Hace tiempo atrás sostuve en este medio que la explosión social no era la clave, que la gota que rebasa el vaso es una figura insuficiente. De lo que se trata es de una nueva subjetivación política, de abrir un nuevo campo de sentido y de apuestas políticas, y no de buscar líderes ya anteriormente constituídos, sino de encontrar en los propios procesos colectivos la emergencia de los nuevos sujetos de la coyuntura.

Ahora que el panorama ya está cambiando y que surgen desde distintos lugares objeciones muy claras con respecto al plan devastador de este gobierno, ha llegado la hora de interrogarse por las nuevas condiciones del proyecto político transformador.

En primer lugar, la clásica idea de unificar en una misma persona al líder, al conductor y a quien se sitúa en la encrucijada de los conflictos sociales, en principio, no procedería y tal coincidencia no tiene porqué darse. Y, si coinciden, por las propias contingencias que surgirán de los antagonismos en curso, ya se verá cuáles son los nombres.

A su vez, ahora que los acontecimientos comienzan a indicar el estado de la situación, hay que poner fin, no a la idea de movimiento, pero sí a la idea de que en un movimiento histórico avocado a la justicia social caben todas las ideologías y todas las representaciones políticas de la historia argentina. Esa ubicuidad difusa del llamado movimiento ha servido, más que para acumular fuerzas, para borrar sus límites hasta volverse inoperante y confuso. Puedo aceptar que el movimiento nacional y popular no desee definirse como de izquierdas, pero eso solo es posible si en su praxis establece con claridad que la derecha no puede tener lugar en su seno.

En este momento que la militancia argentina ha experimentado por fín qué es una ultraderecha en el gobierno bajo un simulacro democrático, debe organizar un mundo compartido, de buen talante, con gran espíritu de trabajo y clara decisión en el conflicto.

Los que gobiernan actualmente en Argentina son representantes directos de la reproducción del capital y los garantes de que el país cada vez más esté distribuido y degradado en áreas que concentran vidas atravesadas por el dolor de la pobreza.

Las oligarquías argentinas disponen de una gran tradición en esta práctica sádica. Cuando las vidas son reducidas al nivel de su pura necesidad y son despojadas del deseo y del arte de la experiencia, las tareas de la militancia política se encuentran con el desafío mayor: mostrar que en una vida, por más rota que esté, siempre puede reaparecer el inolvidable deseo de justicia.

Los nuevos actores en la transformación política argentina deben ser artistas de la articulación política. Para ello, no se ha de buscar la inclusión de lo ya hecho antes, sino que se trata de escuchar en las calles aquello que anhela lo nuevo.