Es un joven salvadoreño con base en Nueva York. Tiene 37 años pero realmente representa una edad indeterminada, casi un adolescente de la secundaria. Camina y se comporta de una forma similar a C-3PO, el droide protocolar de Star Wars, como si le incomodara su propio cuerpo, y tiene el pelo azul eléctrico. Cuando se sienta en el estudio del late show de Jimmy Fallon, acaso el centro del mundo para un comediante, le dice: “Yo nunca he podido imitar gente pero sí colores”. E inmediatamente imposta la cara de lo que él considera el color naranja, ante la mirada incrédula de Fallon, que se desbarata de la risa: “¡Sí! ¡Eso es tan naranja!” Efectivamente. Es inexplicable pero esa parece la cara del color naranja, y ese es uno de los talentos que Julio Torres lleva a todo lo que imagina: ir al encuentro de cierto misterio, cierta rareza, aun en lo que parece tan cotidiano, estirar la realidad e incomodarla hasta desactivarla, convertir lo común en otra cosa diferente.

El suyo es un show desconcertante y a veces cuesta creer que una mega cadena se haya animado a producir algo como eso, aunque la fórmula Torres ya probó un inesperado, aunque discreto, éxito en anteriores producciones. Se puede ver por Max, se llama Fantasmas y nació como una apuesta pequeña pensada para un público específico, sin embargo, resulta que todos quieren aparecer en ella: desde las estrellas de Euphoria hasta Steve Buscemi, pasando por Paul Dano, Julia Fox o Emma Stone. Es una comedia sci-fi melancólica ubicada en un universo retrofuturista demasiado parecido al que habitamos, que a uno lo deja pensando en la experiencia tan absurda y desgarradora que es finalmente pedir una cita al médico a través de un bot, ó scrollear instagram ó intentar cambiar sin éxito el servicio de internet.

En Fantasmas, Julio se llama Julio. Es un chico al que le cayó un rayo en la infancia y desde entonces ve el mundo “un poco diferente”. Puede conocer la expresión de los colores o los sentimientos de las letras del abecedario, por ejemplo. Y por eso tiene trabajos extraños, aunque en definitiva son trabajos tan extraños como los que hoy existen. ¿O qué significa, por ejemplo, cuando alguien hace lo que se conoce como una “asesoría”? Bueno, él las hace para marcas de crayones, entre otras cosas. Vive entre influencers y deliverys, y es hipocondríaco. Y tiene un robot-asistente, lo cual es perfectamente normal en su universo, sin embargo el suyo quiere un aumento, limpieza dental y ser actor. “Creo que nunca me gustó la comedia que se burla de la gente. Más bien la de buscar experiencias en común, y reírse de ellos mismos, o de lo absurdo de la vida, encontrarle sentido en el sin sentido”, dijo Julio Torres, cuando le consultaron por este extraño mundo que creó.

A esta, su propia serie, y a pesar de que no era un rostro Hollywood, Julio Torres no llegó de la nada. Empezó, como tantos, tantos otros, haciendo stand up en Nueva York. Y terminó, como muy pocos, en la mesa de los guionistas de Saturday Night Live, donde escribió decenas de sketchs, entre ellos, el hit conocido como “Papyrus”, donde un Ryan Gosling atormentado descubre que la tipografía de la película Avatar fue sacada de Microsoft Word y ya no puede dejar de pensar en eso, ni seguir con su vida (bueno, quizás es demasiado extraño para explicarlo, conviene verlo, está en YouTube). De ahí pasó a co-escribir y co-protagonizar Los Espookys, la primera serie filmada en español de HBO, creada por Fred Armisen, y luego tuvo su especial de stand up en la misma cadena, titulado My favorite shapes, su propio anecdotario fantástico donde desplegó con más potencia su imaginario personal.

Julio Torres

Cuando Fred Armisen, un comediante norteamericano de ascendencia venezolana, que había creado la celebradísima Portlandia junto a Carrie Brownstein, vocalista de Sleater Kinney, donde se burlaban de la cultura hipster y woke heredera de los 80’s y 90’, quiso aproximarse a la nueva generación, lo hizo a través de jóvenes, como él, de ascendencia latina. Los Espookys honraba a la subcultura de “los darkis”, o los góticos mexicanos y era una comedia camp, de humor incómodo, más inventivo y delirante que en busca de punchlines, y que fue una revelación en ese momento. Usaba el bajo presupuesto como consigna filosófica y dejaba en libertad a un puñado de actores latinos desconocidos, de diferentes países, en una localización indeterminada, donde todos los acentos co-habitaban, enunciando así que no existía una sola experiencia latinoamericana, así como no existe una sola experiencia migrante, ni una sola forma de entender la diversidad sexual. La serie fue producida por Fábula, de Pablo Larrain, nominado al Oscar, y por supuesto por Lorne Michaels, el todopoderoso productor de Saturday Night Live. Sin embargo, nada en esa apuesta exhibía estos lujos, su gracia era la modestia, el ascetismo total. En Fantasmas, en cambio, que hereda mucho de esta sensibilidad y esta forma de aproximarse al mundo, pero agrega los desvelos personales de Torres, el desborde es la regla. La serie es, de hecho, una comedia de bajo presupuesto y sin embargo el arte esforzado e inventivo la acercan al total rococó. Cada escenario parece sacado de un sueño, entre Mélies y Luis Buñuel, acaso un Blade Runner deformado en Tik Tok. Y sin embargo, los problemas de los protagonistas son bien mundanos, desbordados de la ansiedad de las generaciones crecidas con internet.

Julio Torres, un autor imparable que es fan de Almodóvar y Charlie Kaufman, el año pasado también estrenó Problemista, su primera película como director, vía A24, el sello indie por antonomasia. Una comedia absurda y semi autobiográfica, con Tilda Swinton de co-protagonista, en el que él interpreta a un joven migrante salvadoreño, aspirante a fabricante de juguetes, que intenta renovar su visa de trabajo en Nueva York en medio de un enredo surrealista muy a su estilo. Ahora, con Fantasmas, quiso volver al formato skecht con el que empezó todo en Saturday Night Live y que a él tanto le acomoda. Para saber: no es una comedia para pasar el rato, exige atención. Puede, de hecho, por momentos estresar bastante.“Poco a poco empecé a escribir las diferentes historias, viendo qué tenían en común, si encajaban o no”, dijo Torres. “Descubrí que todas tenían protagonistas muy solitarios, introspectivos, y a partir de eso es que surgió el título, con la idea de que todos somos solos o invisibles”.