Desde hace un tiempo es cada vez más frecuente leer titulares que dicen que alguna persona fue condenada por “contagiarle VIH a su pareja”. Estos titulares en medios van acompañados de notas que en lugar de avanzar en una investigación rica en datos científicos y los pormenores del hecho se dedican a copiar y pegar partes de algún material judicial sin contexto. Con la desesperación de un like más o una visita al medio ponen un título “carnada” sin tener en cuenta cómo esto repercute en las personas VIH y el resto de la sociedad.

Lo primero que se debe comunicar es que una persona debe ser juzgada por lo que hace y no por lo que es, es decir: se debe juzgar un crimen, no un estado de salud. Lo que debe contemplar la justicia son sus acciones, las relaciones de poder, los acuerdos o no que había con la otra persona y tantísimos factores que además deben ser acompañados por todos los conocimientos que tenemos hoy en día sobre transmisión en VIH. La condena debe ser por cometer un ilícito, no por ser alguien viviendo con VIH.

Exigir que no se criminalice vivir con VIH no significa ni descreer de la víctima ni librar de responsabilidad a la persona acusada: lo único que exigimos es una investigación sin prejuicios y basada en todo lo que ya sabemos sobre el virus.

Una persona VIH+ que toma su medicación ARV y sostiene la indetectabilidad no transmite el virus en un encuentro sexual sin protección.

¿Cómo se comprueba que una persona le transmitió VIH a otra? Más allá de lo que cada parte declare, el análisis filogenético del tipo de virus (cepa) de cada persona no siempre es concluyente para los parámetros legales a la hora de tener una prueba fidedigna. Estos análisis no son tan exactos como uno de ADN. Entonces, ¿cómo se prueba que una persona que acusa a otra no había resultado infectada anteriormente? ¿De cuando hay registro de testeo de las partes? ¿Cómo puede la justicia comprobar que fue en ese encuentro la transmisión? Es muy complejo probar estas cosas que generalmente son respondidas con hechos muy personales y específicos de cada caso.

¿Sabemos si la parte acusada, la persona VIH+, tomaba regularmente su medicación? Una persona VIH+ que toma su medicación ARV y sostiene la indetectabilidad no transmite el virus en un encuentro sexual sin protección. Entonces es necesario que se sepa desde cuándo es indetectable, dato que suele ser parte de su historia clínica. Al igual que se debe preguntar, e investigar, si conocía su estado serológico. Estos datos, ¿aparecen en la investigación? Y luego, ¿esto se cita en las notas periodísticas que hablan del hecho?

Con esto nadie quiere ni defender ni quitar responsabilidad a la parte acusada, sino que sea juzgada por lo que hizo, no por lo que es o podría ser. Si hay dolo, si hubo intención de dañar, si hubo hechos violentos, todo eso debe ser juzgado y tener la pena correspondiente. Pero el VIH no puede ser utilizado como elemento de odio porque lejos de concluir con esa condena se esparce creando estereotipos dañinos para toda la sociedad.

¿Qué pasa cuando lo que se juzga es al virus? Se construye un estigma que puede derivar en peores condiciones de salud para la población en general. Si ser una persona positiva conlleva riesgo de ser juzgada solo por esto, es muy probable que se reduzca la cantidad de testeos por miedo a represalias. Por ende, no es que habrá menos personas positivas sino menos personas positivas sabiendo su situación de salud.

Si la información correcta se difunde y más gente se testea, la que resulte positiva podrá empezar cuanto antes un tratamiento, mejorando su calidad de vida y alcanzando la indetectabilidad. Más personas que saben que son positivas significa menos personas con posibilidad de transmitir el virus.

Pero en lugar de encontrarnos con estos datos, la información que literalmente se viraliza es la que se regodea en el odio y el prejuicio. Cuando se habla de VIH ni siquiera se utiliza el lenguaje correcto. Por ejemplo, no es lo mismo la transmisión que el contagio. El virus de VIH no se contagia sino que se transmite, por lo tanto para que haya una transmisión tiene que haber un fluido entrando al torrente sanguíneo de la otra persona y con una carga viral presente. En cambio si hablamos de contagio basta con toser, besar o compartir el mate, como puede ser el caso de una gripe, o del Covid. Pero ¿qué dicen los titulares?: “Le contagió sida a su pareja”. El VIH no se contagia, se transmite. El sida no es un virus, es un estadio avanzado del virus en el que al haber perdido tantas defensas la persona queda expuesta peligrosamente a cualquier enfermedad. Pero ni en título o desarrollo de las noticias se avanza sobre esto, e incluso si así fuese, sabemos que estos titulares son los que viajan por las redes afianzando el prejuicio.

El virus de VIH no se contagia sino que se transmite, por lo tanto para que haya una transmisión tiene que haber un fluido entrando al torrente sanguíneo de la otra persona y con una carga viral presente

¿Quién tiene VIH? Cuando hablamos de este tipo de criminalización se construye la idea de “el portador”. Se caricaturiza y se le asignan terrores sociales a un virus hasta convertirlo en persona despreciable. Según este recorte voluntario y odiante gays, presidiarios, prostitutas, hombres violentos, todas y todos estos pueden ser potenciales amenazas. Ya la palabra “portador” implica que alguien carga con algo peligroso, amenazante. Entonces los medios usan esta leña para enardecer el “debate” que en realidad es puro monólogo de ignorancia. La construcción de un estereotipo no solo perjudica a la población afectada sino a toda la sociedad, por ejemplo cuando alguna persona se niega a testearse porque total “no soy gay”. Al pensar que el virus solo puede pertenecer a ciertas poblaciones, las demás se creen exoneradas de esos controles. Para resultar positivo en un test de VIH alcanza con ser humano.

Los medios y la justicia tienen una responsabilidad social que sacrifican gustosamente. Con tal de sumar un seguidor más en el caso de los medios y, en el de la justicia, lo que aparece es un adormecimiento burocrático arrullado por pereza y pre conceptos arcaicos. La criminalización del VIH revela las peores facetas de una sociedad que en lugar de tender puentes se regodea en el odio y el amarillismo.

Como periodista y activista VIH desde hace años debo repetir estos artículos con textos similares que terminan naufragando en el mar de sobreinformación, y peor aún, en la carpeta de los datos que poca gente quiere afrontar. Porque hablar de VIH no es solamente hablar de un virus, es hablar de las tareas y responsabilidades que tenemos como sociedad. Es hablar de salud pública, de recursos económicos y la gestión de los gobiernos de recalcitrante tufo a derecha. Hablar de cualquier infección de transmisión sexual (ITS) es hablar de ESI, de los rosarios metidos en nuestro programas educativos y del obsceno placer católico de atacar y culpar al sexo.

Y cuando el VIH aparece en ámbitos legales se nos acusa de querer negar culpas y responsabilidades, o de querer desacreditar a las víctimas. No hay nada más alejado de la realidad que esto. Si hablamos de VIH en la justicia, lo que exigimos es que se utilice la información que existe hace tantos años, que por odio no se priorice en el prejuicio sino en la información, y que se juzguen hechos, no estados de salud. Lo merecemos las personas positivas, pero también lo merece toda esta sociedad.