A diferencia de lo que ocurrió con el Martin Fierro de José Hernández, donde el gaucho fue idealizado y victimizado -porque lejos de ser un problema para el régimen ya estaba disciplinado- en el Facundo de Sarmiento ese actor será objeto de un tratamiento despiadado, demonizado, en la medida en que durante su época era un problema para el desarrollo del Estado Nación y del Capitalismo.

Las características geográficas determinan la cultura y la subjetividad de los hombres que en ella habitan. El gaucho tenía costumbres salvajes, incivilizadas. Se criaba en el medio del desierto, cultivando conductas bárbaras. Vivía sumido en la extensión inconmensurable del desierto, y eso le daba una libertad sin límites.

El problema eran las grandes extensiones territoriales. El desierto despoblado, pequeñas ciudades extremadamente alejadas unas de otras, sin caminos que las conectaran (Sarmiento hablaba de “oasis civilizatorios”).

La pampa es soledad. A diferencia de la ciudad, en la que predomina la vida gregaria, en las que hay escuelas, comercio, industria, y finalmente consumo. En la moda, por ejemplo, se exalta la novedad, y va a ser para Sarmiento una práctica que tiene que ver con la modernización y por lo tanto con la civilidad.

En la ciudad crece la vida civilizada. Se ve más que nada en las ciudades más populosas de América, ubicadas en los puertos, en los que llegan los artículos producidos en Europa.

En las ciudades-puertos florece a su vez la cultura, llegan las ideas de Europa. Ideas que tomaba la generación en la que el participaba. Las ideas de la ilustración, del positivismo, que para Sarmiento estaban destinadas a triunfar sobre las ideas de la barbarie, porque la historia, en la medida que existiera orden, implicaba leyes que conducirían al progreso.

En la pampa o el desierto, el gaucho tenía que sobreponerse a los peligros y hostilidades de la naturaleza. Todo lo resolvía con su facón. Esta situación hacia que para sobrevivir tuviera que ser fuerte, valiente. Y esa valentía y fortaleza también se manifestaban cuando tenía que enfrentarse con alguien que lo desafiaba, produciéndose los duelos a muerte.

El gaucho vivía en una sociedad pastoril, al igual que los tártaros. Vive del ganado. No tiene que esforzarse, desarrollar la inteligencia, o desarrollar cambios tecnológicos. La pampa y el ganado les dan todo.

Lo que primaba en el desierto, va a ser la ley del más fuerte. No un poder de justicia, moderno, imparcial, legítimo, que respetara los “derechos” de los “ciudadanos”. Se imponía la ley de la selva. Una realidad cuasi-hobbesiana, anómica, de salvajes que se mataban entre sí. No existía una instancia que monopolizara el ejercicio legítimo de la violencia (es decir, un Estado).

Por el contrario, la subjetividad del gaucho se encarnaba en la figura del caudillo (Facundo, Rosas). Ellos son los que gobernaban a través de la admiración y el terror que desataban sus imágenes. Había costumbres violentas con las que el gaucho sometía al ganado, a sus caballos, que los caudillos como Rosas después aplicaban con sus opositores. El látigo, la mazorca, el cepo, todo para domesticarlos.

Los caudillos liberaban la guerra con las montoneras, semejantes a los Beduinos en Argelia. Algo así como malones que actuaban no como un ejército disciplinado -como el de San Martín- sino de manera desordenada.. Atacar de improvisto, y retirarse, de manera desordenada, desarmándose en un sitio para reagruparse en otro, confiado solo en la caballería.

El problema es que el gaucho surge del mestizaje entre los españoles y los indios. Los primeros pertenecían a uno de los países más atrasados de Europa, separado de ella por un ancho itsmo, y de África por un estrecho límite. De manera que en España todavía había instituciones y practicas típicas de la edad media. No había grandes ríos navegables como ocurría en Estados Unidos, que habían contribuido a la modernización del comercio y la industria.

Por detrás de todas estas ideas, brillaba una, que era rectora. Sarmiento abogaba por una modernización política, económica, cultural. Para eso era necesario el desarrollo del capitalismo, aunque esta palabra no apareciera mucho en el Facundo.

El deseo de consumir es para Sarmiento civilizatorio, impulsa la modernización. Porque para satisfacerlo el hombre tiene esforzarse, disciplinarse, trabajar. En cambio el gaucho tiene costumbres frugales, casi no consume ni produce, o mejor, produce para el autoconsumo (lazos, boleadoras, monturas, ponchos, etc). Parece no necesitar nada más para sobrevivir. De esta forma, lo que queda obstaculizado, es el desarrollo del comercio y de la industria. Es más, podríamos arriesgarnos a decir que para Sarmiento el deseo ilimitado o de permanente insatisfacción es lo que motoriza una economía civilizatoria.

Cabe la pregunta si el gaucho es para Sarmiento un sujeto que puede ser integrado a la sociedad y al sistema político que pretendía. Tal vez hay comportamientos y prácticas de aquel actor que Sarmiento puede rescatar. Pero básicamente, el gaucho, para que pueda ser integrado, debe dejar de ser gaucho.

La dicotomía Civilización o barbarie, como toda dicotomía, implicaba que un término se impusiera sobre el otro.

Después de varias décadas, el plan de Sarmiento se impuso. El gaucho fue sometido, se pobló el desierto con inmigrantes, se extendieron los caminos, se desarrolló el comercio, se constituyó el Estado Nación, y junto con todo este proceso se impuso el capitalismo. Todo esto no se hizo de la mano de la libertad, sino a sangre y fuego. Al igual que Alejandro extendió a través de la violencia la cultura griega, al igual que Napoleón lo hizo en Europa –ambos admirados por Sarmiento- la aplanadora civilizatoria aplastó todo lo que no se sometía a no era compatible con ella. Ya no hay gauchos, ya no hay indios que molesten, ya no hay desierto. Ha triunfado la civilización, y para hacerlo tuvo que recurrir a las más terribles de sus barbaries.

 

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