Hay películas que nos atraviesan hasta lo más profundo de nuestra existencia. Salir del cine conmovidxs por una historia transformadora que nos hizo olvidar de nuestras penosas circunstancias existenciales por una hora y media, es una de las experiencias más maravillosas de los placeres terrenales a los que pueden aspirar las clases medias y bajas. Como dice Virginia Lago, en el cine “aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas, es hermosísimo”.
Las películas, generalmente, mantienen ciertos códigos: un lenguaje común en su técnica y en sus convenciones, que son un pacto entre la audiencia y el autor. Sin embargo, hay algunos filmes -pocos, poquísimos- que son tan rupturistas y experimentales, tan transgresores y vanguardistas, que resultan profundamente inquietantes. Que no nos pasan por al lado.
Muy pocos directores lograron ese nivel de conmoción brutal; podemos nombrar, por ejemplo, a Passolini o a Yorgos Lanthimos. Pero en nuestro acervo coterráneo, tenemos un título definitivo: “Un buen día”. Una película con diálogos inexplicables, arcos narrativos que recuerdan a Rayuela de Cortázar, decisiones estéticas perturbadoras y actuaciones peculiares. Un filme que uno puede pausar en cualquier lado y ofrecernos una escena indescriptible en todas sus formas.
Con un guión que, ciertamente, no envejeció muy bien y que repite tropos patriarcales y machistas clásicos de las telenovelas de los 90s: las mujeres que son unas loquitas sacadas, exageradas e histéricas, una obsesión por las tetas y “chistes” totalmente border con respecto a hombres adultos que se calientan con adolescentes.
Una película controvertida que te agarra con la guardia baja, te hace revolver las tripas y que cuando, fue estrenada en 2010, fue calificada por los refinados críticos como “la peor” del cine argentino. Y que ahora, 14 años después, estuvo expuesta nada más ni nada menos que dos meses en una de las salas más reconocidas de cine de autor de Buenos Aires (y a sala llena): el MALBA. Una hazaña que muy pocos han conseguido. Y una tragedia que nos recuerda a la incomprensión que generó Van Gogh entre sus coetáneos, al ser un incomprendido. ¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo empezó todo? ¿Cómo es posible?
En 2010 el productor Enrique Torres, creador de las telenovelas más icónicas de los 90s, como “Perla Negra” y “Celeste”, se aventuró a realizar su primer filme, entendiendo que el cine tiene una permanencia perenne de la que carecen las tiras. Con un elenco conformado por Andrea del Boca, el actor de comedia musical Anibal Silveyra y la actriz y actual esposa de Al Pacino, Lucila Solá creó, en las playas de Long Beach “Un Buen Día”. Se trata de un drama romántico sobre dos argentinos solitarios que se conocen en Los Ángeles. La película fue rodada por el mismísimo padre de Del Boca, acompañado de un alegre staff de estudiantes de cine. La esposa de Torres que es, a su vez, la hermana de Andrea, ofició de productora.
El resultado es una película que, en el momento de su estreno, causó conmoción. El público especializado no estaba preparado para esta obra, que no dudó en calificarla, como ya comentamos, una aberración insoslayable, algo que dejó a todos sin palabras y que hizo dudar a muchos de qué estaban viendo realmente: si una comedia, un drama, un experimento estudiantil o algo que transgrede las fronteras de lo que entendemos como cine o, incluso, como arte. Duró en cartelera tan solo una semana, generando en “Quique” y los protagonistas una profunda tristeza, que los acompañó durante muchísimos años, haciéndolos incluso sentir que habían tirado sus carreras por la borda.
Eventualmente, la película se difundió el YouTube como si se tratase de una curiosidad de circo bajo el título, claro, de “La peor película de la historia Argentina”. Sin embargo, como ocurre en las historias reales que superan la ficción, “Un Buen Día” se viralizó de forma exponencial, transformándose en un filme de culto, donde 5 mil fans crearon, en 2015, un grupo de Facebook para apreciar a esta cinta y elaborar conjeturas acerca de su intrincado arco narrativo. A pesar de ser concebida como un drama romántico, las proyecciones se transformaron en una experiencia de efervecencia colectiva donde los fans aplauden, vitorean, se ríen a carcajadas y repiten en voz alta los diálogos más significativos.
Los fans de “Un buen día” se encargaron de esparcir la palabra como si se tratase de un telar de la abundancia, organizando proyecciones, convenciones y hasta fiestas de disfraces para honrarla, que cada vez crecían en más y más concurrencia.
Y aquí la historia hace un nuevo giro: el documentalista Néstor Frenkel tomó conocimiento de este fenómeno inédito en nuestro país (y, quizás, del mundo) y rodó el segundo capítulo de este relato: “Después de un buen día”, una película que recoge esta trama de éxitos y fracasos, donde relata cómo se gestó la propuesta inicial, su impacto en la cultura popular y cómo influyó en la vida de sus implicados; para bien y para mal. Que muestra el verdadero drama de los actores, que fueron víctimas del ciberbullying por sus actuaciones, una violencia que impactó en su salud física y mental, que fueron transformados en memes y tuvieron que afrontar, durante varios años, el estigma de haber participado en “Un Buen día”. Hasta que, varios años después, fueron abrazados por un nuevo público que los aloja y los hace el centro de su grupo de pertenencia.
"¿Quién dice qué es bueno y qué es malo dentro del arte?", se pregunta Frenkel, que buscó en su película explorar ideas como el consumo irónico. "El tiempo y gente excéntrica le dio a UBD un valor, y eso se fue agrandando esa película, que sacada de su hábitat natural, encontró su cauce y daloga con mas gente. En ese sentido, a riesgo de sonar un poco pretencioso, el arte es más importante que los artistas. Porque la persona que hizo esa película sembró una historia que tenia la fuerza suficiente para trascender al tiempo", sostiene.
"¿A mi qué me importa qué quizo hacer el autor? A mi lo que me importa es que me conmueve de una manera única, original, y ese es el valor del arte: conmover y dejar una huella", señala Frenkel. "UBD es un objeto único, distinto, con una idea del cine que tiene la television antigua, una suma de lenguajes e intenciones inexplicables, que a su manera tiene su humor; es un objeto tan anómano y corrido de tono, que te deja desnudo, no te podés defender", explica.
Una película que, como diría Fabi (Lucila Solá), no nos abre las puertas del cielo, pero seguramente nos hace tocarlas.
Funciones: sábados 14, 21 y 28 de septiembre a las 17.00 en el Cultural San Martín