Los personajes de "Los siete locos", inclusive de "El juguete rabioso", lejos de apelar a la razón, apuestan a lo imaginario y al golpe de suerte, al azar, al refugio en la fantasía, a la invención y al absurdo. El Astrólogo planea hacer la "revolución", una revolución de la que ni siquiera sabe bajo qué signo se inscribiría ni en qué consistiría. Y están quienes lo acompañan sin saber a qué puerto conduce esa descabellada acción ficcional. El asunto es estar ahí como lugar de pertenencia e inscripción, en el mal, para tratar de conseguir dinero, poder, insignias, reconocimiento, etc. aunque lo sea en la locura y el delirio. 

En definitiva, personajes inmersos en la ficción que, aun perteneciendo en su mayoría a la clase media, son refractarios a una sociedad a la que detestan, sujetos marginales, capaces de hacer o decir cualquier cosa y que ven en el mal, y en el más allá del principio de placer, la reafirmación del propio ser, la reafirmación de la existencia. La ambición del Astrólogo es construir una ficción que actúe sobre la realidad y les proporcione riquezas, fama y les permita adueñarse del mundo. En la fantasía todo es posible. 

Ricardo Piglia afirma que “Los siete locos” (una obra donde lo fundamental de la realidad argentina queda dicha) cuenta el proyecto del Astrólogo de construir una ficción que actúe directamente y produzca efectos en la realidad. 

La ficción es un elemento que aparece en la política argentina. Dice Ricardo Piglia: “El discurso del poder ha adquirido, a menudo, la forma de una ficción criminal”. Los golpes de estado han estado rodeados de un aire circense. Los fraudulentos, los fascistas, los fabuladores, los oportunistas, son el material que Roberto Arlt elabora en sus novelas. Las marchas militares, el tango, donde se cantan las desdichas sociales, se mezclan con las ciencias ocultas, el espiritismo, la magia, los personajes estrafalarios, etc. Como los personajes de Arlt, muchos políticos argentinos son adictos a la ficción, aun cuando esa ficción produzca estragos reales y conmine al sufrimiento a los ciudadanos. La sociedad está trabajada por la ficción. Arlt piensa que la producción de masas: el cine, el folletín (hoy diríamos las redes sociales de Internet) y sobre todo el periodismo son máquinas de crear ilusiones colectivas, de definir modelos de realidad. 

Actualmente ese aparato ficcional cobra especial vigencia y se articula con lo absurdo. Según el oficialismo la inflación de este año, de haber continuado el gobierno anterior, ironicemos, hubiera sido del 555.680 años luz, por ciento. O sea, que la inflación actual, por más alta que sea, comparada con esa abismal cifra imaginaria, siempre constituiría en la fantasía un logro formidable. Todos los males asignados al significante “anterior gobierno", ese comodín que se saca de la manga cuando faltan los argumentos y escasean las explicaciones, vendrían ficcionalmente, para la ultraderecha, a justificar cualquier cifra o estadística actual por desastrosa que ésta fuere. “Nadie ha podido bajar la inflación como nosotros”, etc. Se trata de la relativización de los números con fines engañosos. La realidad política actual se parece mucho a una novela. 

El mismo presidente dijo: "Soy el mejor presidente de la historia argentina" (y uno se pregunta cómo habrán sido los otros). Ante la fantaseada ruina de la Argentina a manos del Peronismo o del demonizado kirchnerismo, colocados como enemigos imaginarios, toda situación actual significa el arribo al Paraíso inclusive en la miseria. De este modo el triunfo está vociferado, fantaseado, aun cuando la realidad tangible lo desdiga. De hecho, el mandatario se ubicó a sí mismo como el segundo líder mundial, atrás de Donald Trump y por arriba de Macron, Lula da Silva, Xi Jinping, Putin, etc. Suena demasiado a discurso del Astrólogo. 

También dijo que las jubilaciones durante este año le ganaron a la inflación y que la Argentina, si prosigue con el actual "modelo", podría llegar a ser en el futuro la primera potencia mundial (claro que no aclara dentro de cuantas reencarnaciones esto podría ocurrir y si para ese entonces el mundo estará todavía en pie o habrá emprendido el retorno a la caverna). 

Pero el "Astrólogo" o los “astrólogos” de este tiempo, a diferencia del Astrólogo y demás personajes de la novela "Los siete locos", fueron elegidos por los votantes, que vieron en ellos reflejadas sus propias fantasías y resentimientos. Es decir, un asunto de identificaciones imaginarias con personajes que prometen y declaman la destrucción como ideal, encarnada en la brutal metáfora de una herramienta de aserramiento. 

En síntesis, los personajes arltianos de la política argentina no son, por supuesto, fruto de la escritura literaria (como el mismo Astrólogo, Barsud, el Rufián melancólico, Erdosain y otros), sino piezas de la puesta en escena de un Poder internacional que maneja el tablero y que lleva a evocar el poema de Borges "Ajedrez": “(…) También el jugador es prisionero/ (la sentencia es de Omar) de otro tablero/ de negras noches y blancos días./ Dios mueve al jugador y éste la pieza./ ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/ de polvo, tiempo, sueño y agonía?". 

Asistimos al retroceso de los ordenamientos simbólicos y al refugio en la fantasía. Lo imaginario, esa relación especular, no mediatizada por lo simbólico, mortífera, paranoide. La proyección de la propia agresividad sobre el otro, sobre el semejante, desde donde aquella retorna sobre el propio sujeto, invade la época y llega a la política oficial, sobre todo en este país signado por las repeticiones. 

Es la construcción del otro como enemigo, como amenaza. De este modo la dichosa "Casta" no es más que un significante vacío donde puede caber cualquier cosa, desde adversarios políticos hasta jubilados, estudiantes, actores teatrales, empleados públicos, amas de casa, cartoneros o malabaristas. Todo lo que se oponga a los planes urdidos por el grupo dominante, va a parar a la categoría de "casta", vocablo del cual no se conocen sus alcances. Se suceden así las frases disparatadas, la mentira deliberada, el engaño, las traiciones, las hipótesis conspirativas, los amoríos y venganzas, en definitiva, la deformación de la historia y de los hechos. La novela de Arlt, se quedó corta.

Habría sin embargo que agregar que la prevalencia imaginaria y la deformación o desconocimiento de lo simbólico, no se reducen hoy a determinados grupos arltianos de la política y el poder, sino que invaden también a una parte de la población argentina en la que el autoengaño, las construcciones falsas, la sospecha hacia el otro, la proliferación de la envidia, las falsificaciones, el plagio, la simulación, la competencia desatada, encuentran muchas veces su lugar fantasmal de convocatoria en las redes sociales. 

Precisamente, el mandato de la fase actual del discurso capitalista es la invitación al goce en el engaño, sin límites ni contemplaciones.

*Escritor y psicoanalista