"Hoy en día estamos invadidos por estímulos que parecieran querer atraparte en soledad. Vos, tus redes, estar aislado de todo, más allá de que parezca que te conectan, pareciera que te desconectan de los demás. Y esto también, si bien es juntarse en algún punto a ver una pantalla, es juntarse y compartir un momento. Uno se asusta y grita, todos se ríen, ¿viste? La situación del cine. Un comentario, una reacción del público. El cine invita a juntarse. La gente se cruza, charla. Siendo tan fanático del cine es una excusa que tengo para estar todo el día pensando y hablando de estas cosas. Con vos ahora, por ejemplo. Con quien sea", afirma Ramiro Baca, programador y fundador del Cineclub Turdera, un pequeño pero importante cineclub en el barrio residencial de Lomas de Zamora. Menos de tres meses pasaron de su primera función, pero el cineclub ubicado en el club de barrio ya comenzó a cambiar la vida de los vecinos del partido y alrededores, que todos los viernes religiosamente se acercan a disfrutar de una película en comunidad. 

Un cine en un club de barrio

Ramiro estudió cine pero trabaja en el área de criminalística del Poder Judicial. Dice que hace años se volvió "un tarado monotemático" que sólo podía hablar y pensar en películas. Cuando el Club Social y Deportivo Juventud Obrera armó una subcomisión de cultura, y se encargó de poner cortinas negras y algunas luces para simular una salita de teatro, Ramiro se animó a proponerles la idea de que allí funcione un cine. 

Si bien a la larga esperan ofrecer cada vez más días, la propuesta actual son los Viernes Peligrosos, en los que se proyecta un cine de lenguaje popular, abarcando géneros como el thriller y el terror, pero ofreciendo películas poco vistas u olvidadas, pero siempre intentando sorprender a su público. En ese marco, hay lugar para todo: comedias negras, películas de suspenso, cine clásico y hasta obras con un fuerte contenido político y social.

"El título es un poco mentiroso, ahora hay unas películas un poco más sociales, hay comedias de terror, no tan de género, un poco desvirtuadas. La idea es que estamos convocando a personas a ver películas que no conocen, y de las cuales no hay publicidad en la avenida 9 de julio. La gente tiene que generar una especie de confianza con el programador, no los podemos marear", afirma el flamante programador. 

La programación puede ir desde El príncipe de las tinieblas (1977), de Carpenter, pasando por Un hombre lobo americano en Londres (1981) y desembarcar en Los tallos amargos (1956), el noir argentino de Fernando Ayala. Se ve que sus principios de programación dan resultado, porque el cine tiene una capacidad de 70 butacas, y tuvieron varias funciones a sala llena. En general, el promedio de personas que va regularmente llegan 30 butacas. No es poco para un cine de barrio, hasta podría decirse que las salas de cine más tradicionales también lo considerarían un éxito. El precio es de $1000 a colaboración, y todo lo recaudado se reinvierte en el club. Además, cuentan con un bar que vende comida casera, vino y cerveza, a precios populares.

"Nosotros nos aseguramos que la sala esté oscura realmente, y que las sillas estén buenas, que tengan apoyabrazos. La idea es que supere la condición hogareña. A pesar de que nosotros queríamos que sea más algo de venir al cine y punto, la gente quiere charlar, quiere debatir. Me lo fueron pidiendo también, así que de vez en cuando lo hacemos", cuenta Ramiro. 

Pero si iba a ser un cine, que fuese un cine. No solamente un espacio para ver películas. Por eso, la proyección es la mejor posible, con un proyector con sus buenos lúmenes de Ramiro que todavía no terminó de pagar, con sillas cómodas, con todo oscuro. Como Ramiro, muchos otros cinéfilos conurbanenses tienen que conformarse con ver películas en cualquier condición, o viajar horas para ver el cine que quieren ver. "Yo estaba cansado de tener que ir a capital a ver películas. Siempre están pasando buenas películas allá, pero yo para ir a cualquiera de esas salas de culto me tengo que tomar me tengo que tomar un avión y cuatro helicópteros", afirma.

El público

Florencia es de Turdera, por lo que si no tiene plata, en sus propias palabras, va caminando. "Es que es en un club de barrio, eso lo hace como más pintoresco. El bufet tiene comida rica, barata, económica. Me puedo tomar un vino, cosa que no puedo hacer en el cine o en otro lugar, como si estuviera en mi casa viendo una película. Voy con amigos y voy sola, ambas experiencias están buenas. Me compro una copa de algo, algo rico para tomar, algo para comer y puedo ir, veo la peli y después me vuelvo, me quedo cerca", resume.

Empleada estatal, Florencia tiene una licenciatura en Artes y recuerda con cariño cuando solía ir al Festival de Mar del Plata y ver cinco películas al día. Afirma que su relación con el cine es de acompañamiento. Y que la propuesta del cineclub viene a revivir un mercado que, con su fuerza arrolladora, dejó algunos cinéfilos en el camino. "Es cine diferente, películas de culto que no veo en Netflix, que no las veo en el cine. Por ahí antes las conseguías en DVD. Antes estaba la feria de Turdera que vendía DVDs, pero ya no vende más", afirma.

Damián trata de ir al Cineclub Turdera todos los viernes, porque vive a media cuadra. Dice que el cineclub es un lugar "atípico" porque "no te tenes que meter en un shopping ni nada de eso". "Suma la entrada para el club que le da mucho al barrio. Y los títulos no los pasan en cualquier cine, o sea salis prácticamente de lo comercial. Yo no soy un fanático, pero siempre me hago un rato para alguna peli", afirma.

La programación del Cineclub Turdera es especial no solamente por el tipo de películas, sino por el concepto que las une, marcado por sus condiciones de proyección: los viernes a la noche. "Yo elegí este tipo de cine para la fecha porque es un cine popular. Por más que vos pongas una película lituana de 1970, si es de suspenso, la gente la va a poder ver. Puede tener recursos audiovisuales impresionantes o soluciones de narrativas impresionantes, pero la película está hecha para que la entendamos todos. Por eso es un cine bien popular, entonces yo estoy invitándote a ver una película de los 70, australiana, que no conoce nadie, ¿y vos por qué vas a venir? Porque es de suspenso y ya sabés que está todo bien. No hace falta ser un gran cinéfilo", afirma el programador de la sala. 

Pero no todo son clásiscos de culto, sino que también una vez por mes hay un empuje al cine argentino contemporáneo. El director de cine Miguel Bou eligió el cineclub para proyectar su película Vrutos (2023), última ganadora del BAFICI. "Yo decidí junto con mi equipo que queríamos presentar la película en lugares chicos como el cineclub, porque queremos que la vea gente que realmente le guste el cine, de forma gratuita o con entradas muy baratas, para que todos la puedan ver", afirma Bou.

Y no se equivocaban en apostar que la experiencia de ver una película en un cineclub tiene sus propias características. La comunidad es otra. Y que antes de ser relizador, productor, actor, un cinéfilo es un espectador. "Tenía muchas ganas de pasarla ahí porque Ramiro es una persona que sabe muchísimo de cine, muchísimo. Es realmente un cinéfilo. Antes de pasar mi película fui a ver otras al cineclub. Y la verdad que siempre me gustó, el lugar es muy acogedor, como un típico club de barrio. Por suerte va gran cantidad de gente. Siempre me gusta juntarme con gente de la mente del cine para charlar y comentar de las películas, uno sigue siempre aprendiendo", afirma. 

Según Ramiro, el sueño de toda su vida sería tener un cine. "Tampoco tan así, primero porque sé que no va a suceder, y segundo porque tampoco me puedo someter al circuito comercial, y la verdad que es un embole. A mí me gustaría tener un cine como para pasar las películas que a mí me parecen", afirma Ramiro. Por su relato, y por el de los demás, parecería que ya lo tiene.