"¿No me van a llamar nunca para hacer una mina de familia? ¿O una mina común?", piensa en voz alta Belén Blanco. No suena a queja. Hay algo en su estilo misterioso, su rostro de belleza salvaje y atemporal, su mirada intensa -también en los pensamientos que va hilvanando- que no condice con ese estereotipo. Entonces se responde, sin resignación: "No, siempre una historia oscura. Pero me gusta eso. En la oscuridad del ser humano hay mucho material escénico. Todo lo que una persona no dice, oculta o decide revelar es la base de la ficción. Lo otro no nos interesa". La actriz de cine, teatro y televisión estrena este jueves el unipersonal Clandestina, de y dirigida por Natalia Villamil, la historia de una chica de campo que queda embarazada producto de una relación no consentida y aborta de manera clandestina. Las funciones serán de miércoles a domingos a las 19.30 en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530).

Un dato extraño en la biografía de Blanco es que era una preadolescente cuando debutó como actriz ni más ni menos que en este teatro, de la mano de quien entonces era su maestra, Cristina Banegas. Venía estudiando hacía apenas dos años. Ensayó dos veces. El espectáculo era Los invertidos, con dirección de Alberto Ure. "Tenía 14, 15 años. Una cosa muy loca. Vine a reemplazar a una actriz que se iba de viaje. Tenía miedo. Me acuerdo de todo perfecto. Mi primer texto era 'adiós papá'; se lo decía a Antonio Grimau. Venía aterrada en el taxi con Banegas, me traía ella, y me decía '¿cuál es tu fantasma? ¿Caerte? ¿Olvidarte la letra?' Yo decía 'todos, todos'", recuerda con una sonrisa en el hall de la sala Martín Coronado y muchos nervios porque en minutos hay ensayo ante un público invitado. 

A esa edad, volverse actriz no parece haber sido una decisión tan conciente. "Yo quería ser actriz, me parece, como algo vocacional. No sé de dónde, porque mi familia nada que ver", dice. Hasta los nueve años vivió en Casbas, pueblo situado al suroeste de la provincia de Buenos Aires donde fueron inspiración "las novelas y Verónica Castro". "Esas cosas mexicanas me encantaban. Lloraba. Me encantaba la telenovela. El melodrama es un recontra género", define. Quizás por este motivo es capaz de imprimir esa tónica a algún texto que a priori no tiene ese registro.

Ahora, a sus 47 años y tras varios trabajos en este teatro oficial -como el Hamlet dirigido por Rubén Szuchmacher o, más atrás en el tiempo, Querido Ibsen: soy Nora, de Griselda Gambaro, con dirección de Silvio Lang, y Las amargas lágrimas de Petra von Kant, dirigida por Leonor Manso- le toca el desafío de encarar un unipersonal. El paso de los años no atenuó el "miedo", sustancia que considera "vital" para el trabajo artístico. A él se suma el compromiso de meterse en la piel de Marta, una mujer de la "marginalidad" con una historia tan espesa y un cuerpo tan "golpeado", inmersa en condiciones precarias en todo sentido. La intérprete parece tomada por el personaje. Le cuesta hablar de otra cosa. Para volverse Marta se inventó, incluso, un nuevo método de actuación. Confiesa que el proceso le costó.

"Esto me tomó la vida. Fueron dos meses de ensayos muy intensos. Soy así. Cuando estoy en la construcción de un monólogo tengo que sí o sí proponer algo como actriz. Hay que entregarse, hacerlo de verdad. Una está siempre queriendo zafar. No de haragana, sino como mecanismo de defensa. Si sos un poco sensible decís 'qué paja estar un martes a las cinco de la tarde haciendo esto en vez de estar corriendo con amigas o tomando un té'."

"Pensé en renunciar varias veces. Esta es una oportunidad. No pasa todos los días tener que hacer esto", expresa. Pese a ser una cara conocida son estos los papeles que más le interesa explorar. Los que conectan con su sensibilidad. "Siendo actriz trabajás para que suceda algo, mover algo, para que Marta pueda hablar y decir toda esta historia y eso pueda abrir una conciencia, una sensibilidad. Sino... ¿para qué miércoles actuamos? ¿Para ganar plata? Tampoco se gana tanta plata... si estuviéramos en Hollywood, bueno, pero acá que ganamos dos mangos prefiero hacer Clandestina." Rechazó ofertas laborales en series que coincidían con el período de ensayos. Quería poner toda su energía en el espectáculo. En cuanto al cine, la situación es "tremebunda" (ver aparte).

 

Clandestina.
 

Clandestina es un desprendimiento de una novela que Villamil publicó el año pasado, Malnacidos, con foco en el personaje principal. Con supervisión de Leo Oyola, la autora escribió la novela en 2020, año en que se trataba en el Senado la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Es la historia de una chica de campo que queda embarazada producto de una relación no consentida y aborta de manera clandestina, con agujas de tejer y asistencia de una curandera. En escena se ve todo lo que rodea al episodio -una relación muy singular con el embarazo, los vínculos familiares, consecuencias posteriores para la mente y el cuerpo-. La actuación se complementa muy bien en escena con la música de Guadalupe Otheguy.


Blanco viene de brillar con otro unipersonal. Kinderbuch (2018), con dirección de Diego Manso, estaba ubicado en una región distópica donde las mujeres de funcionarios vivían "protegidas" en una urbanización en medio de un clima de beligerancia exterior. La actriz era Germana quien, a punto de dar a luz, gozaba especialmente en el polígono de tiro y pensaba parir en una bañera con agua hirviendo. Recientemente llevó esta obra a España (ver aparte). Por otro lado, Kleines Helnwein, de Rodrigo Malmsten, estrenado en 2000, no era exactamente un unipersonal porque otro actor participaba de la escena, pero casi la totalidad del texto recaía en Belén. Allí, ella encarnaba a una niña abusada. "Clandestina es muy diferente a Kinderbuch", anuncia.

 

-¿En qué sentido?

 

-Fueron distintos los procesos de trabajo y los objetivos de los proyectos. Los dos directores son muy diferentes a la hora de abordar los materiales. Fuimos por lugares diferentes, ni mejores ni peores. En principio, la clase social es opuesta. Marta es una chica pobre, de clase rural baja. La otra era una señora bien de barrio cerrado. Es otro mundo, otra realidad. Es muy diferente todo el campo imaginario que abren, lo que sucede cuando entrás a laburar con personas tan diferentes.

-¿Qué te produce el hecho de trabajar con los temas que esta obra toca?

 

-Todo se da en un sistema de desconocimiento total, de silencio, de esa cosa que tiene el campo... Mucha cosa callada. El teatro no se ocupa mucho de este tipo de mujeres, de la marginalidad. Marta es una mina que vive en el medio de la nada, con su mamá, su hermana y su hermano medio tonto. Es lindo que alguien mire eso. Es fuerte la historia. Me costó mucho entrar ahí. Esta obra no tiene ninguna pretensión. Tiene mucha profundidad y un código más naturalista y cercano, eso me encanta. Me gusta traer algo tan lejano a nosotros y mostrarlo. Hacer foco en otro tipo de realidades de una manera poética.

-¿Por qué te costó meterte en el personaje?

 

-Hicimos un trabajo de mucha soledad. Traté de que el texto hiciera solo su trabajo, no yo manipular y decir “ella siente esto, le pasa aquello”. Que el texto solo construyera el imaginario del personaje, su humor, angustia, soledad. Y yo repetirlo. No hacer nada más. Pero al principio no funcionaba. En un momento fue duro. Estábamos trabajando en una salita que nos dieron abajo, hacía frío y era decir “no sale, esto es una mierda”, “va a ser un papelón”. Pensé en renunciar varias veces. Siempre quiero renunciar. Yo decía "¡no me puede no salir, loco!". Esta es una oportunidad. No pasa todos los días tener que hacer esto. Pasa poco.

 

-¿Sos muy neurótica sobre tu labor?

 

-Yo le decía a Natalia (Villamil): "¿Me estoy por volver loca?" Porque ella es psicóloga. Me decía que no me preocupara, que soy muy neurótica.

 

-Pero esos momentos en los que querés renunciar... ¿no son los mejores como actriz? Porque implican salir de lo que sabés hacer, te dan nuevas posibilidades.

 

-Es verdad. No lo pensé. Natalia es una gran directora. Tiene muy claro que esto es un proceso, no un resultado. Que no le vamos a dar a la gente todo hecho. Es muy importante porque, sino, es querer resolver.  El teatro está vivo... si le vas a dar a la gente todo lo que preparaste en tu casa es un plomo. 

 

-Hay una conexión entre tus tres unipersonales: plantean cuestiones de género. 

 

-Kleines Helnwein estaba muy bueno. Era una niña abusada, una obra sobre pinturas de Gottfried Helnwein. Había una banda en vivo, era como un experimento. Un texto súper poético. Acá, como en Kinderbuch, hay una cuestión con la maternidad. Son mujeres que ponen en vilo, en cuestión, lo que es ser una mujer. ¿Qué es ser una mujer? No tengo idea. Pero estos personajes cuestionan todo eso y se lo cuestionan: son minas medio revolucionarias. En este teatro hice Querido Ibsen, soy Nora, y es lo mismo: una mina que deja a su familia, sus hijos, una versión de Gambaro de Casa de muñecas que te dejaba de cama. Le decíamos “Querido Ibsen, soy torta”. Era muy revolucionaria. La actriz o el actor encarnan problemáticas sociales. Incluso aunque hagas una obra que tiene 150 años. Hay cosas que todavía no se resolvieron para las mujeres, aunque parezca mentira.

 

-Cuando estrenó Kinderbuch gobernaba el macrismo, estabas muy enojada y conectabas a la obra con el momento social y político. Clandestina toca el tema del aborto mientras la ultraderecha amenaza con desterrar el aborto legal y en un momento en que el feminismo parece tener la culpa de todos los males del país.

 

-Clandestina no llega casualmente al teatro, ni la historia de Marta ni la de tantas mujeres que buscan un lugar para alzar la voz, hablar de la violencia o el abuso, pero también de sus sueños. Me llamaron para hacer esto en febrero. Desde entonces hasta que empezamos a ensayar dije "esto se cae". Están hablando de que esta es una ley que va a ir para atrás, cosa que no creo, no vamos a dejar que suceda. Creo... porque todo puede pasar. Son derechos que no podemos perder. Tenía miedo de que no se quisiera hablar de lo duro que es hacerse un aborto clandestino, poner en escena eso. No es un tema muy hablado. Quizá sí más en cine, como en la película rumana 4 meses, 3 semanas, 2 días (de Cristian Mungiu). Es excelente. Dos pibas de clase media baja se arman un aborto casero y es tremendo. Está bueno hacerlo. En medio del desastre es estar haciendo algo que, por lo menos, sostiene algo de nuestras convicciones. Parece que se cae todo pero... ¡no! Tira para abajo hablar del tema... 

-¿Necesitamos más de la cultura en tiempos tan duros como este? ¿Del alimento espiritual?

 

 

-Es lo único que nos queda. Ya ir al supermercado... no se puede comer. Por lo menos comés arte. Menos mundano pero alimenta. En ese sentido tenemos un capital. Es la única manera de sobrevivir: estar un poco al margen de tantas malas noticias. Hacer lo que uno sabe hacer lo mejor posible. Si te toca encarnar algo que está hablando de lo que está pasando o puede ayudar a que algo no pase más tiene más sentido el trabajo del actor.

 

-¿Elegís tus trabajos en base a eso?

 

-Me toca. No es que digo “quiero hacer una obra sobre”.  También hay cosas que no hago: “esta porquería si la puedo evitar la evito”. A veces las hago porque es trabajo. Es un oficio hermoso. Hacer todo es lindo, pero si te tocan estos desafíos decís "no puedo no hacerlo".

 

-Con tantos años dedicados a la actuación... ¿notás cambios en las representaciones de las mujeres en las producciones artísticas?

 

-Hay un cambio más vivencial. No sé si tanto del resultado de los materiales, quizá hay más cuidado en ciertas cosas... o más hipocresía. Las mismas personas que antes discriminaban o maltrataban ahora se cuidan de hacer ciertas cosas o hay una postura. No sé si hay realmente un crecimiento, una evolución del lugar de la mujer en un montón de cosas. Creo que nos falta mucho. Pero por lo menos ahora la gente se cuida. No te van a tratar de garchar en un pasillo. Después si uno se quiere someter a ese tipo de relaciones de poder es otro tema. Antes era un desastre. Empecé muy chica y pasé muchas situaciones de mierda, como todas las actrices. Este es un país muy machista, donde la mujer tiene que hacer ciertas cosas para acceder a otras. Hay que casarse, tener hijos...

 

-¿Estás casada?

 

-No, por suerte no... (risas). En cuanto a las representaciones, siempre hubo un arte que fue por los bordes. Yo no iba al teatro en los ochenta, pero sé de historia del teatro. Banegas, Ure y toda esa gente hacían El padre -una obra que estrenó en el '87-; la vi por video. Todos los personajes son masculinos y fueron todas actrices. Es decir que el tipo empezó a trabajar con el género en los ochenta. Siempre hubo gente que estuvo mucho más adelantada. Esto es algo que ahora se hace en teatro comercial: Hamlet es una mina.

(Imagen: Leandro Teysseire)
 

 

 

Kinderbuch en España

 

Después de tres años de no hacer su unipersonal Kinderbuch, Blanco lo llevó a España -hizo funciones en Madrid y Barcelona-. "Estuvo muy bueno, interesante, fue una aventura total. Algo inhóspito. Habíamos pedido un subsidio de Proteatro para proyectos especiales. El tema es que cuando nos lo dieron alcanzaba para que viajáramos el director y yo, pero pasó un año y sólo alcanzó para uno", cuenta la actriz entre risas. El director le pidió que viajara ella sola y readecuaron el espectáculo con ese fin. "La rearmamos, cosa de que yo pudiera manipular todo desde dentro de la escena. No tenía que lidiar con nadie, no había luces, no había nada. Todo entraba en una valijita. Todo pobre, teatro y actuación. Nos fuimos un poco ahí: al arte pobre de Italia", completa la anécdota. Ya había estado en España con otras piezas, como Kleines Helnwein y Querido Ibsen.... También filmando. "Nunca había hecho teatro así, tan pequeñito. Me encantó", concluye.

La parálisis del cine

La última película con actuación de Blanco que estrenó fue Inmortal, de Fernando Spiner (2020), director con el que ya había trabajado en La sonámbula. Desde comienzos de los noventa, la filmografía de la artista abarca otros 17 largometrajes, entre ellos El caso María Soledad, de Héctor Olivera; La puta y la ballena, de Luis Puenzo; y La deuda, de Gustavo Fontán. Ahora "está para atrás todo el tema del cine". "Abrieron unos concursos fantasmas. Está todo muy mal. Por eso hay mucho teatro. Los actores hacemos teatro porque lo audiovisual está muy frenado", dice Blanco. Y añade: "La producción se viene empobreciendo cada vez más desde el gobierno macrista. Ahora salieron ciertas cláusulas y condicionamientos a las productoras que sólo tienen un objetivo y es otorgar la posibilidad de producción a las grandes películas, cosa de asegurar la recuperación. Cosa estúpida porque el INCAA es autárquico. Tanto Macri, como Fernández, como el gobierno actual no tienen ningún interés en la cultura; todo viene de un pensamiento con el cual disiento y es que la cultura es una pérdida de dinero porque no recupera lo miso que invierte". Para ella la cultura no es "una cuestión mercantilista", ya que tiene "objetivos mucho más importantes en la vida de las personas y las sociedades". "Los artistas argentinos siempre mostraron, desde el proceso militar, tener mucho coraje para enfrentar este tipo de gobiernos y salir adelante", postula.