el interés empresarial. Ya no es la Nación la idea matriz que nos une en tanto comunidad, es el mercado, y para el que queda fuera del mercado no hay nada, ni siquiera la comida que está por vencerse en los depósitos del Ministerio de Capital Humano.

La Argentina se está reconfigurando delante de nuestras propias narices. Algo ha pasado en la sociedad para que este gobierno se comunique y actúe de esta manera. Un Presidente elegido popularmente siempre es un emergente de algo más profundo. Es un gobierno clasista, pero con apoyo popular. La idea de que lo que es bueno para el empresario alguna vez será bueno para vos se ha impuesto.

Durante los años sesenta la lucha de clases fue una visión del mundo que las clases dirigentes se ocuparon de desarmar bajo consignas republicanas y llamados a los consensos. Es muy llamativo que el regreso de la visión clasista haya venido de la mano de los más poderosos capitalistas. Uno de los cinco hombres más megamillonarios del mundo, Warren Buffet, declaró hace unos pocos años: “Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”.

Si no aceptamos las cosas tal cual como están ocurriendo, difícil que se puedan revertir.