Borges, en un ensayo sobre Vathek, la novela de William Beckford, cuenta que Wilde "en broma" propone una biografía de Miguel Ángel que omitiera todas las obras de Miguel Ángel. En esa dirección prosigue: "no es inconcebible la historia de los sueños de un hombre”. Es decir, se podría hacer una biografía sólo con los sueños de un hombre. En ese sentido borgeano, se podría ubicar a "los historiales freudianos".

La novela Lo posible anterior de Andrés Lasso Ruales, comienza como un sueño. En el sueño, el plural admite que está soñando con otro que evoca la figura de un doble.

En esta novela, el soñante se llama José Bernardo Plaza; podemos decir que a la manera de Bouvard y Pecuchet no hay el uno sin el otro; su compañero de sueño le cuenta que cuando escribe suele irse por las ramas de la ficción o de la historia anotando en una libretita cada detalle, como si la "verdadera" novela siempre estuviese contada en otra parte.

De pronto, el soñante, el tal Plaza, despierta, es un joven ecuatoriano que ha cambiado su destino. Elije no seguir sus estudios en la Universidad Central de Quito, sino termina por encontrarse en el 2017 en Buenos Aires en la mítica Puan para estudiar la Maestría de Literatura Comparada. Ya tiene la edad de Cristo en la cruz, cumple 33 años. Lleva un cuaderno que no es un diario y la palabra anecdotario cae justo a lo que irá contando.

Los libros que lee son de escritores argentinos, una mescolanza como diría Leónidas Lamborghini, pero sólo nombro uno que hace a lo que va contar y es Adán BuenosAyres de Leopoldo Marechal, como el nombre lo indica comienza por los orígenes.

Como cualquiera que llega a una ciudad que no es la propia, pero conoce literariamente, busca y encuentra un café donde leer, la realidad geográfica y la ficción se hermanan. En el barrio donde vive, desde una ventana a otra se escucha Adiós Nonino. Hoy día, es casi inverosímil.

En Buenos Aires nunca faltan maestros. Ya se encontró con uno, Óscar Mariotti. También en la novela de Mark Twain, un yanqui en la corte del rey Arturo es capaz de observaciones extranjeras tan acertadas, como la que señala que el ciudadano argentino tiene esa condición, yo diría costumbre, de teorizar absolutamente todo.

Con el profesor Óscar Mariotti ya estamos en el siglo diecinueve, Amalia, Facundo. Recuerdo el epígrafe de Mármol a Amalia: "Es una ficción calculada". Como toda ficción, necesita de un secreto, Mariotti le cuenta que por ser Plaza del país del escritor y ensayista Juan Montalvo, le va a compartir un secreto. Plaza lo interpreta como un secreto histórico.

Juan Montalvo es uno de los autores del siglo diecinueve, quien escribió una frase final sobre la existencia de Dios: "Mi pluma lo mató".

Plaza cita una atribución errónea de Sarmiento. Epígrafe de Facundo "Bárbaros, las ideas no se matan", que atribuye a Fortoul una frase que pertenece a Volney, según declara Renzi en Respiración artificial. Atribución que en realidad es develada por Paul Groussac.

Plaza dice que su abuelo había conocido a escritores argentinos desde Borges a Saer. La lista, cronológicamente, salvo que dejemos de lado la edad del abuelo de Plaza, es inverosímil, no es un error.

El profesor Mariotti es conocedor de la obra de Sarmiento y Alberdi, mejor dicho, de la discusión entre ambos; Plaza ya es un porteño y una tardecita se pide en un bar una milanesa a caballo. En el aire de la novela se respira Respiración artificial y En el corazón de junio. Piglia, y el tal Gusmán, otro dúo.

Plaza camina la ciudad y llega hasta el café Los Galgos donde al fondo de la barra hay una foto de Gardel. Me interesa Adán BuenosAyres porque el libro de Andrés, a pesar de ser del 2017, habla de otras voces y otros ámbitos, o historia de dos ciudades, pero la geografía literaria es mítica.

Las cartas que figuran en el libro, como los diarios, son otra manera de contar el poco de realidad como diría Breton, irrumpen en la narración. Ya no está en Los Galgos, en Montecarlo sino en el café Margot. Plaza me recuerda cuando en Buenos Aires los cafés tenían nombre propio, no me refiero a la cadena del Café Martínez. El Margot en el barrio de Boedo ya le permite entrar en la discusión de las escuelas de Boedo y Florida.

De pronto, nos encontramos con el diario de Rodolfo Mariotti de 1882. Un pariente de su profesor que dialoga con el Figarillo, como se le conocía a Alberdi: "Mañana iré a visitar a Figarrillo para explicarle este amargo suceso".

En la página 48 nos enteramos de la familia Plaza Guijarro:

"La familia Plaza Guijarro estaba manchada por el asesinato de un tal señor de apellido Palacios a manos de Néstor Plaza. A causa del amor por Victoria Guijarro, Néstor sería el tatarabuelo de Plaza".

Desde Shakespeare, y seguro desde antes, las venganzas por amor no escapan al trabajo y los días, pueden llevar siglos. Los nombres propios como el de Piglia, incluso el propio, son simples boyas que le permiten a Andrés narrar la historia de los Plaza.

Borges escribe en El escritor argentino y la tradición que para escapar al color local pensaba en el Paseo Colón y la llamaba Rue de Toulon, pensaba en las quintas de Adrogué y las llamo Triste-le -Roy. Se refiere a su cuento La muerte y la brújula. Sí, sin duda una brújula marca la extraterritorialidad.

En Colonia, Uruguay, al borde del Río de la Plata hay una especie de remedo de la torre de Martello joyceana. Dicen que la construyó un argentino para poder ver Buenos Aires. Brecht le llamó distanciamiento.

Cuando comencé a escribir sobre este libro ignoraba su última página. Los personajes a veces suelen ser un faro:

"La segunda (opción) sería en cambio en escribir una novela sobre cualquier personaje, colocar un argumento y la trama, Montalvo en París, Alberdi en la misma ciudad, replica a Flaubert, los dos pensadores latinoamericanos se conocían en la ciudad de Las Luces y podía ser una ficción parecida a la de Bouvard y Pecuchet, ambos conversarían por las calles parisinas sobre sus países, sobre el continente y sus pasiones".

Quizás, por esa razón Andrés, como Plaza, necesitó esa respiración artificial de otra ciudad para escribir sobre el Ecuador que en el siglo XVIII había sido considerada La Mitad del Mundo por la misión geodésica francesa que tenía como misión determinar la forma de la tierra.

Gracias a Julio Verne y su novela La esfinge de los hielos, el capitán Gun, lector de Poe, que leyó las Aventuras de Arthur Gordon Pym, cree en la existencia real del personaje y lo va a buscar al fin del mundo porque cree que sobrevivió y está en alguna isla esperando. Sí, hoy la máquina del tiempo de Wells es casi una realidad cibernética, lo mismo que La invención de Morel, quizá está novela "Geódesica" de Andrés, despertó en mí la idea: "¿y si un día me voy a tomar un café a Los Galgos a encontrarme con Renzi o con Ricardo, en la misma mesa en que me leyó los originales de Respiración artificial?".

Le agradezco esta novela a Andrés Lasso Ruales por haberme devuelto a esas cosas que hoy no están en mi ciudad. No es nostalgia, es de puro extraña no más.