"Me di cuenta de que, de a poco, mi vida se estaba convirtiendo en un mundo de alumnos y exalumnos". Ese es el texto que más le gusta a Martín Rejtman de su última película, La práctica, y de algún modo habita allí el conflicto del personaje interpretado por Esteban Bigliardi. Gustavo es profesor de yoga y atraviesa una separación. Él es argentino y su ex, Vanesa (Manuela Oyarzún), chilena; los dos son profesores de yoga. Ella se queda con el departamento y abandona el estudio que compartían, pero Gustavo se queda sin casa en un país que no es el suyo, así que empieza a deambular con sus cosas hasta que encuentra una habitación. Los niveles de estrés que maneja le generan una lesión en la rodilla: su manera de subsistir se ve amenazada y reemplaza el yoga por ejercicios de cuádriceps y rutinas en el gimnasio. En ese tránsito aparecen alumnos nuevos y viejos, y Gustavo se reencuentra con la práctica.
Rejtman viaja a Chile desde hace mucho tiempo. La primera vez fue a principios de los 90: había ido a presentar su segundo libro de cuentos, Velcro y yo, a la Feria del Libro y aprovecharon para organizar una proyección de Rapado, en ese momento su único largometraje. "Llegué con las latas de película y me vino a buscar al aeropuerto la censura: se las llevaban y daban el OK para proyectarlas a medianoche en la sala Cine Arte Alameda. Terrible. Fue hace mucho tiempo, por suerte ya no pasa", recuerda el director. Las primeras veces viajó por cuestiones laborales y después empezó a ir a un retiro de yoga en el norte: "Tengo esa relación atravesada por el trabajo y por el placer. Siempre me gustó y me parece misterioso: Chile está pegado a la Argentina y, a la vez, es muy distinto. Aún así, tienen muchas cosas en común y creo que saben más de nosotros que nosotros de ellos. Esa relación asimétrica también me gustaba".
La práctica es una coproducción entre Argentina, Chile, Alemania, Portugal y Holanda. Rejtman habla del país vecino y señala su particular vínculo con el Pacífico, cierta fascinación con Estados Unidos (hay algo de espejo invertido en la organización de sus paisajes y su biodiversidad), la mezcla entre la cultura originaria y lo europeo, la marcada diferencia de clases, entre otros elementos. "Es muy diferente y, al mismo tiempo, familiar. Eso me gustaba mucho", dice. En un principio la historia transcurría en Argentina, pero a lo largo del proceso de escritura pensó en Chile: "Uno de los motivos fue una especie de especulación económica porque uno siempre tiene que pensar cómo va a financiar sus películas. Mi película anterior, Dos disparos, también había sido una coproducción y había contado con apoyo del Fondo de Fomento chileno, creo que fue la primera coproducción minoritaria que no se filmaba en Chile hasta ese momento. Pensé que con un plan de rodaje allá se iba a facilitar ese proceso pero me equivoqué porque tardaron un montón, aunque finalmente nos lo dieron".
El otro motivo era el intento por regresar a una mirada inocente y con menos prejuicios sobre las cosas: escuchar una nueva forma de hablar en los actores, recuperar el asombro ante nuevas locaciones. "Cuando pongo el ojo en la cámara y estoy en Argentina tengo bastante claro todo y allá me resultaba mucho más inocente. Lo mismo me pasó con el documental El repartidor está en camino. Fuimos a filmar a Caracas y me sentía como un niño: ver cosas nuevas te da energía y cierta frescura", afirma el realizador.
Dónde viven, cómo hablan
–En tus películas las locaciones suelen ser muy importantes y dicen mucho de los personajes. ¿Cómo fue el proceso de búsqueda en este caso?
–La búsqueda de locaciones comenzó apenas decidí filmar en Chile. Me contacté con productores de allá y empecé a buscar retiros, departamentos, salas de yoga. Recuerdo el primer día: me llevó una chica que era pasante en la productora, ella misma había armado el recorrido y yo no lo podía creer, cada lugar al que me llevaba era espectacular. Uno de los primeros que vimos fue el retiro donde filmamos y casualmente la dueña del lugar era la madre de Antonia Zegers, una actriz chilena muy conocida allá que había venido al casting. Finalmente no daba para ningún personaje, pero es una actriz buenísima y a mí me gusta mucho su trabajo.
Por exigencias de coproducción, parte del rodaje se realizó en Chile y otra parte en Portugal. Rejtman recorrió el país europeo de norte a sur en auto, en cuatro horas y a unos 180 km/h para poder ver varios retiros, pero finalmente optó por filmar allí las escenas que transcurren en la sala de yoga. El retiro fue filmado en Chile. "Recorrí todo Portugal, ya puedo ser un agente de viajes especializado en yoga (se ríe)". Otra de las locaciones más imponentes es la casa de la ex del protagonista, que originalmente funcionaba como sede del departamento de arte y oficina temporal del equipo de rodaje. Cuando el director entró a ese lugar, pensó: "Esta es la casa de Vanesa".
Por lo general, en sus películas hay muchas locaciones y existe un lazo estrecho entre los personajes y sus casas: algunas ya no existen y otras siguen en pie con toda su carga ficcional. El departamento del protagonista de Rapado (1996) era la casa de los padres del director Robert Bonomo, que formó parte del equipo de rodaje del primer largo de Rejtman; la célebre casa de Silvia Prieto (1999) era la de otro director, el documentalista Néstor Frenkel, quien trabajó como sonidista en aquel proyecto; la casa de la familia protagónica de Dos disparos (2014) se filmó en realidad en tres locaciones diferentes ubicadas en Ituzaingó, Béccar y La Paternal. Es curioso: muchos de los que conocen esa cartografía rejtmaniana y pasan por esos pórticos no piensan en ningún dato de la realidad sino en los personajes ficcionales que salieron de la cabeza del director.
–Decís que esta es una película con varios elementos autobiográficos. Por empezar, practicás yoga hace más de 25 años. ¿Qué imágenes trajo este universo?
–La primera imagen que tuve en relación a la película apareció en un cortito institucional que hice hace algunos años para el BAFICI. Convoqué a varios directores de cine independiente que habían presentado sus películas en el festival (Rodrigo Moreno, Celina Murga, Diego Lerman, Federico León, Alejo Moguillansky, entre otros) y les pedí a todos que hicieran el paro de cabeza, que es como la reina de las posturas en yoga. Hice un plano de ellos muy parecido a uno de Bigliardi, ese en el que se lo ve de cabeza con la cara invertida. A partir de ahí se me ocurrió esta historia sobre un profesor de yoga, me gustaba la idea de que hubiera muchos paros de cabeza.
–Se suele señalar tu trabajo preciso con los actores en relación a los diálogos. Los chilenos tienen otro ritmo, otra cadencia, otra sonoridad. ¿Cómo fue eso?
–Los chilenos hablan rápido y fue un punto a favor porque a mí me gusta la velocidad. Esto siempre es un tema. Quizás con los más jóvenes no: Camila Hirane (Laura) y Giordano Rossi (Matías) entendieron muy rápido esa dinámica. Hay actores que entran fácilmente; algo así pasó con Fabián Arenillas en Argentina, que trabajó en varias de mis películas. Él apareció en un casting y decía los textos como tenían que estar porque los entiende de la misma manera en la que los entiendo yo. Con otros actores era más complicado. Fue un placer trabajar con todos, pero a algunos les costaba entender por qué tanta precisión. Amparo Noguera, por ejemplo, es una actriz increíble y todo lo hace bien pero me decía que lo sentía como un esfuerzo, terminó diciéndome que fue lo más difícil que hizo en su vida. Y con Catalina Saavedra, una gran actriz que hizo una película chilena emblemática como La nana, pasó algo parecido. Yo necesito trabajar de esa manera porque quiero escuchar el texto bien dicho, sin repeticiones ni muletillas. Eso no me sirve, tampoco me gusta verlo en películas de otros porque me da la sensación de que es un problema, de que hay un actor que no se acuerda la letra.
Esteban Bigliardi tiene una extensa filmografía y se luce en cada papel que le toca interpretar. Actuó en La flor (de Mariano Llinás), El estudiante y La cordillera (de Santiago Mitre), Muere monstruo muere (de Alejandro Fadel), Familia sumergida (de María Alché), La sociedad de la nieve (de Juan A. Bayona) y recientemente se lució en Los delincuentes (de Rodrigo Moreno). Sobre su elección para el protagónico, Rejtman señala su parecido con el actor en una suerte de juego de dobles y dice: "Me parecía que él podía tener una especie de ligereza y, al mismo tiempo, la densidad que necesita el personaje. Es como el yoga: una cosa liviana pero también con muchas capas. Estoy re contento con su trabajo".
La práctica es claramente una comedia pero hay un humor seco, sin estridencias ni trazos gruesos. Cuando se le pregunta por el desprecio que existe hacia el género, dice: "No sé si la comedia está despreciada. El tema es complejo y está relacionado a la cuestión de cómo conseguir fondos para hacer películas independientes, cómo se exhiben y qué mercado tienen. Para mí ese es el problema. Las comedias pensadas para plataformas tienen un humor mucho más grueso, son más fáciles y están hechas para el mercado. Si intentás hacer una película con humor, que juegue con el género pero que no vaya directamente al gran mercado, te encontrás con problemas de financiación y también de apreciación. Creo que por eso es un género complicado".
Públicos y plataformas
En relación a los públicos, Rejtman siempre confía en que sus películas encontrarán el suyo. "Sé que son películas que tienen comunicación con ciertos espectadores y eso es lo que me importa cuando las hago", dice. "No hablo de cualquier público sino de aquel que pueda comunicarse con eso que filmo. Pasó desde mi primera película hasta la última. Si no es en el momento, lo van encontrando con el tiempo". Algo de eso ocurrió con Rapado: el director la terminó en 1992 pero aún no existían escuelas de cine, no había resurgido el Festival de Mar del Plata y tampoco existía la crítica especializada que aparecería más tarde en revistas como El Amante y Film. Por esa razón decidió estrenarla recién en 1996. En estos años, además, Silvia Prieto se convirtió en un fenómeno de culto y por la celebración de su 25° aniversario las nuevas generaciones tienen la oportunidad de verla en el Gaumont.
El autor de Tres cuentos dice que las plataformas pueden ser "una desgracia pero también una suerte", ya que "las películas tienen más vida". Cuando recibe el reporte de Mubi (la plataforma que aloja casi toda su obra) le sorprende encontrar en la lista lugares como India o Indonesia, "países a los que nunca me hubiera imaginado que podían llegar mis películas". Hace poco le escribió un chico de Irán porque había visto todo menos el corto titulado Shakti y consultaba si le podía enviar un link. "Hoy la noción de público cambió muchísimo y el estreno en salas no es tan importante como antes, aunque para mí la mejor experiencia es verlas en cine", sostiene.
En su obra puede registrarse un acercamiento paulatino al humor y también a los diálogos: "Creo que empecé a disfrutar cada vez más de los diálogos", reflexiona. "Hay una noción un poco falsa de que el cine es imagen y no diálogo, que las cosas tienen que mostrarse y no decirse. Es una noción que te meten en la cabeza cuando empezás a estudiar cine. En un momento me di cuenta de que era al revés: con el diálogo se puede decir tanto como con la imagen, es súper rico y la voz en off también. Encontré una forma de usarla que me gusta y me sirve para hacer avanzar la acción".
Sin cine nacional
Casi siempre que termina de rodar una película, Rejtman piensa que no volverá a hacerlo nunca más porque son procesos arduos: "Por lo general tengo en la cabeza ideas muy precisas sobre qué es lo que quiero y hasta que no lo consigo, no funciona. Eso me agota mucho pero igual siempre vuelvo a hacerlo. Fue difícil financiar esta película porque transcurría en Chile y lo que yo creí que iba a ser una ventaja finalmente terminó siendo una desventaja porque no había nadie que se hiciera cargo de la producción general".
Sin embargo, asegura que hoy es mucho más complicado que cuando él encaró este proyecto: "Hoy se desistió de la idea de un cine nacional. Sin apoyo estatal los cines nacionales no existen en ningún lugar del mundo, salvo en Estados Unidos o India", señala. "Si no tenés fondos en tu país, es mucho más difícil conseguirlos afuera. La voluntad es que no hagamos más películas y que no se produzca más cultura. Lamentablemente ese es el panorama actual. Yo empecé a hacer cine después de la dictadura y ese fue un paréntesis muy grande en la cultura; hoy está pasando algo parecido. Antes había una censura directa, pero cuando se cortan los medios económicos es un poco lo mismo".