Como si quisiera probar los límites del gesto dadaísta, casi escolar, de pintarle un bigote a la Mona Lisa, Max Gómez Canle vuelca su obsesión pilosa a grandes y pequeñas obras de la historia del arte universal. En su muestra “Condición y cabeza”, los rostros de hombres, mujeres, bebés y niños se pierden en barbas frondosas. Las señas particulares, cuyo realce ha sido tradicionalmente el fin último de la técnica del retrato, se van desvaneciendo, para dar lugar a formas más ambiguas. Los rostros enmarañados logran burlar, por lo menos por un rato, las diferencias sexuales y etarias. En la serie Love Paintings, Gómez Canle encara un trabajo pelo por pelo, mechón por mechón para intervenir imágenes rescatadas de las casas de antigüedades, de la casa de su abuelo, de viajes propios y baúles ajenos. Otro grupo de obras son reproducciones de los fascículos de la historia de arte -desde un retrato de un niño Medici hecho por Bronzino hasta el San Sebastián de Andrea Mantegna- intervenidas tono sobre tono. El siglo XXI imprime su firma velluda y paródica en forma de mata sobre el siglo XV o XVI. Mientras los pelos se expanden sobre la superficie de la Alta cultura, provocando risa o desconcierto, va floreciendo la duda: ¿Es burla? ¿Es un juego? ¿Una traición a los maestros o un manifiesto contra el despotismo de la depilación?
Hasta el 23 de diciembre, de 11 a 20, en la Fundación Klemm, Marcelo T. de Alvear 626.