"Levanten la mano los que vinieron la primera vez", disparó Travis Scott en medio de la euforia de su vuelta a Buenos Aires, anoche en el Movistar Arena. A casi dos años de su electrizante debut porteño, en calidad de figura estelar del festival Primavera Sound, el MC estadounidense regresó para ofrecer su primer show solo y convertirse así en el primer rapero icónico norteamericano de la generación milénica en reincidir en esta parte del mundo. A diferencia de otros miembros de la crema y nata de la movida, como los que bajaron a Lollapalooza Argentina en la última década: desde Eminem hasta Kendrick Lamar, pasando por Chance The Rapper, el desaparecido Sam Smith o los papelones de Drake y A$AP Rocky.

A sus 33 años, Travis Scott se encuentra de gira presentando Utopia, álbum que dividió las aguas en 2023. Mientras para algunos es un gran blockbuster musical, para otros su propuesta carece de coherencia y está demasiado atravesada por la obra de Kanye West, quien es uno de sus modelos a seguir junto con Kid Cudi (al punto de que ambos participan del disco). Lo cierto es que este repertorio puso el foco en los peligros de la fama, la presión creativa y la influencia de los artistas en la sociedad. "La gente piensa que el mundo es un lugar maravilloso, pero también es loco y salvaje", dijo su autor. "Hay 24 horas en un día, y puede ser como un minuto. Es una forma de utopía. Entonces pensé en crear una experiencia que pueda hacer que la gente se centre en ese aspecto de su vida y tal vez encuentre algo de equilibrio."

Él es lo más cercano que hay a un Walt Disney del hip hop. Si hasta hizo de sí mismo en un videojuego, en la pandemia, en Fortnite. Aunque si en el tour del disco The Astroworld, que lo trajo por primera vez al país, recreó bajo el cielo de Costanera Sur el parque de atracciones temático que lo marcó en su infancia, Six Flags AstroWorld, en esta ocasión la escenografía resultó más abstracta. Podía ser un parapeto, un trozo de la Atlántida que emergió del mar, un laberinto, una ruina antigua o un asteroide. Y si fuera éste último el caso, en ese B-612 el artista confirmó su condición de "Principito" de la doble hache. A diferencia de lo que mostró The Weeknd en River, donde esa ciudad futurista en forma de escenario era funcional para su distopía, en este caso Travis Scott era quien le daba lógica a cada rincón y módulo de la estructura.

Aunque cada paso que daba y cada movimiento que hacía parecían fortuitos y espontáneos, todo se trató de un relato hilvanado el año pasado en Lititz (Pensilvania), donde existe un complejo de estudios y un ecosistema técnico de apoyo para los artistas que ensayan sus giras. Aludiendo a las grandes epopeyas del Imperio Romano, Circus Maximus es el nombre de la larga serie de shows que el cantante, compositor y productor llevó adelante en Estados Unidos, Europa y ahora en Sudamérica, para presentar su cuarto álbum de estudio. Acá sólo vino el escenario (la puesta completa la integra además una cadena ovalada de pantallas), que se extendía de una punta a otra del sector campo del predio de Villa Crespo. Ahí arriba, la performance fue lo más próximo a una montaña rusa. Eso sí: sin barra de seguridad.

Previo a que el rapero ascendiera del inframundo, la dupla Orodembow y 0-600 (los productores que patentaron la identidad sonora de la música urbana argentina), a través de su laboratorio Oro600 (apéndice de su disco Casi ángeles, obra maestra del jangueo), calentaron la previa con un DJ set. Al ingresar en el estadio, desde la platea baja se divisaba la imponente pasarela. Y en una de sus alas, la más próxima a la calle Humboldt, los Cactus Jack, esos enmascarados con pasamontañas verdes que se tornaron en tribu inspirados en uno de los alias de Travis, comenzaban a alistarse para dar un show paralelo. Mientras en el ínterin sonaban unos grillos de fondo, un chico invitaba a su compañero al after del recital. "Es en Puerto Madero, a las 4 AM. Travis va a cantar para famosos e influencers. ¿Querés venir?", explicó el privilegiado.

Si en la calle mandaba la humedad posterior a la llovizna, ese indoor "soldauteado" hervía. Cuando el termómetro estaba a punto de estallar, Chase B, el DJ de las giras de Travis, se ubicó en uno de los costados de la estructura (antípoda de donde estaban los Cactus Jack), mostrando en el dorso de su campera universitaria el nombre "Atlanta", cuna del trap (por más que el DJ también es de Houston, como Travis). Luego, a las 21:20, en la pantalla del fondo del escenario del Movistar Arena se podía ver cómo una steady cam registraba en blanco y negro la procesión del rapero por un túnel, al tiempo que fumaba una seca y portaba en la mano una lata ilegible. Esto secundó a un collage de imágenes de la estepa africana en technicolor y el nombre de la gira en letras grandes rojas.

Una voz robótica femenina dio la bienvenida a la ceremonia: "Saludos desde Utopia. Antes de que comience el espectáculo, abre esa mierda", ordenó. Entonces sonaron esas voces, al estilo del rock progresivo, de Hyaena: canción que abre el disco en cuestión. Y Travis Scott apareció delante de ese estadio colmado, a través de una suerte de torre de lo que fue un castillo. A ese rap de intenciones barrocas lo secundaron el trap vibrafónico Thank God y el hip hop futurista Modern Jam, ambos partícipes de Utopia. Durante esa terna, el artista, ataviado como si fuera un ninja suburbano (con vincha y guantes rojos, y ropa negra), corrió de una punta a otra del escenario, trapeó sobre sí y dio varios 360. En tanto las frecuencias de los bajos rebotaban por todas partes y golpeaban los oídos. Pero nadie le dio bola a eso.

A continuación, el MC hizo Aye, cover de su colega Lil Uzi Vert, al tiempo que salían fuego y pirotecnia de los bordes de la estructura sobre la que actuaba. Y vino la primera alocución de la noche: "El público argentino es uno de los mejores del mundo", afirmó, y paró el recital por varios minutos para seleccionar a las dos chicas y los tres chicos que lo acompañaron en el escenario durante las siguientes canciones. Con ellos arriba, cantó en plan de popurrí los trap Mo City Flexologist, BACKR00MS y Type Shit, hitazo en el que comparte featuring con Future, Metro Boomin y Playboi Carti. A los que sumó un pedacito de Nightcrawler. Luego de que el afortunado casting saliera de cuadro, Travis y Chase B desenfundaron otra tanda de trap mashupeado con Sirens, Upper Echelon y Gods Country.

A esta última la presentó como una de sus canciones favoritas. Mientras subía a lo alto en una plataforma instalada en el medio de la pasarela, envuelto en láseres, abajo, entre el público, los Cactus Boys abrían espacio para armar el pogo. Lo que le terminó copando en uno de los pasajes del show a Travis, quien los arengó para que lo siguieran haciendo. Por más que como buen MC se aferró al estereotipo gangsta, en el fondo es un artista que desborda carisma. Por eso no es fortuito que le cuelgue la chapa de "rapero más influyente" de esta época. Lo que evidenció cuando uno de los cinco chicos elegidos por él le regaló su bandera de Argentina, que se llevó colgando en un bolsillo de su pantalón. O al momento de saludar a cada costado del estadio, lo que decantó en la interacción con alguien en específico del público.

En la antesala del tête à tête con un padre y su hijo en una de las plateas, los fans cantaron hasta la disfonía temas del calibre de la balada My Eyes, el trap introspectivo Highest in the Room, el western Mamacita y el rap épico Circus Maximus, para la que salieron dos actores disfrazados de gorilas. Lo que el artista agradeció emocionado con un "Oh, My God. ¡Los quiero!". Tras el tridente de Mafia, I Know? y el minimalista 90210, las luces rojas de los lados del escenario, mechadaS con imágenes de lava ardiendo, anunciaban el fin del show, que duró cerca de dos horas.

El rapero, de pronto, salió con su versión de la Albiceleste, con el número 0 en el dorso, a cantar Topia Twins, No Bystanders, Sicko Mode, Goosebumps y Telekinesis, para después regresar a su inframundo. No sin antes haber hecho historia.


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