¿Cómo se cuenta una vida? No hay un guion que establezca cómo hacerlo, pero tal vez sea necesaria una dosis de poesía, la textura de una melodía que se arma y desarma según pasan los años. La reconstrucción de un tiempo del mundo es una tarea obstinada de la literatura. A la manera del escritor noruego Karl Ove Knausgard, Santiago Craig narra la infancia, la adolescencia, la juventud, la vejez y muerte de una mujer de la clase media argentina como si fuera una existencia extraordinaria. En Vida en Marta (Tusquets) lo insignificante puede ser trascendente y lo excepcional resultar algo de lo más ordinario. “No te arrepientas de nada, no quieras arreglar, nunca hay cómo. Lo que hay es lo que somos. Y falta, claro. Siempre. Y ese aire que se siente así como si no fuera aire y ese cuerpo que se siente así como si no fuera cuerpo. Tres latidos y una exhalación. Somos. El tiempo que queda. Somos los desollados por gusanos, los cadáveres, el olvido que combatiste, a tu modo, como todos”, se lee hacia el final de esta novela que despliega una sensibilidad microscópica que transforma la mirada. 

Vida en Marta la escribió en distintas etapas durante los últimos diez años. La idea de su última novela es anterior incluso a los primeros cuentos que publicó en Las tormentas, que fue finalista del Premio de Cuentos Gabriel García Márquez en 2018; 27 maneras de enamorarse y Animales, ganador del segundo Premio Nacional de Literatura. “Durante mucho tiempo fueron notas y escenas que se me iban ocurriendo; estaba el archivo que se llamaba Vida en Marta, aunque en algún momento se llamó Marta a secas, recuerda el escritor que publicó su primera novela Castillo en el pandémico 2020 y escribió en colaboración con Pablo Bernasconi el libro-álbum Un coso, seleccionado en The BRAW Amazing Bookshelf de la Feria de Bologna 2023.

La memoria fragmentada

“Hay inquietudes que uno tiene en la cabeza sobre cómo se cuenta una vida”, reconoce Craig (Buenos Aires, 1978). “En el fondo es una pregunta más sobre la memoria, sobre cómo se construye la vida de uno: ¿cómo nos contamos la vida? ¿qué cosas de la vida entran en la vida? ¿qué cosas quedan afuera? ¿cómo generamos ese relato? ¿con lo que decimos? ¿con lo que omitimos? ¿con lo que olvidamos? ¿con lo que podría haber sido y no fue? La idea era contar una vida sabiendo que iba a tener que seleccionar y decir cosas arbitrarias. Me interesaba armar una especie de memoria fragmentada de la vida de una mujer con quien comparto ciertas experiencias que tienen que ver con mi biografía, pero también con un montón de gente real y con otra inventada”. Tuvo varios modelos de novelas “extraordinarias” en mente, como El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald o Madame Bovary, de Gustave Flaubert. También La señora Dalloway, de Virginia Woolf, “que es una escena en su vida, pero da cuenta de las vidas de esa gente”. En el inventario de materiales no podían faltar autores como Marcel Proust y el noruego Karl Ove Knausgard.

-Cuando se llega al final de la lectura del “Quijote” aparece el llanto, la emoción, y algo de esto sucede también en “Vida en Marta”. Cuando uno lee está demasiado vivo, acompañando la vida de los personajes, y cuando llega la muerte se la quiere expulsar del territorio de la ficción, ¿no?

-El Quijote tiene ese movimiento que empezás riéndote y terminás conmoviéndote porque vas advirtiendo la humanidad profunda de ese personaje, acompañado por Sancho, que va también teniendo una transformación. Lo que me pasa con esos grandes personajes, con Quijote, con Emma Bovary, con Gatsby, es que llega un momento en que ese personaje es una persona verdadera. El hecho de que termine, que sepas que va a terminar pero que no quieras, es la experiencia más inevitable que uno tiene con la muerte de los otros; está dentro del orden natural de las cosas. Sin embargo, no deja de ser triste, angustiante, conmovedor. Si uno logra generar un personaje que se vincule con el otro, no vas a poder creer que muera. 

La vida de los otros

La última novela de Craig está dedicada a Marta y Heraldo, la madre y el padre del escritor. “La mamá de Marta de la novela está más cerca de mi mamá, pero Marta también tiene cosas de un montón de mujeres y de varones que conozco. Algunas cuestiones de su manera de comportarse con los otros tiene que ver con la idiosincrasia de mi mamá, también de mi esposa, porque armar un personaje requiere extrapolar emociones y sensaciones de otras mujeres que conozco”, precisa el autor de Vida en Marta. “Hablar desde la perspectiva de un chico, de una mujer o de un cocodrilo, pensar cómo pensaría, es una derrota de antemano. Yo creo que la voz se construye desde la mirada. Lo que identifica a una persona es qué mira, a qué le presta atención, qué le interesa, qué le importa, qué siente, después tendrá un modo propio de procesar esas experiencias”.

-¿Cuáles te parece que son las características que definen a Marta como personaje?

-Yo traté justamente de que Marta estuviera muy cerca de una medianía respecto de que no tuviera grandes conflictos, no viviera una aventura desmedida, sino que es alguien que vive y ese “en” del título de la novela responde al modo en que esas cosas suceden en ella. Marta no tiene una singularidad al modo en que Emma Bovary fantasea con lo que lee. Todo lo que le pasa a Marta es trascendente y a la vez irrelevante, tiene cierto componente extraordinario y a la vez es absolutamente común y en ese sentido es un modo de ver la vida que se asocia mucho a la escritura porque la escritura termina trabajando con lo ordinario para tratar de llevarlo a otro lugar. Yo pienso mucho en escritura porque doy talleres, soy parte de esa comunidad que le dedica un tiempo de su vida a la escritura con muchísima pasión. La escritura es como una extensión de uno mismo, no en el sentido biográfico de todo lo que uno tiene para ofrecer. La idea de escribir solo o de estar solo cuando uno escribe es incompleta del mismo modo que uno solo no es todo lo que puede ser hasta que uno se enfrenta a otros; los otros te devuelven cosas de vos que no sabías; necesitás estar con otros para completarte.

Cortázar, más cercano que Borges

-El gusto por Cortázar de Marta, ¿es algo generacional, una lectura de tu madre, o es algo propio que le prestás al personaje?

-Es de los dos, aunque mi mamá no leía mucho, mi papá tampoco; en mi casa no había una gran biblioteca; sí había una colección importante de discos y una biblioteca muy chiquitita a un costado, en la que estaba una biografía de Perón porque mi papá es peronista. Marta lee a Cortázar con su novio de la adolescencia. Me gusta lo que se considera obvio: el dulce de leche, Cortázar, Los Beatles, Mafalda... Los cuentos de Cortázar son extraordinarios, sus novelas me gustan menos, pero Rayuela se sigue leyendo hace cincuenta años y se las das a un joven de quince años y por alguna razón se conmueve. Hace poco se presentó un número de la revista Hispamérica, dedicado a Cortázar, en la Biblioteca Nacional. Lo primero que decían al presentarse varios escritores es que no eran cortazarianos, como para atajarse. Cortázar es una figura icónica a la que se la quiere bajar como ícono.

-Borges también es un ícono, pero casi nadie quiere bajarlo. Quizá lo intentó el polaco Witold Gombrowicz con su simbólico “maten a Borges”.

-Cortázar está más en el orden de lo posible, de lo humano, de lo cercano, de lo aspiracional. Y eso es una trampa porque es muy difícil hacer lo que hizo; escribió una novela que dura cincuenta años y los cuentos de Bestiario. Borges me parece una figura inalcanzable y lo único que se puede hacer es rendirle homenaje. Me encantan los dos; Borges me parece un genio, pero tengo un vínculo más frío con él, en cambio con Cortázar hay algo mucho más cercano, más cálido, y le perdono cosas.

-Aunque las generalizaciones suelen ser odiosas, tu generación, los nacidos hacia el final de la década del 70, suelen ser más borgeanos y menos cortazarianos, ¿no?

-Sí, en términos generales. Me gusta la escritura permeable, la escritura que te deja entrar. Borges te deja mirar, te dice cosas geniales y sabias; pero mantiene siempre una distancia. En cambio con Cortázar estás sentado con él y podés charlar, aunque él sea el más inteligente de los dos. Pero igual estás al lado. Te hace ingresar, te permite entrar. (Hermann) Hesse no escribió El lobo estepario pensando que lo iban a leer chicos de quince años. Pero sucede eso. Si lo leés a los treinta, te parece una pavada. La solvencia de los personajes de Salinger es bien adolescente y creo que tiene que ver con que la voz se construye desde la mirada. No existen personas que hablen como los personajes de Salinger, ¿pero por qué son tan creíbles? Holden Caulfield tiene esa manera de decir como mira el mundo. Y ahí entrás y querés estar con él. No tengo idea si pasa en otras partes del mundo, pero Argentina tiene esta cosa dicotómica de Borges o Cortázar. No es uno u otro; son los dos.

Llegar a la verdad

-¿Qué otras cuestiones le dan credibilidad a formas de hablar que apriori son artificiales?

-Hay un movimiento que intenta hacer la escritura que es llegar a la verdad a través del artificio. La verdad no como revelación, sino como posibilidad. Siempre partís del artificio para llegar a algo que es necesario. Antes no había nada, era una página en blanco, una idea, pero de repente hay un personaje, una voz, un conflicto. Yo asocio a (Manuel) Puig con Virginia Woolf por eso de saltar de cabeza en cabeza, de conciencia en conciencia, aunque Puig lo hacía poniendo a los personajes a hablar. Puig me parece otro genio de la literatura. Ahora se lee más, me doy cuenta por los chicos que vienen a mis talleres.

-Así como acompañás a muchos que están escribiendo en tus talleres, ¿hubo alguien que haya hecho lo mismo con vos? ¿Participaste en talleres de escritura o fuiste más solitario en tu práctica de la escritura?

-Lo que escribí y publiqué lo escribí solo. Pero entre los quince y los diecisiete años fui a un taller que estaba coordinado por Carlos María Carón y su esposa Bettina Carón. Era una pareja hermosa que venía con toda esa cosa del surrealismo. Los que íbamos al taller éramos bichos raros en nuestro colegio, el San Román. Ese taller me marcó un montón. Ellos nos iban guiando, nos corregían, nos enseñaban cosas muy técnicas, sin que nos diéramos cuenta, con juegos. El primer libro de cuentos que publiqué, Las tormentas, está dedicado a Bettina y a Carón. Después no hice más talleres porque no se dio y porque tuve distintos trabajos y no tenía tiempo. Cuando trabaja atendiendo teléfonos, tenía un cuadernito al lado donde iba escribiendo mis cuentos. Pido perdón a Telefónica por haberle robado el sueldo (risas).

"Devorar un libro es atragantarse"

-Estamos viviendo un momento donde el tiempo como complejidad está secuestrado sólo por el presente y se perdió la capacidad de pensarlo en un sentido mucho más abarcador. Quizá esto también esté afectando a la literatura. ¿Cómo analizás esta cuestión?

-La palabra secuestro es fuerte, pero estamos cooptados por el acontecimiento; el tiempo parece medirse por una secuencia de acontecimientos. Entonces uno sabe que el día está organizado por lo que dijo (Miguel) Adorni en la conferencia de prensa, o por lo que dijo Milei. Estamos cooptados por el acontecimiento inmediato y eso lo llevamos a otros planos, que es la lógica de las redes sociales, los posteos, el día a día, todo eso tiene un orden secuencial que no permite la idea de continuidad o de unidad y que anula de una manera muy perversa la posibilidad de futuro. “Viví el hoy” es una sentencia espantosa porque banaliza el pasado y pareciera que no está más, que no lo cargamos a nuestras espaldas. Y esto afecta a la escritura y a la literatura. Hay cosas que me parecen malas como escuchar decir “me devoré” este libro.

-Se podría decir que devorar no es digerir...

 

-Exacto. Devorar un libro es atragantarse. Últimamente creo que le rajamos a la intensidad de la experiencia de la lectura en una lógica que asocio mucho al periodismo, con esa pantalla prendida fuego que dice “urgente”. Si tenés un televisor las veinticuatro horas del día diciendo “urgente”, nada es urgente. Todos los libros que salen son los libros del año. Todas las vidas que se cuentan en los libros son las experiencias más traumáticas y terribles que puedas vivir. Hay un punto en el que eso deja de poder asimilarse. Los talleres que doy se llaman “De paciencia y de escritura”. Varias personas me dicen “yo vine por la paciencia, no por la escritura” (risas). Necesitamos otro tiempo para sentarnos a leer o a escribir. Leer ficción o ver cine te hace pensar otras cosas, te hace salir de lo que circula en las redes y te da la posibilidad de matizar porque las redes te obligan a estar de un lado o de otro. Si escribís constantemente lo primero que te sale de la cabeza, vas ser un energúmeno más que una persona reflexiva. Escribir una novela es tratar de traer otro tiempo. Mientras leés, no te morís literalmente. Estar leyendo es estar vivo.