El relato que estoy encarando en este libro y que se refiere a mi experiencia con la lectura es sobre el motor que me ha impulsado a ella, que no es ni el entretenimiento ni la mera voluntad cultural sino lo que intelectualmente siento que me desafía: el quehacer artístico.
Justamente, porque la mayor parte de las veces me promueve esta necesidad. Superar dudas, buscar confirmaciones, discutir conceptos. "Las imágenes engendran conceptos, como los conceptos inspiran imágenes", dijo José Carlos Mariátegui. Antes de ir concretamente a los temas que más estructuran mi pensamiento, siento la necesidad de que se entienda el significado que tiene para mí el poder de llegar a ser sí mismo. Porque ese que soy yo es ese que está detrás de los pensamientos y de las lecturas a las que me referiré.
Mi formación consistió en estar impregnado por el contexto que me rodeó desde la infancia. He asumido así no solo lo que leí, sino también lo que otros leyeron y en la medida de mi propia necesidad, de acuerdo a los distintos tiempos de mi proceso personal. Digo esto porque me ocurre a menudo que revisando mi biblioteca descubro libros que creo no haber leído, hasta que reviso sus páginas y veo muchos párrafos subrayados por mí. ¿Olvido? No exactamente, sino cambios en la atención que he tenido en tanto lector, dado que veo afirmaciones que están señaladas que ahora no entiendo por qué las subrayé y otras que antes pasé por alto y me parecen importantes al releerlas.
Es que, como decía Marx, solo es dialéctico un pensamiento que no es inmovilizado sino que se corrige una y otra vez a partir del trabajo con el objeto. No hay ninguna cosa que exista de una vez y para siempre que no esté en permanente devenir. Y lo digo motivado por el núcleo fundamental que ha movilizado mi visión del mundo y del Gran Todo que nos desafía, o sea, del caos que constituimos los seres humanos desde que existimos y que continuamente enfrentamos de manera individual para poder estructurarnos a nosotros mismos. Caos cuyo escenario es el tiempo con sus permanentes y simultáneas transformaciones.
Por tal motivo, creo que mi formación no se la debo solo a los libros sino también a la conciencia de estar viviendo mi propia existencia. He vivido la ficción en las imágenes que se contemplan y en las que las lecturas provocan. Pero también por el solo hecho de estar en este mundo. El cual, se me ocurre, es una ficción. Tal vez por eso no soy particularmente lector de ficciones sino, sobre todo, de ensayos, porque me siento ensayando -aún a mis noventa años- mi propia ficción de ser.
Este libro está dividido en tres partes. La primera la titulé "Auto-escritos y auto-lecturas"; la segunda -desafiándome a mí mismo- "Deambulando", pero agregué "entre libros, cuadros, etcétera" (aunque también incluya escritores, pintores, exposiciones, conferencias, diálogos); la tercera parte trata de la lectura que se refiere al pensamiento sobre la imagen como quehacer artístico y, en consecuencia, a mi propio pensamiento. Y, al final, un apéndice sobre cómo concibo la lectura. Cuidé que el acento de mis reflexiones partiera de los pensamientos de otros autores, en su debate y en su valoración, considerando que este libro está destinado a una colección sobre la lectura.
Ahora haré un panorama de mis libros como una forma de decirle al lector que este ojo que escribe mide el quehacer artístico más allá de sí mismo pero, sin embargo, desde sí mismo.
* Fragmento de la introducción del libro El ojo que escribe, de Luis Felipe Noé (230 páginas), que acaba de ser publicado por la editorial Ampersand.