El penal carga con un castigo desde el momento en que se lo nombró. Cuesta entender por qué si para darle un beneficio a un equipo que estaba por hacer un gol decidieron bautizar esa acción de acuerdo a los cordones de los botines del infractor. Quizá debieron llamarlo “casi-gol”, “principiodegol”, “chancedegol” o algo que remita a la acción que debió o prometió ser, pero eligieron contradecirse. Una jugada que va a ser gol y que por culpa de algo prohibido o ilegal se evita, se convierte en un penal. En la vida un amor es siempre un amor, aunque no llegue a serlo, aunque a metros del altar se esfume, aunque una patada a traición lo trunque. Si el fútbol es parte de la vida, es evidente que la definición es horrenda. La palabra que remite a pena, a centro de detención o a castigo se lleva a los puntinazos con aquellas de la familia de la belleza de un gol.
Pero así la decidieron llamarla en las islas británicas con el siglo XIX a medio andar y así quedó, como tantas otras cosas que parecen que las nombró un enemigo. Ligeramente y con absoluta libertad se podría pensar que los británicos tenían simpatía por el que usaba armas deshonrosas y premió al suceso con un nombre, que si se hila fino, le deja más abierta las puertas de la alegría al infractor que a la víctima.
Está a la vista de todos que si un arquero no ataja un penal nadie lo apuntará por lo que no hizo; el arquero no falla ni se lamenta demasiado si la va a buscar adentro, siempre hace lo que puede. En cambio, al que tiene el beneficio de anotar, carga con la chance de la peor de las calumnias, errar o que te lo atajen hace olvidar que segundos antes el mismo equipo que cometió la infreacción tenga en sus manos una oportunidad de festejar. Sólo hace falta conseguir un contacto de Gigliotti o al Vasco Goycoechea para saber de qué se trata toda esta historia.
Es que todo empezó mal barajado y ahora andan poniendo cámaras de video para revisar lo que en los inicios ya tuvo detractores. Cuentan los historiadores que durante las primeras décadas del fútbol profesional, los jugadores se empezaron a avivar y cuando les estaban por hacer un gol, tocaban la pelota con la mano o pegaban una patada. La infracción que evitaba el gol era sancionada igual que en cualquier otra en la otra punta del arco. El debate originó la idea de un disparo con la oposición sólo del arquero. La misma fue resistida porque no todas las faltas dentro del área estaban por ser goles y porque advertían en esos años que iba en contra del espiritu del juego. La frase fue que el remedio curaba una enfermedad pero causaba otra, casi como en la industria farmaceútica, compararían luego otros pensadores.
Sin embargo la Internacional Board que componían galeses, escoceses, ingleses e irlandeses, se cansaron de las discusiones y la pusieron en práctica el 2 de junio de 1981. El dueño de la idea fue un tal William McCrum, el padre del penal. Primero el punto de impacto era libre dentro de los 11 metros, luego con los años se decidió ubicar la zona de disparo en el centro del área. Nunca se intentó agregarle alguna dificultad al tiro de acuerdo al grado de la falta que lo originó y menos aun conseguirle un mejor nombre.
La normativa causó enojos y fastidios en los hinchas y los jugadores no entendían que una injusticia presuponga otra y culturalmente el penal empezó a tener mala fama y desprestigio.
Por eso, hasta unas cuántas décadas después “del parto”, los goles de penal no se acostumbraban a gritar, por eso no había especialista ejecutores, por eso muchos arqueros se quedaban parados y casi no se movían y por eso los árbitros casi que se negaban a cobrarlos. Fueron tiempos donde para que haya un penal te tenían que “pegar un tiro en la patas” dijo un viejo cronista deportivo.
Algunos datos confirman esa tendencia anti penal. En el Mundial de 1930 sólo se cobraron tres penales y hasta el mundial del 74 la marca se mantuvo en un solo dígito. Casi no hay registros de si los penales eran justos o no, tampoco hay crónicas que adviertan polémicas o discusiones sobre el asunto y menos aun detalles de color desde los 12 pasos. El penal cultural-mente era algo que se evitaba nombrar. Otro aporte a este fenómeno, impensado para estos días, lo marca el primer goleador del la era profesional del fútbol argentino. Alberto Zozaya, de Estudiantes, en 1931 con 33 goles, aparece como máximo anotador y ninguno de sus gritos fue penal y en esa tabla recién el cuarto que fue Francisco Varallo tenía cuatro goles de penal, sobre los 25 que cantó. Los goles de penal valían lo mismo para las estadíticas, pero restaban al prestigio.
La historia advierte en ese sentido que el penal por esos años lo pateaba cualquiera y que los grandes jugadores y las figuras evitaban hacerlo. No era un honor pararse ahí como un verdugo listo para fusilar un arquero. No es casual que al repasar los grandes nombres pateadores de penales aparezcan en general defensores como el tucumano Albretch, Daniel Passarella o el Patón Bauza. Dicen los abuelos que hubo un tiempo en que los penales los pateaban los troncos.
A nivel mundial hay que irse hasta el alemán Gerd Müller, ya a mediados de los 70, cuando el penal tenía casi 100 años de vida, para encontrar que una figura mundial que le haga algo de honor. Ni siquiera Pelé que hizo mil goles se metía en esos asuntos, se cuentan con dos dígitos los que hizo ya cuando quería engrosar el número, errando unos cuantos por no saber de qué se trataba el suceso.
Tampoco los arqueros se preocupaban por atajar un penal o prepararse. Si les pegaba lo festejaban y si no ya habían asimilado la resignación. Cuentan los libros que Perico Pérez en su momento se dio cuenta del significado del valor, una idea que retomaron luego Gatti y Fillol, los dos arqueros que más penales atajaron. Aunque el padre de ese fenómeno es el ruso Yashin a quien le perdieron la cuenta de los penales atajados pero advierten qué pasó la barrera de los 150. Roma quizá también haya trazado una línea símbólica en este sentido al detenerle, en un clásico, un disparo a Delem, en la Bombonera, a fines de 1962. Así se le abrió, un poco, una puerta al asunto.
Dice el Flaco Cesar Luis Menotti que en sus años de jugador patear un penal no era un premio y que gritarlo, si lo anotabas, estaba muy mal visto, porque la ventaja para el pateador era muy grande. Durante todos esos días, los registros históricos y los archivos casi que destrataban el tema de los penales. La falta de belleza les fue siempre en contra.
Pero algunos mojones le cambiaron el rumbo y a partir de los 80 algunos nombres le hicieron abrir los ojos al fenómeno dormido. Una definición de Cruyff que se dio cuenta el 5 de diciembre del 82, que era legal darle un pase a un compañero desde el punto penal, le dio un poco de pimienta al estofado. Un tiempo atrás, en el 76, Antonin Panenka, en la final de una Eurocopa, que ganó su selección de Checoslovaquia, picó suave el balón, algo luego haría Zidane, Abreu y Messi, entre otros. El aporte de Maradona, representó patear penales logrando que el arquero se vaya para el otro lado, algo que también le dio valor estético al tema.
Pero el salto emocional fue cuando la FIFA empezó a pensar que los 12 pasos podían ser el modo de definir los partidos eliminatorios empatados. Antes primero la prórroga, los desempates y hasta los sorteos sentenciaban las igualdades y como no eran tantas, el tema no era problemático. Hasta que empatar se hizo un buen negocio y los calendarios ya no daban a vasto. Hubo ensayos en los 50, en Yugoslavia e Italia, pero la medida tomó fuerza para los torneo amistoso de los 60 y fue instrumentada de manera oficial en la Copa del Rey de España en 1970 y ya en los 80 se hizo oficial a nivel mundial. Ese valor agregado le generó presiones a los jugadores para entrenarse, para estudiar y para conocer al rival. Ya el penal dejó de tener mala prensa y por estos años casi que son un partido en sí mismo.
Hay jugadores que son especialistas y hay arqueros que logran dar el salto de calidad y mejores contratos si se hacen fama de atajadores de penales.
Ahora se hacen estudios estadísticos, hay científicos y matemáticos que son consultados por el tema de las probabilidades y hasta tuvieron que meter la tecnología con un sistema llamado VAR que se usa para determinar entre unas pocas cosas si hay penal o no. Lo que no cambió es el nombre que al igual que cuando nació sigue sonado a cualquier cosa menos a una chance de gol.