Se trata de una ventana invisible que muestra un oasis en el desierto y que fluye desde el imaginario colectivo del hombre de a pie hacia la vida soñada de un deportista exitoso, pero que, también, vuelve desde la óptica de una estrella hacia el placer de la vida cotidiana. Es tan cierto que el hincha se muere por ser el ídolo, como que, en muchas ocasiones, el ídolo alquilaría su hazaña por un poco de supuesta normalidad. Para Juan Ignacio Sánchez, el jugador más cerebral de la Generación Dorada del básquetbol argentino, hubo un punto de su vida en el que añoró no ser. En el que buscó dejar de perderse cosas. En el que comprendió a la finitud. Entonces a los 29 años, decidió retirarse por primera vez. Pepe iba detrás de lo imposible: encontrarle una respuesta a todo. Más de 11 años después de aquella decisión, que luego revertiría, es un hombre que se ha ido de-construyendo. De ser un atleta prediseñado para ir, llegar y vencer en sus objetivos, hoy lleva tatuada en un brazo la frase “Abraza la incertidumbre”. La versión conceptual y sobreintelectualizada de Pepe dio lugar a un admirador de la intuición. Así vive, entre el sistema y la alquimia del destino, al mando de un modelo artesanal y exitoso como Bahía Basket, un proyecto pincelado por la filosofía de aquella generación mágica. Pareciera que aquel base de visión periférica comenzó a encontrar todas las respuestas justo cuando dejó de buscarlas.
-Tuviste un hijo, dejaste de viajar permanentemente y cumpliste 40 años. Parecés estar viviendo una época de muchos cambios. ¿Cómo lo llevás?
-Muy bien la parte familiar, pero es raro no viajar; es una sensación hasta corporal, como que necesitás moverte. Es algo que está adentro del cuerpo. Igualmente, una de las grandes razones por las que dejé de jugar en Europa fue para volver a lo cotidiano: ir a comer a la casa de mis viejos un domingo, compartir cosas con mis hermanos, estar con mis sobrinos... En los primeros años tras el retiro eso fue muy intenso. Quedaba como un pesado, porque mientras la gente seguía con su vida normal y rutinaria, yo quería comer todos los domingos un asado y quería estar todo el tiempo con mis viejos, mis sobrinos y mis hermanos. Después me fui aplacando y ahora hay normalidad. Al principio era como una necesidad de recuperar la cantidad de años perdidos, de navidades perdidas. Perdidos o invertidos en otra cosa, en la carrera de basquetbolista. Y llega el momento de invertir en lo cotidiano. Ahí es cuando observás que lo cotidiano, que para vos es un tesoro, para lo demás es lo normal. Y para mí no es normal ir a la casa de un amigo a tomar mate, porque yo pasé 15 años sin tener eso. Con el tiempo todo se vuelve a equilibrar, pero siempre lo tengo presente.
-¿Extrañabas todo eso cuando no lo tenías?
-Sí, mucho. Nunca me pude habituar a la falta de lo afectivo. De hecho, mis viejos y mis hermanos venían mucho a verme; y siempre me traía amigos. Hasta tuve amigos viviendo conmigo, parecía una serie norteamericana. Era una necesidad de poder compartir todo eso que me estaba pasando. Ahí le das valor real a lo que vivís. La necesidad esa estuvo siempre y por eso terminé temprano mi carrera y volví. A mí mujer le pasaba lo mismo, ella también extrañaba mucho. Me bancó y me bancó, hasta que me di cuenta a los 32 o 33 años, que ese presente iba a ser igual hasta los 40. Entonces, se vuelve una cuestión económica de decir: “Bueno, sigo ganando contratos hasta que pueda”. Pero yo veía que ella ya no la estaba pasando bien. Nos tiraba mucho lo afectivo y decidimos pegar la vuelta. Hoy pienso de otra manera porque lo veo desde otro lado. Desde mi experiencia, el consejo que le podría dar a un chico es decirle que juegue hasta que pueda jugar, porque después tenemos otros 40 años para hacer todo esto. Pasa que yo me fui muy chico, a los 16 de mi casa y a los 18 a un mundo desconocido, sin Internet... Y el peaje que pagué fue cinco veces más caro que el de hoy, que es un mundo conocido y cercano por las comunicaciones. En mi época era un llamado telefónico por semana, con suerte, y de cinco minutos, porque era carísimo. Pasa que hacés una construcción un poco exagerada de lo que te estás perdiendo, de ese mundo que no podés ver ni tocar. Es como cuando de noche los problemas son problemones y de día no son para tanto.
-¿Cómo era esa sensación?
-Hay una anécdota. Jugábamos en Puerto Rico un torneo de juveniles y tenía una semana antes de volver a Estados Unidos a entrenarme. Entonces, uno de mis amigos me dijo de irnos a Cancún de vacaciones. Fui, y de ahí directo a Filadelfia. A las dos semanas no te puedo explicar lo arrepentido que estaba de no haber vuelto a casa aunque fuese por unos días. Cada minuto de eso valía oro y ahora no lo tenía. Pasó un mes y sentía que no lo iba a aguantar. Idealizaba todo: mis amigos, los sábados a la noche, mi familia... Entonces le dije al entrenador que necesitaba irme una semana a mi casa, jurándole que iba a volver. Mis compañeros me despidieron pensando que no me veían más. El tema es que, cuando volví a casa, la vida continuaba. Llegué de sorpresa y no les avisé nada a mis viejos. Bajé del colectivo dos cuadras antes y, mientras caminaba, veía a la gente que iba a hacer los mandados, todo igual que siempre. Yo estaba convencido que el mundo se había paralizado porque yo no estaba. Cuando toqué la puerta de mi casa, mi vieja abrió y me preguntó “¿Qué hacés acá?”. Después de saludarme, me dijo que se tenía que ir a hacer unas compras y volvía. No lo podía creer. Fueron cinco minutos que me dieron lo que había ido a buscar: me di cuenta que no pasaba nada, que cada uno seguía con su vida. Y yo hice eso. Me fui a seguir con mi vida y a cumplir con mi sueño. Aquella fue una situación necesaria para continuar con lo que había elegido. Hay mucha idealización cuando te falta algo.
-Una vez, Bielsa dijo en una charla con sus jugado-res que ellos tenían éxito y una posición económica mejor que la mayoría, pero que lo único que no podían comprar era tiempo. ¿Te pasaba eso?
-Más en el punto no se puede estar. Yo tenía una obsesión con el tiempo. A mí me afectó de manera positiva y negativa haber estudiado Historia y Filosofía en la universidad, porque es importante pensar, pero el exceso de pensamiento muchas veces se puede volver contraproducente. Te paraliza exagerar lo racional. Casi todas las cosas que yo les digo a los chicos en alguna medida van en contra de lo que yo hice. Yo fui un jugador muy pensante, pero hoy les digo a los chicos que jueguen con la intuición y con la emoción, porque la razón gasta mucha energía. Me obsesioné tanto que pensaba que se me iba la juventud, la vida jugando al básquet lejos de mi casa; y que si mañana me pasaba algo ese tiempo ya no lo podía comprar. A los 27 años consideraba que ya había cumplido mi sueño y todo lo que quería hacer y empecé a pensar en el retiro. A los 29 me retiré por primera vez. Después me convencieron y terminé jugando en el Barcelona. Creía que el tiempo se me agotaba. Era un exceso de racionalización. En el tema de cumplir los sueños también hay algo colectivo, por lo que tenés que hacer partícipe a los tuyos, porque tiene que ser global, de toda tu aldea, sino te va a pasar eso de mirarte y no reconocerte. En la ecuación de cumplir un sueño, o dinero, o fama, versus perder tu identidad, vas a salir derrotado siempre. Hay que tener un equilibrio; pensar, leer y estudiar es genial, pero no hay que perder la intuición ni mucho menos el hecho de hacer lo que hacés porque amás lo que hacés.
-Siendo un tipo que intelectualiza tanto…
-Intelectualizaba, ya no.
-Está bien. Igual, ¿por qué te tatuaste en el brazo derecho la frase “Abraza la incertidumbre”?
-Tiene que ver con mi hijo. Estoy formateado para deconstruir todo. Yo era un pibe como cualquiera, que quería jugar al básquet en el club de mi barrio y terminé jugando en la NBA y en Europa. Todo eso arma un personaje: te convencen, o te convencés vos, que sos ese jugador que gana mucha guita y está en el máximo nivel mundial. Entonces, cuando con mi mujer empezamos a buscar tener un hijo y no podíamos, se hizo difícil de entender. Y pensás: “¿Cómo pasa eso, si yo soy un superhéroe salido de una película? ¿Cómo no voy a poder algo tan básico como tener un hijo?”. Entonces, todo ese mundo que das por sentado cae como fichas una detrás de otra, porque sentís que podés hacer todo, pero justo lo que más querés no podés. En ese momento te das cuenta que era todo una película eso de que la vida era ponerse un objetivo y cumplirlo. Es como que todo se desarmó y entendí que había tenido ciertos golpes de suertes favorecidos por mi entorno, de un contexto de familia clase media que me inculcó ciertos valores y que innatamente tengo mucha disciplina y mucha resiliencia y talento, que me ayudaron a ser el jugador que quise ser. Y ahí termina. Todo el otro pa-quete, el envoltorio con el que te hacen creer que vos sos distinto porque hacés algo muy bien –algo que a cierta edad es muy difícil no creértelo-, cuando te pasa algo así, cambia. “Ah, era todo mentira; yo soy una persona igual que todos”. Es algo que lo cuento porque seguro hay gente que pasa por una situación parecida.
-¿Te viste frágil?
-Te volvés parte de la vida misma. El auto en el que andás o las facilidades que tenés, así como hoy están, mañana no. Fue un proceso de repensar lo que me que-daba por vivir, con aceptar que la vida es incertidumbre permanente. Mi vida hasta entonces estaba hecha de certezas y a partir de ahí decidí que no iba a dejar de ser súper planificador con todo lo que tenga que ver con lo laboral, pero que la vida es salir a la calle sin saber qué va a pasar. Hoy, entonces, esta frase tatuada es anecdótica; diez años después pudimos tener un hijo y tendría que tener otra frase tatuada arriba que diga otra cosa. Y en algún momento la va a haber. Cuando jugás vivís en una burbuja, porque no sabés lo que es pagar un impuesto, hacer una cola o ir a un restauran-te y que te digan que no hay lugar. El mundo no es así y lo que tratamos de hacer en Bahía Basket es todo el tiempo mostrarles a los chicos la realidad, que estén en contacto con eso; que sepan que tiene un ejército de cosas que les hacen perder el sentido de la realidad. Entonces, hay que mostrarles un ejército de otras que las complementen, porque sino a los 30 o 35 años te pegás un palo bárbaro. Ser un malabarista adentro de una cancha está muy bien, pero no es el objetivo final de la vida, porque utilizás a alguien para lo que lo necesitás y después lo dejás en bolas. Hay que hacerles entender que simplemente tienen el talento para hacer una cosa bien, una, que es jugar al básquet.
-¿Cómo se fabrica un jugador de la Generación Dorada?
-No lo sé, no sé de dónde sale. Es uno de los secretos más buscados en el mundo del deporte. El otro día nos mandamos unos mensajes con Manu (Ginóbili) sobre este tema, y él me decía: “¿Cómo explicamos a lo que llegaron doce soñadores en un lugar donde no había nada, ni sistema, ni estructura, ni infraestructura?”.
En el básquetbol, nuestro legado era la generación anterior. Era cómo jugaba Espil (Juan) para mí, cómo jugaba Milanesio (Marcelo) para Manu. La selección no tenía ni una forma de jugar ni un sistema de valores. Yo formé parte del Mundial del 98 y era entrenarse, ir y jugar. No había cimientos. Viajábamos 30 horas para jugar un amistoso. Teníamos lo básico para competir. En ese contexto un grupo de chicos toma un camino. ¿De dónde sale Alemania campeón en el último Mundial de fútbol, por ejemplo? De un sistema, de una estructura planeada y pensada durante diez años. ¿De dónde sale este Estados Unidos imbatible en el básquet después de los tropiezos que tuvieron, especialmente con nosotros? De estudiar una metodología sobre cómo debían jugar en FIBA y qué debían hacer para eso. Lo mismo si uno mira cómo juegan los equipos de Guardiola o los de Bielsa. Nosotros teníamos un entrenador con mucha personalidad como era Rubén (Magnano), que tenía dos cosas muy claras: tremenda disciplina y un plano en el que todos éramos iguales. Y hubo doce jugadores decididos a ser contraculturales, a laburar en equipo, a largo plazo. Queríamos ganar y nos pusimos a ver qué tenía que hacer cada uno para conseguirlo. Los roles estaban bien claros. Y hubo mucha resignación personal. Entrenábamos como animales. Se ponían contentos los que jugaban y los que no jugaban. ¿De dónde salió todo eso? Mucho de autodidactas y cada vez más mérito de Rubén. Y también Guillermo Vecchio, que cuando nosotros éramos juveniles comenzó a hablar de medallas y a hacernos entrenar de una manera que rompía con la mediocridad; jugar al básquet no era divertirse un rato, había que defender, estar físicamente diez puntos y soñar en grande, aspirar con llegar a lugares. Todo eso Rubén después lo llevó a otro nivel.
-¿Pero cuánto de la experiencia de ustedes es transferible? Porque seguramente hubo algo inna-to que no se puede transmitir para que lo capitalicen otros.
-Ahí se puede dividir un poco más. El sistema de valores es transferible, desde el concepto de que lo primero es el equipo. Los chicos que están ahora tienen un orgullo bárbaro; la dedicación y el amor que tienen por estar en la selección está intacto. Lo veo igual que lo veía en nosotros. Y sé que es así, porque hablo horas de básquet con Luis (Scola) y porque tenemos chicos ahí. No importa cuánto talento tienen, por la forma en la que entrenan, se cuidan, cuidan al compañero... La metodología de nuestro equipo era entrenar hasta que te caías muerto. Hoy la metodología está más tocada por tanta información. Podés entrenar muchísimo pero de otra forma, incluso más divertida. Ahora, entre lo que no es transferible está el nivel de talento.
-Es decir que se pueden trasladar entonces algunos valores, que se puede respetar un proyecto y que, a la vez, eso puede no alcanzar.
-Es que ese tiene que ser el punto de partida, el saber que puede no alcanzar. Pero ese no es el problema, el problema sería si estuviese invertido. Yo parto de la base de que sé a dónde quiero llegar, entonces lo deconstruyo del final hacia adelante, para saber cuáles son los pasos que tengo que dar para ese objetivo. Esos pasos necesitan un sistema, una estructura y una metodología. Pero arriba del objetivo está la posibilidad de que no se dé; está ahí, latente. Cuando tenés eso claro, te lo sacás de encima y trabajás con mucha tranquilidad; entonces la presión y el exitismo está alrededor tuyo, en los otros, no en vos y en los que trabajan con vos. Lo que funciona repite un patrón: el proceso. “Hay que enamorarse del proceso”, como suele decir Luis Scola. En el fútbol, la Naranja Mecánica de 1974 no salió campeón, pero sólo los alemanes se acuerdan del campeón: el mundo re-cuerda más a Holanda. Y eso que dejaron después deriva en el Barcelona de Guardiola, que es otro de los procesos más exitosos de los últimos tiempos.
-¿Cómo te ves vos y cómo ves a todos los muchachos de la Generación Dorada dentro de diez años?
-Por suerte estamos muy en contacto, y los veo a todos muy bien con los proyectos que encaran; incluso los que están terminando de jugar ya tienen bastante en claro lo que quieren hacer. Los veo muy sanos, y creo que eso tiene que ver con la cordura que ha habido en el grupo en los 20 años que llevamos juntos. Veo a todos en situaciones muy sanas y no es casualidad. Los veo a todos siendo generadores de valor, disfrutando de lo que están haciendo, no anclados en el pasado. Seguimos siendo muy amigos, preocupados por lo que nos pasa. Es todo lo que se puede pedir.