11/09/24. Noche.

Hace unas horas que el último disco de Charly ya está disponible. Yo quería escucharlo, solo escucharlo comiendo un chocolate y tomando un vino, y a lo sumo escribir algo sobre este prócer personal que tenemos varios argentinos. Y no decir nada de política, de este país, de este mundo amenazado, del fin de la posmodernidad y de la nueva era, Aquarone style. ¿Cuándo comenzó todo? No es mucho, pero ya pasaron cuatro años por lo que se podría decir que fue el nefasto 2020, año de inicio de la pandemia, cuando cambiamos de era. No hubo ninguna notificación push, nadie sabía qué iba a pasar. Nadie se vio venir esto: se abrió un portal a una nueva dimensión. Algo que ya estaba ahí, calentando, y de golpe entró a jugar. Apareció otro universo a la que todos, todas, todes, fuimos obligados a entrar, habitar, vivir: la virtualidad.

Me gusta que Charly traiga canciones viejas como Te recuerdo Invierno, Juan Represión y la base de Chipi chipi en Estrellas al caer, sí. Pero no se qué hacer con eso. Detesto la nostalgia cuando es forzada y el axioma de que todo tiempo pasado fue mejor. Pero no se qué hacer con eso.

La virtualidad trascendió las reuniones y clases por zoom, cobró vida como Skynet, armó un partido y ganó las elecciones. Y de golpe, de un durísimo golpe, el materialismo dialéctico de Marx, que tanto nos costó entender a los que tiramos algunas materias en Sociales, se derritió. No hay más materialidad, o peor, ya no vale más. No hay hechos, hay shorts, no hay papeles o expedientes cosidos, hay pdfs. No hay discursos, hay twits. No hay libros, hay streamings. No hay amor, hay matches y likes. No hay más fotos, hay selfies e imágenes de IA. Y videos, millones de videos por segundo, millones de videos por persona, millones de videos por cada mariposa que aletea en Pekin. Y millones que sentimos que estamos secuestrados en la virtualidad, y que logramos a veces escaparnos y abrazarnos en una marcha, en un recital, o pelearnos en la popular de un estadio, en un deporte de contacto, que sentimos el olor de otre en un colectivo y notamos una falta que no podemos identificar. Materialidad.

Detesto escribir así eh, tirando los slogans maniqueístas más fáciles del mundo. Quiero escuchar a Charly y abstraerme de la angustia y escribir sobre fantasías de ciudades techadas y películas que no terminan. Pero la tristeza del fin del mundo sube, inunda. Hay una mano invisible agarrando la nuca de la racionalidad moderna y haciéndole submarino. Miren las cosas horribles que me pongo a escribir. Y escribo esto porque no puedo ver la punta del ovillo, no, no la veo. A veces me pongo a pensar por qué esas imágenes generadas por IA me resultan tan siniestras: hay muchas cosas, por ejemplo que en esas imágenes todo es posible, todo puede suceder. Pero creo que lo más siniestro es que para muchos esas imágenes son reales. Como esos espejos que deforman, y muchos le creen al espejo, viven en la realidad del espejo. 

Instintivamente, en un comando de estricta supervivencia mi cerebro me ordena hacer cosas con las manos: cuidar plantas, bañar a los perros, un partido de padel, coser remeras del uniforme de los chicos, cocinar milanesas, dibujar un diseño para un tatuaje, lavar zapatillas, escribir una contratapa o coger: materialidad. La materialidad como trinchera. Nada es más material que un cuerpo, pero los humanos somos más que materialidad corpórea y por eso somos humanos. No nos basta, por suerte y gracias a la evolución (?), con cumplir con el ciclo de vida de nacer, reproducirnos y morir. Las personas necesitamos trascender eso. No somos simples animales. Tenemos un cerebro y algo más (una conciencia de sí, un alma, una algo más) que nos lleva a trascender eso. Me aterro pensando que la humanidad hoy trasciende su corporalidad a través de la virtualidad, y solo a través de ella.

El materialismo dialéctico, palpable y subrayable en las fichas 78 a 81 de Teoría Política en el año 2001, postulaba el avance de la sociedad a través de la contradicción intrínseca del sistema que se resolvía con la síntesis hegeliana hasta tanto surgiera la nueva contradicción (no googleé, perdonen los errores en las categorías). No sé cómo aplicar eso ahora que existe una nueva dimensión, y entonces, la fantasía, el vino y la madrugada me llevan a imaginar una revolución facilonga que surge con la caída de internet, pero no se preocupen que no pasan más de cinco segundos para que me sienta una idiota. Todos los días de los últimos nueve meses me siento una idiota cada cinco segundos.

Charly, una vez más, el que mejor lee la época. Charly ya trascendió, hace mucho, pero lo vuelve a hacer y nosotros se lo agradecemos con un like.

El que no puede identificar al Escorpión es porque es rana.

El río crece, desborda y arrastra a todos.

El Escorpión ya levantó la cola.

Y empezó a picar.