Un proyecto del oficialismo en las puertas del Congreso de la Nación para bajar la imputabilidad a trece años, una ministra de Seguridad que se reúne con el presidente salvadoreño Nayib Bukele, un país donde siete de cada diez niños son pobres según Unicef, hacen preguntarse ¿cómo prevenir el delito en poblaciones vulneradas? ¿es efectiva la política de “mano dura” o se perpetúa como una ilusión de derecha?

Nora Calandra es subsecretaria de Inclusión Laboral y Comunitaria de Personas en Conflicto con la Ley Penal de la provincia de Buenos Aires. Ella misma estuvo presa, fue madre mientras estuvo detenida y su trayectoria militante se construyó en la Rama de Liberados y familiares del Movimiento de Trabajadores Excluidos. En ella se conjugan la experiencia, la militancia y la función pública.

“Muchas veces la cárcel es el primer contacto que tienen las personas con el Estado. La inseguridad es una realidad, pero la gente debería saber que el Estado muchas veces llega tarde a determinadas poblaciones. Si no hay Estado en los barrios populares, queda un territorio vacío, donde avanza la delincuencia y el narco. El encarcelamiento termina siendo una política pública a falta de otras políticas públicas. Cuando se fomenta el trabajo y la formación en las cárceles, las personas privadas de la libertad empiezan a proyectar la vida”.

Según un estudio del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, la percepción de venta de drogas sube un 62 por ciento en villas de emergencia y al 70,5 por ciento en barrios de viviendas sociales. El acceso al mundo de la venta de drogas aumenta a la par de la desigualdad, y con el mundo del narco llegan otras ilegalidades y delitos. “Yo soy de Merlo, vivo en un barrio humilde y ahí, si no se generan lugares de pertenencia, lo que se ve es que los pibes se juntan en la esquina y la pertenencia se la dan las drogas, es ahí donde tenemos que estar nosotros”, menciona Calandra.

La funcionaria distingue dos tiempos para combatir el delito. Uno es el previo, en las calles, en los barrios, ofreciendo oportunidades y otras redes de contención. El segundo sería en las cárceles, evitando que los presos al salir reincidan en la delincuencia. “Hace muchísimo tiempo se utilizan los mismos métodos para la seguridad: construir más cárceles y que la gente porte armas, y la sociedad lo incorpora. La experiencia nos dice que una persona que se forma en algún saber, si sale y no tiene dónde ejercerlo, dura dos meses libre. Lamentablemente la cárcel tiene eso, crea un lugar de pertenencia, vos aprendes un saber: está quien escribe, quien cocina, quien hace manualidades. Y si después no lo podés desarrollar, terminás extrañando la cárcel”. Y agrega, “cuando uno recupera la libertad nada es igual. La familia no es la misma, las niñeces crecieron, uno se tuvo que endurecer, los vínculos se desgastaron o se rompieron. Entonces ¿qué hacés con todo eso cuando salís? Ese proceso hay que acompañarlo, porque si no uno termina reincidiendo”.

¿Cómo se sale de la cárcel para no volver? “Nosotros entendemos que la cárcel es una eventualidad en la vida de las personas, que van a salir y que van a volver al mismo barrio, pero tienen que volver de otra manera. Eso es la inclusión social. Nosotros trabajamos mucho con las familias, porque esos vínculos se rompen, el impacto del encarcelamiento no recae solamente en la persona sino en la familia, y lo digo desde mi experiencia. El compromiso que tenemos es brindar las herramientas a las personas que hoy están privadas de su libertad para que se transformen en trabajadores y trabajadoras, en universitarios”.

Calandra habla con palabras que se han vivido. La experiencia de las unidades productivas, de las cooperativas del sector de personas liberadas del MTE, arrojan datos esperanzadores: “hay cero reincidencia en el delito. Desde la organización se da una respuesta para no volver a cometerlos y nosotros queremos convertir esa experiencia en política pública.  Hoy tengo ese desafío y una gran responsabilidad, porque sé de lo que hablo, sé de las propuestas que tengo. Quiero ser una funcionaria que funcione, como decía Cristina. Hoy es una decisión política que yo esté acá”.

Ignorancia

Acerca del posteo del actual presidente en sus redes sobre “la cárcel progre”, donde describía una serie de factores como “mucho sexo gay” o “vivienda gratis”, la subsecretaria tiene una respuesta clara: “Lo que posteó el presidente reafirma lo que sabemos, no solo es violento sino es un ignorante sobre lo que pasa en las cárceles. En las cárceles se trabaja, la gente se forma. Dice vivienda gratis pero hay una superpoblación, es indigno como viven. No sabe lo que pasa en las cárceles como no sabe lo que pasa en los barrios populares, no ha pisado nunca un territorio”.

Mientras algunos mandan desde el desconocimiento, otras han vivido experiencias que las marcaron sin darse cuenta. En palabras de Calandra, “le empecé a poner nombre a lo que yo hacía en las cárceles recién ahora: yo pensaba que estaba sobreviviendo con otras mujeres y lo que estaba haciendo era feminismo popular. Falta que el feminismo entre a las cárceles, yo creo en el feminismo que no usa tanta purpurina y revuelve una olla en la esquina, que se mueve por la que la están cagando a palos. El feminismo tiene una deuda con las mujeres presas".

Como en toda deuda, hay números. En las cárceles de mujeres, cuya población continua creciendo por el narcomenudeo, más del ochenta por ciento son jefas de familia. Vienen de familias monomarentales, donde ellas se encuentran a cargo de sus hijos por distintas cuestiones. “Porque su compañero cayó detenido, o se fue, o se deprimió, y nosotras no tenemos tiempo de deprimirnos, tenemos que salir a pelearla. Cuando hay un Estado ausente, el que gana terreno es el narco. Y el narco empieza a captar como vendedores a ciertas personas que fueron vulneradas en derecho. Las cárceles están llenas de mujeres por ese delito. Es una deuda llegar antes, se visibiliza a la mujer pobre cuando comente el delito y no antes”.

Hay veces donde la falta se convierte en proyección. Lejos del odio, Calandra apuesta a la creación sabiendo lo que es no contar con un Estado presente. “Yo trabajo en La Plata y todos los días vuelvo para Merlo. Y todos los días salgo con el compromiso de reducir la reincidencia, generar oportunidades que yo no tuve. Yo vengo de patear los barrios, de andar las villas. La respuesta está con las organizaciones sociales, con la gente que pone el cuerpo. Nosotros somos el Estado y tenemos la responsabilidad de estar, y las organizaciones de traer la demanda. El Estado no tiene que tener miedo de reconocer el trabajo de las organizaciones en el territorio”.

Quizá queda preguntarnos qué sería de un país si fuera manejado por sus propios protagonistas, aquellos que en vez de mirar de lejos, tienen la experiencia y las ideas en sus propios ojos.