Tu solemne acto de colación como prócer de la Cultura rosarina fue como vos esperabas. Es más, fue como siempre fuiste, como sos y seguirás siendo en tu voz baja de tinta indeleble: sin estridencias, sensible, inteligente y esencial.

La celebración de tu vida vivida -como dijera el vate máximo que surfeó la oscuridad con argucia- estuvo ambientada en miércoles y fue el día más gris de los últimos años. Este suceso parece haberle permitido a muchos dimensionar por fin tu estatura real.

La ingambeteable ceremonia fue sencilla como tus chombas, como tu amistad desinteresada, y disparó abrazos hondos circundantes que destilaron una inevitable orfandad: sabemos que con vos se nos va parte de un mundo que también va dejando de ser, como nosotros mismos.

En tu despedida formal hubo una lógica suelta indiscriminada de anécdotas, tantas como fotos tuyas en redes sociales y apuradas reseñas biográficas en medios internáuticos (“a los 85 años, murió el escritor y gestor cultural Rafael Ielpi”), inusitada y merecida antología de muestras de afecto. Acaso era hora de que la ciudad se acordara un poco de vos por todo lo que siempre te ocupaste vos de sus recuerdos.

 

En consecuencia, se dijo mucho, y con justicia, que tu partida, Negro, dejó a Rosario sin uno de sus más genuinos y máximos exponentes culturales. Sólo resta agregar que poco a poco también el Palacio Fuentes se va dando cuenta que le falta un gran vecino y que a El Cairo lo empieza a agobiar tu ausencia precipitada y permanente: a su bullicio habitual le faltás vos ahí, sentado a una mesa silente del flanco sur, cerca del ventanal de calle Santa Fe, donde una lágrima en jarrita te sigue esperando en vano.