RECUERDA 7 puntos
(Argentina, 2024)
Dirección y guion: Melina Terribili.
Duración: 109 minutos.
Estreno exclusivamente en Cine Gaumont
“¿Me estás filmando? ¿Por qué tanto tiempo? Así salen las películas después, nadie entiende un carajo de lo que hacen los nuevos directores”. El plano dura, efectivamente, cerca de dos minutos y la cineasta lo sostiene en el tiempo como contrapunto irónico al comentario. O tal vez como microscópica muestra de rebeldía. Quien habla es Carlos Terribili, padre de la realizadora, artista plástico con amplia trayectoria en el terreno del muralismo fallecido a los ochenta años, en 2016, poco después del registro de esa ligera reprimenda. La escena pertenece a Recuerda, segundo largometraje en solitario de Melina Terribili luego de Ausencia de mí (2018) y a diez años de su ópera prima Un día gris, un día azul, igual al mar, codirigida junto a su hermana melliza Luciana Terribili, quien casualmente hace una semana estrenó Tempus fugit, otro film que hace de los recuerdos y del material de archivo su materia prima formal y emocional.
Pero si Luciana retrataba a su hijo Camilo, trazando desde su propia descendencia una línea entre el presente, el pasado y el futuro, Melina baja un peldaño en el árbol genealógico para esbozar un dibujo que recupera infancias, juventudes y madureces actuales y pretéritas. Lejos del mero racconto de una vida y una obra, la realizadora utiliza como excusa narrativa –o, más bien, como pivote de giro para contar la historia –la puesta en marcha de un proyecto de mural que terminó concretándose en 1990, en plena alborada del menemismo, y restaurado una década más tarde. Se trata del gran fresco “El ángel gris”, basado libremente en el famoso libro casi homónimo de Alejandro Dolina, emplazado en plena estación ferroviaria del barrio de Flores. Las imágenes tomadas con una cámara VHS por su esposa, la también artista Susana Martínez, o bien por algún camarógrafo improvisado registran el extenuante proceso de dibujo y pintura en la pared virgen. El mismo aparato con el cual el propio Carlos Terribili recorre los objetos de su atelier o aquellos que forman parte de la intimidad de la cocina familiar.
Desde el presente (un presente que ya es pasado), la directora dirige su propia cámara HD hacia el rostro del padre. En off, le pide que haga especialmente un ensayo de dibujo, un simulacro destinado a formar parte de la película, aunque el verdadero trabajo creativo quedará fuera de la edición. Otro viejo tape lo muestra con pelos más oscuros y un andar seguro por los alrededores de La Higuera, en Bolivia, tras los pasos de la muerte del Che. En casa, siempre en Flores, una entrevista de época lo hace reflexionar sobre la importancia del arte socialmente comprometido. Sobre la pared, portadas de Página/12 e incluso una nota realizada por este diario en los días cercanos a la inauguración del mural. “Uso mi pintura para dejar testimonio de esas cosas que uno lucha para que dejen de ser así, y sean mejores”, declaró alguna vez el artista.
En cierto momento, siguiendo quizás la enseñanzas de Vertov, Terribili hija corta un plano detalle de las manos del padre en plena faena, el lápiz negro trazando oscuros surcos sobre la superficie blanca del papel, y lo encadena con una imagen de Carlos barriendo el piso del patio, un ambiente habitado por plantas, un par de palomas en celo, una perra y una tortuga. Como si quisiera muy conscientemente dejar en claro que –más allá de talentos e intuiciones– la creación artística es también un proceso mecánico, cotidiano, incluso repetitivo. El padre pinta y la hija filma, y en el camino el homenaje y el testimonio se convierten en historia vital, en recuerdo firme y lleno de sentido(s). El mural, finalmente, cae, pero la vida sigue y el cine la transforma en memoria.