Bill Gates no vio venir las teorías de la conspiración. El cofundador de Microsoft construyó una de las fortunas más inmensas que el mundo haya visto jamás gracias a su visión de futuro sobre la revolución de las computadoras personales, pero nunca predijo que tanta gente terminaría utilizando esas máquinas para tacharlo de "lagarto bebedor de bebés" que cambia de forma, pone microchips en las vacunas y planea pandemias con fines lucrativos. "Pensé que Internet, con la magia del software, nos haría a todos mucho más fácticos", se lamenta, con una sonrisa irónica bajo sus gafas de montura negra. "La idea de que nos regodeemos en la desinformación... me sorprende".
No es que se queje. "No me importa cómo me perciban", asegura este hombre de 68 años a través de una videollamada (Microsoft Teams, naturalmente) desde su oficina de Kirkland, a orillas del lago Washington, frente a Seattle. Así que incluso cuando "una mujer se acercó y me gritó que le había implantado cosas, que la estaba rastreando", se lo tomó con calma. "Mi vida es fantástica", dice. "Soy la persona viva más afortunada, en cuanto al trabajo que puedo hacer".
La desinformación en Internet preocupa a Gates no por su reputación personal, sino porque es el único problema para el que no tiene respuesta. En su nueva serie documental de cinco capítulos para Netflix, What's Next? El futuro con Bill Gates, que sube a la plataforma el 18 de septiembre, el multimillonario comparte su visión optimista de un mundo en el que la innovación científica hace retroceder el cambio climático y erradica enfermedades mortales, mientras los avances en Inteligencia Artificial nos dejan a todos libres para disfrutar de un tiempo de ocio perpetuo. Son las teorías de la conspiración las que lo tienen perplejo. "Tengo la sensación de que se lo hemos legado a las nuevas generaciones", afirma. "Tanto para que lo afronten como para que lo descubran: 'Bueno, ¿cuál es el límite entre la libertad de expresión y la incitación a la violencia, o el acoso, o simplemente la locura que hace que la gente no siga los consejos de salud?".
Gates es muy consciente de que uno de los motivos por los que los rumores grotescos y extravagantes sobre él acaparan la imaginación del público es porque, como él mismo dice en el programa, "la riqueza extrema trae consigo preguntas sobre tus motivos". En 2000 abandonó su cargo de Consejero Delegado de Microsoft para crear la Fundación Bill y Melinda Gates con su entonces esposa, con el objetivo de donar "mucho dinero para salvar muchas vidas", pero sigue siendo una de las personas más ricas del mundo (séptimo en la lista Forbes en tiempo real, con un patrimonio neto estimado de 138.000 millones de dólares).
Le pregunto directamente si puede asegurarme que los multimillonarios tienen en cuenta los intereses del resto de nosotros. Su respuesta no me tranquiliza, precisamente. "Creo firmemente en el impuesto sobre el patrimonio y en una fiscalidad más progresiva", responde. "No creo que, en general, debamos dejar que las familias cuyo bisabuelo, por suerte y habilidad, acumuló mucha riqueza, tengan el poder económico o político que eso conlleva".
No es un gran apoyo a la clase multimillonaria. ¿Está de acuerdo en que él es demasiado rico? "Si yo diseñara el sistema fiscal, sería decenas de miles de millones de dólares más pobre de lo que soy", asiente. "El sistema fiscal podría ser más progresivo sin dañar significativamente el incentivo para hacer cosas fantásticas".
En lugar de pagar voluntariamente más impuestos, Gates ha volcado su riqueza en proyectos que cree que pueden elevar el nivel de vida mundial. En uno de los episodios del nuevo programa presenta algunos de los proyectos que está financiando para intentar contener la crisis climática, como la inversión en nuevos tipos de reactores nucleares y la búsqueda de formas de fabricar cemento que no emita CO2.
Este tipo de innovaciones son esenciales porque, como explica, la mayor parte de las emisiones nocivas de carbono se deben a la generación de electricidad y a la fabricación de productos como el acero y el hormigón. Le digo a Gates que su análisis me parece un poco desalentador, simplemente porque me recuerda hasta qué punto mis esfuerzos por volar con menos frecuencia o desperdiciar menos comida palidecen al lado de los enormes cambios estructurales que deben producirse para que la sociedad alcance las emisiones netas cero.
"En primer lugar, permítanme decir que las acciones individuales sí suman", responde Gates. "Ya se trate de actos de bondad o de crear demanda de productos ecológicos, todo el que compra alimentos que se fabrican con menos CO2 ayuda a impulsar el volumen, lo que contribuye a que la innovación termine superando al material sucio. Así que, ya sean coches eléctricos o bombas de calor o combustible de aviación sostenible, yo no lo descartaría del todo".
Por eso le pregunto si simpatiza con los activistas que se sienten impulsados a bloquear carreteras o a arrojar pintura sobre obras de arte famosas para que los políticos les presten atención. "Estoy de acuerdo en que a veces las tácticas extremas son muy útiles para mantener este tema en la agenda", dice, “porque el gran, gran dolor del cambio climático está muy lejos en el futuro...”. Interrumpo: "Seguro que ya estamos sufriendo los efectos del cambio climático". Gates niega con la cabeza. "Salvo en los países de la línea ecuatorial, los efectos masivos sobre el PIB no se producirán a corto plazo, sino con el tiempo", afirma, y añade que no tiene tiempo para mentiras sobre el clima. "No hay duda de que es superimportante y de que estamos invirtiendo poco en él, pero la idea de que deberíamos desesperar, de que casi deberíamos rendirnos, tampoco ayuda a la causa".
En cuanto a los tan cacareados beneficios de la Inteligencia Artificicl, le confieso que me cuesta compartir su optimismo. Cuando describe un futuro en el que los humanos disfrutan de mucho más ocio, es fácil imaginar a los directores ejecutivos instigando despidos masivos y diciéndonos alegremente que vayamos a disfrutar de nuestro tiempo libre. La Inteligencia Artificial puede hacer que las empresas sean más eficientes, pero eso no mejora necesariamente la suerte de los que tenemos que trabajar para ganarnos la vida.
"Bueno, las semanas laborales se han acortado", dice Gates con confianza, mientras tomo nota mentalmente de que debo avisar a mi jefe de que terminaré antes. Pero él me entiende. "Admitiré que decir que a través de políticas gubernamentales tomaremos esta productividad extra y la repartiremos adecuadamente, en un momento en que la confianza en el gobierno para hacer cosas básicas es tan baja... declaraciones como esa hacen que la gente levante las cejas, pero no hay otra respuesta".
Gates sostiene que, al igual que con la mitigación del cambio climático, necesitaremos que los gobiernos frenen a las corporaciones y reestructuren la sociedad para hacer frente a los innumerables efectos de la Inteligencia Artificial. "A medida que la sociedad se vuelve más productiva, para garantizar que los beneficios se reparten entre muchos, no sólo en los países ricos, sino en todo el mundo, es necesaria la implicación de los gobiernos", afirma. "Ni la filantropía ni las personas bienintencionadas pueden hacerlo por sí solas. Así que se trata de elegir políticos que vean los beneficios de la Inteligencia Artificial y piensen en lo que eso significa para la estructura fiscal, y de contar con economistas que lo estudien de verdad. Creo que estamos empezando, y creo que tenemos de 10 a 20 años antes de que los beneficios de la productividad sean tan gigantescos que realmente haya que remodelar las políticas fiscales y de semana laboral de una manera profunda".
En opinión de Gates, la revolución de la Inteligencia Artificial que se avecina remodelará la sociedad más profundamente que ningún otro avance anterior en la historia de la humanidad. "Esta tecnología no tiene límite", afirma. "Al menos con los tractores sabíamos que tendríamos menos agricultores, pero hay muchas otras necesidades humanas. En aquella época no nos dábamos cuenta, a medida que nos enriquecíamos, de cuántos restaurantes o psiquiatras acabaríamos necesitando."
En comparación con la Inteligencia Artificial, Gates afirma que la revolución de las computadoras personales fue "en cierto modo incontrovertible". Cuando se fundó Microsoft en 1975, su idea de poner una computadora en cada casa sonaba a quimera. Ahora hay una en cada bolsillo. Gates ayudó a transformar el mundo durante ese período, pero afirma que la labor filantrópica en la que se ha centrado en los últimos 16 años ha sido "más profunda".
"Si yo no hubiera participado en la revolución de las computadoras personales, habría ocurrido", señala. "¿Hubiera ocurrido un año después o algo así? ¿Quién sabe? Pero no con mucho retraso, mientras que en lo que respecta a la malaria, la desnutrición, los anticonceptivos femeninos, por desgracia, es un comentario extraño sobre el mundo, no creo que ni siquiera una década después esas cosas hubieran necesariamente sucedido. Es difícil hacer el 'qué pasaría si', pero si analizás el mundo conmigo y sin mí, y restás las dos cosas, la filantropía es algo mucho más significativo en términos de hacer que las cosas que están orientadas a la equidad sucedan dramáticamente antes de lo que lo habrían hecho de otra manera".
A pesar de lo que todas esas macabras conspiraciones en línea quieren hacer creer sobre Gates, su impacto en la salud mundial ha sido enormemente significativo e innegablemente admirable. En 2000, 10 millones de niños menores de cinco años morían cada año. Hoy, esa cifra se ha reducido a menos de 4,6 millones de muertes anuales. El trabajo de la Fundación Gates ha reducido drásticamente el número de personas que mueren de enfermedades prevenibles como la malaria, la polio y la diarrea, aunque Gates insiste en que no lo hace por aclamación personal. "El sueño es terminar con estas enfermedades para que nadie recuerde lo que era la malaria o la polio", afirma. "Ése es el éxito definitivo".
Por muy notables que hayan sido los logros de Gates en la salud mundial, y por muy esperanzados que estemos todos en que sus inversiones puedan tener un impacto positivo similar en el cambio climático, se plantea la cuestión de qué pasará cuando se haya ido. La Fundación Gates debe disolverse 20 años después de su muerte, y le señalo que la nueva generación de multimillonarios que lo han superado en la lista Forbes, como Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, parecen bastante menos interesados en gastar sus grandes fortunas en mosquiteras contra la malaria, vacunas contra la polio o soluciones climáticas.
Gates dice que intenta promover la filantropía entre los ultrarricos, pero reconoce que no es una solución a largo plazo. "El gran trabajo todavía tiene que hacerlo el gobierno", afirma. "La filantropía no sustituye al gobierno. Asegurarse de que todo el mundo tenga educación, comida y cobijo: es el gobierno quien va a crear esa red de seguridad".
Eso es lo curioso de la visión optimista del futuro de Bill Gates: requiere quitar mucho poder de las manos de multimillonarios como Bill Gates.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
‘What’s Next? The Future with Bill Gates’ is on Netflix from 18 September