“Piensen en todas las cosas increíbles en las que podrían invertir su tiempo y dinero en lugar de la electrólisis. En lugar de tanto desplume. Arrancarse uno pelo, otro, otro, otro, otro más, ¡se quieren desplumar como gallinas!”. Quien dice estas palabras sobre un escenario amalgamando el vodevil y el stand up feminista es Jennifer Miller, mujer con barba, performer, docente, lesbiana. Es la creadora del Circus Amok, un espectáculo itinerante y gratuito con base en Harlem, que funciona desde 1989. O como lo llama Jennifer: mi utopía queer, mi familia freak. Circus Amok conecta las destrezas circenses tradicionales -cuerda floja, acrobacia, malabarismo- con técnicas de danza experimental, poesía, música electrónica y espectáculos temáticos en los que se habla de migración, educación sexista, devastación ambiental, racismo.
Las mujeres barbudas contemporáneas -al contrario de aquellas que yacían en las vitrinas y eran relatadas y vendidas por el dueño del circo- ya no son las monas de nadie: crean sus propios retratos y los ponen a circular. Se apropian de su vellosidad como diferencia, poder, capital piloso. Sin duda el feminismo y la teoría queer les dieron armas para decirse de otros modos, tejer redes, empezar a hablar de sus cuerpos por fuera de la mirada diagnóstica y con voz propia. Muchas de ellas han entendido, y quieren hacer entender, que su sola presencia revela que la división binaria M/F nunca es tal, sino un continuum de corporalidades. Harnaam Kaur, de veintiséis años, es inglesa, barbuda, activista antibullying y modelo. Da charlas en colegios y aconseja a otros jóvenes que sufren distintas formas de acoso. Además de una estrella de Instagram, en marzo de este año se convirtió en la primera mujer con barba en desfilar en la Semana de la Moda de Londres, y en distintas sesiones de fotos se la puede ver con poses y atuendos andróginos: “No creo en el género. No sé por qué razón ser mujer debería limitarse a tener una vagina y ser hombre a tener pene, o a quién se le ocurrió la división entre el rosa y el celeste. Y mientras tanto, acá me tienen, sentada con mi vagina, mis tetas y mi hermosa barba”. ¿Lo que asoma es el nacimiento del orgullo velludo? Además de difundir su imagen en pasarelas y redes sociales, Harnaam Kaur la multiplica sobre sí misma: a todos lados lleva una mochila estampada con pequeñas réplicas de su rostro, y tiene un enorme autorretrato tatuado en la pierna.
La zona gris
“Si me presento en el show como la mujer barbuda, estoy diciendo que soy única. Pero el mundo está lleno de mujeres con barba o al menos con el potencial de tenerla”, dice Jennifer Miller. Las mujeres barbudas como Lady Olga (Jane Barnell), Madame Devere o Annie Jones se contaban entre las principales atracciones de las ferias ambulantes de rarezas medievales y museos de curiosidades (con vida aún en pleno siglo XX) junto a asiáticxs, afros, gordxs, personas con discapacidad, o como dice Jennifer Miller: “muchas de las formas de lo humano por fuera de la hegemonía blanca y protestante”. Tradicionalmente las mujeres con barba eran exhibidas exagerando la expresión de su feminidad; vestuario, maquillaje y accesorios al servicio de generar un efecto cómico por contraste. Miller se aparta de esa tradición presentándose en escena, según se le dé la gana, con un look bastante butch o con un vestido con volados. Desde el escenario se dedica a traicionar expectativas, a presumir de su mata, a invitar a la audiencia a mirarla y hacerle preguntas.
La alemana Mariam empezó a desarrollar vello facial a partir del nacimiento de su hijo, cuando tenía veintiocho años. Hoy tiene cincuenta y tres. Desde 2008 empezó a dejar crecer el pelo sin barreras y también inauguró el blog Frau mit Bart (“Mujeres barbudas”), donde recopila historias, fotos, reflexiones que le envían de todo el mundo. Dice estar en contacto con unas veinticinco mujeres con barba visibles (“porque hay muchas más pero se afeitan y no se presentan de ese modo”) de distintas latitudes. ¿Cuáles son para Mariam las ventajas de haberse dejado la barba? Contesta desde Berlín: “Puedo usar el baño que quiera. La gente reacciona ante mí con asombro y confusión. La barba me sirve como radar para decirme dónde encajo y dónde no, pero también para desorientar a los otros y usar esa confusión a mi favor. Ni mi familia ni mis amigos me han dado la espalda, pero se encargan de hacerme saber que prefieren verme afeitada”.
Cuando en su adolescencia la barba de Annalisa Hackleman -norteamericana, fotógrafa, bisexual, en sus treinta- empezó a asomar, su mamá la llevó sin escalas a una sesión de laser. El tratamiento finalmente no funcionó. Y al poco tiempo Annalisa decidió dejar de afeitarse. De eso hace ya dos años y medio. “Entonces mi vida cambió drásticamente, tengo mejor humor, no me escondo más de los espejos ni de las cámaras. Ya no experimento más ataques como aquellos en los que me arrancaba la barba hasta sangrar y llorar. No tengo que pensar más en afeitarme tres veces al día, ni estoy obsesionada por quién me ‘descubrirá’”. ¿Se puede hablar ya de un activismo barbudo en ciernes? “Tanto como eso no -señala Mariam-. En estos años fui ganando fortaleza con respecto a las decisiones sobre mi cuerpo. Y eso tiene que ver con un contexto, con empezar a ver que no soy la única. He recibido todo tipo de acusaciones y agravios en mi vida. Uno muy persistente ha sido que yo quería pasar por hombre o, también, que no era lo suficientemente valiente como para cambiar de género. De a poco vamos haciendo entender que la decisión de quitarse o dejarse vello poco tiene que ver con lo femenino o lo masculino. Pero es mucha la gente que piensa que somos personajes mitológicos o, en el mejor de los casos, fetiches. Al empezar a conectarnos ha habido un cambio entre nosotras, pero para el resto de las personas seguimos siendo outsiders o fenómenos lumpen. Incomodamos a la mayoría de la gente.”
Pelo por pelo
María José Galé Moyano, Doctora por la Universidad de Zaragoza, especialista en feminismo, arte y filosofía, acaba de publicar Mujeres barbudas (Ed. Bellaterra). Allí recopila setenta biografías partiendo desde las primeras crónicas y representaciones que aparecen en el siglo XV: “Hay un primer momento de fascinación. Se las coleccionaba como bufonas en las Cortes, se coleccionaban los cuadros que las representaban. Pero sin afán de ordenarlas, ni estudiarlas, sino simplemente como sujetas extraordinarias. En 1732, tenemos a Rosina Margarita Mullerin, la primera mujer barbuda a la que se le hace una autopsia. Ahí veo cómo se empieza a trazar una línea tal cual lo hacía Foucault en la Historia de la sexualidad.” De la fascinación a la observación minuciosa. Si las vamos a buscar en la historia, quizás aparecen nombradas únicamente en estudios médicos. “A lo largo de su vida toda mujer barbuda se veía obligada a ir pasando por una serie de visitas médicas que constataban que eran mujeres. Mi trabajo ha sido encontrar ese tipo de documentos, certificados médicos, situarlos y leerlos desde una mirada contemporánea. Ellas ganaban dinero vendiendo fotos autografiadas y panfletos con fragmentos de su vida. Hay de la Mujer Mono, de Za-Za Frazee. De Vivian Wheeler se conoce que era intersex, según memorias atribuidas a ella, donde también cuenta que era bisexual pero termina casada con un nombre, según ella dice, ‘porque hizo lo que debía hacer’”.
¿Desde el comienzo la barba ha sido vista como problema a corregir?
-No. En algunos relatos del siglo XVI la barba aparece como defensa o liberación. La Santa Wilgefortis (o Liberada) se defiende de una posible violación gracias a la barba. La están persiguiendo y mágicamente le crece una barba que desconcierta al violador. La barba aparece como si estuvieran arrebatando la virilidad. Uno de los epítetos del Mío Cid es “el de la barba no mesada”, aquel al que no le han tocado las barbas. Que alguien robe ese signo y “pase por”, “ascienda a un estatus superior” supone una trasgresión. Barba es poder y un elemento clave para pensar la masculinidad. En una viñeta muy posterior de la revista Life, en 1910, hay una sufragista que le pregunta a una mujer barbuda: “¿Cómo lo logras?”. Las sufragistas querían “arrebatar” un privilegio masculino, y la mujer barbuda ya había robado otro. Por supuesto que la viñeta era una burla contra todas ellas.
Siempre descriptas por otros, los primeros registros de mujeres barbudas son por medio de poemas y pinturas. ¿Cómo saber cuánto hay de mito?
-Es un híbrido. Cuando se empieza a configurar el campo de la anatomía, y dividir entre cuerpos correctos y los que no lo son, se constituye a la vez, en los márgenes, el campo de lo monstruoso. La medicina, sobre todo las autopsias, aportarán estos criterios. Hay toda una serie de autores científicos que recogen ejemplos de corporalidades monstruosas. Por ejemplo, Ambroise Paré lo hace en el libro Monstruos y prodigios. El campo de lo monstruoso se configura gracias a esos estudios medievales, sobre lo que han visto y lo que han ideado a partir de lo que vieron. Imaginan que verán cierto tipo de corporalidades y las llegan a ver porque creen que esto es así.
Las barbudas pasan de ser “personas del placer”, de divertimento para las Cortes, a ser espectáculo.
-El hecho de que estén en la Corte, si bien están un poco más resguardadas, no significa que no estén siendo exhibidas. Para quienes las “coleccionaban” tenerlas suponía un signo de distinción. Así como tenían ciertas obras de arte, también tenían personas de entretenimiento. Si había una cena con invitados importantes, traían a la mujer barbuda para que sirviera. Era una forma de espectáculo privado y de ostentación. En cierto momento ese espectáculo sale de la Corte, y en muchos casos, para ellas significa una mejora de su situación.
¿Por qué?
-En un contexto en el que las mujeres no tenían ingresos propios o posibilidades de salir solas de sus casas, las mujeres barbudas con los shows itinerantes podían viajar y ganar algún dinero. No son libres, pasan a “pertenecer” a empresarios como Theodore Lent en el caso de Julia Pastrana, famosa mujer barbuda indígena nacida en Sinaloa. Sus managers o sus maridos, que a veces son la misma persona, lucran a través de la exhibición de los cuerpos de ellas. A muchas de ellas, y Julia Pastrana es un ejemplo, se las ha tratado como si fuesen híbridos entre lo humano y lo animal. Se está poniendo en cuestión no sólo lo que se supone son las fronteras entre hombres y mujeres, sino los límites de lo humano. Darwin habló de Pastrana en La variación de animales y plantas bajo domesticación. La describe físicamente con aspectos que no eran ciertos. Decía que tenía dos hileras de dientes y esto no era real. Una descripción cargada de racismo y clasismo que la condenaba a la animalidad, omitiendo que Julia Pastrana era una mujer que hablaba varios idiomas, hacía danza, teatro, tocaba el piano.
¿Por qué elegían, frente un costo tan alto, dejarse la barba?
-Había un costo pero también encontraban una ganancia. Para Annie Jones su barba significó poder vivir como ella quería. Tener una libertad económica y de movilidad. Las personas que se dedicaban a los circos ambulantes tenían unas vidas bastante disidentes. A veces con el dinero que ganaban hasta lograban comprarse una propiedad. Y la condena social no era la misma en una calle cualquiera que en el contexto del circo.
¿Y si no?
-En general la otra opción era encontrar un marido y pasar desapercibida. Habría que pensar cuál era el costo menos deseable. A Stela Mcgregor, también conocida como Betty McGregor, le toca un momento en el que los circos y los sideshows empiezan a entrar en decadencia. Decide dejarse la barba porque le parecía mucho peor tener que afeitarse cinco veces al día, que era el ritmo que necesitaba para que nadie sospeche. Trabajó como enfermera y después de unas horas de guardia la barba se le empezaba a notar. Se hartó y se la dejó. Luego, pasa al mundo del espectáculo. Pero su manager la acusa de no esforzarse por ser lo suficientemente femenina. En esa opción tampoco se sentía bien. Decide hacer el tránsito a una masculinidad, a vivir como hombre. ¿Sería su deseo? ¿Sería un modo de supervivencia? No hay testimonios y se le pierde la pista.
Casi siempre ellas aparecen contadas por otros, ¿dónde están las voces de las mujeres barbudas?
-No hay mucho, más allá de la carta de la Mujer Mono, siempre hay otro relatándolas. No podemos saber qué sentían, si eran personas intersex, trans. Madame Clofullia tuvo muchos nombres. De ella me costó mucho encontrar información porque cuando las mujeres se casan en Estados Unidos pierden el apellido. Se casó muchas veces. Quedaron sus memorias. Ahora, si en ellas metieron mano otras personas no se sabe. En 1854 aparece un libro Biografía de la celebrada mujer barbuda Madame Clofullia. Luego hay panfletos.
En todas las biografías se hacía énfasis en que se habían casado y tenido hijos…
-Era la ideología y no la precisión de las observaciones lo que determinaba cuáles eran las diferencias que importaban para decir “es hombre”, “es mujer”. La prueba de oro de que eran mujeres, para muchos estaba en que habían logrado reproducirse. A partir de la primera autopsia predominan, ya no mera fascinación o morbo, sino intentos de situarlas en lo que debe ser, y el deber de las barbudas es demostrar su “ser mujer” una y otra vez. ¿Qué mejor manera de demostrarlo que la descendencia? Esta ansiedad por la verdad de su biología se repite hasta que llega Jennifer Miller, una mujer que hoy tiene unos cuarenta años y utiliza todas las armas a mano que le han brindado el feminismo y el posestructuralismo para pensar su propio cuerpo. Tiene que ver con un quiebre.
¿Qué es lo que cambia con Jennifer Miller?
-Miller es una la referencia para las mujeres barbudas contemporáneas que logran reivindicarse a sí mismas. Su activismo consiste en ir poniendo su cuerpo en ciertos contextos. Miller planta bandera, decide dejarse la barba más allá del espectáculo. A medida que empiezan a decidir dejarse la barba en vez de ocultarla se empiezan a reconocer y encontrar unas con otras. Lo radical es decir “me dejo la barba para salir a la calle”. Cuando Miller, en el Circus Amok, hace espectáculos no siempre se presenta como barbuda. A veces es simplemente una lanzadora de cuchillos, con barba, pero no hay un cartel que diga “mujer barbuda”.
¿Qué pasa hoy con ellas?
-Lo que veo en común: que sus cuerpos se hayan desarrollado de manera singular para la mayoría de ellas supone una ocasión para revisar los cánones de la feminidad, de belleza, los binarismos. Algunas de ellas se centran en concientizar sobre el ovario poliquístico, porque es la situación por la cual a algunas les crece la barba. Otras se centran en el mundo del espectáculo. Otras, desde las reivindicaciones de lo queer.
¿Hay algo así como un orgullo barbudo?
-No sé si orgullo pero hay más empoderamiento y alianzas. Muchas son conscientes de que sus corporalidades ponen en jaque la división binaria entre sexos. Otras compiten en campeonatos de longitudes de barbas. Sus corporalidades han hecho que tengan que atravesar situaciones muy conflictivas a la hora de dialogar con lo público y eso las ha hecho generar discursos muy potentes. Algunas plantean que, como Sansón, en el pelo reside su fuerza.