Hace algunos años mi amiga Luciana llegó a casa una mañana en la que tenía gripe espiritual y me puso una canción. Eso hacen las amigas cuando quieren levantar el ánimo, cuando quieren ahuyentar los vientos espasmódicos del corazón. 

Yo tenía una fiebre que me impedía levantar los párpados y me dediqué a escuchar el movimiento de Luciana por la casa que acomodaba pilas de ropa y vajilla. El departamento quedaba en pleno centro porteño, pero el efecto era vivir en un estado paralelo, subalterno, volador. Luciana me tomó la fiebre y dijo que no tenía temperatura alta, aunque mi cuerpo todavía creía en el resoplido del malestar. 

La canción me acompañó durante esos días. Después conocí otros temas de la banda Julio y Agosto, y mucho después la misma banda se reagrupó bajo la lluvia y frente a Tribunales para pedir por la liberación de su compañero, Santiago Adano, que estuvo detenido junto con otras 33 personas por ejercer su derecho a la protesta durante la última sesión de senadores en el contexto de la ley bases. 

Fueron días y semanas duras donde lxs familiares de detenidxs estuvieron en medios radiales y televisivos para reclamar y fortalecer una red de solidaridad. Hicieron un festival, asambleas con representantes de derechos humanos y una campaña gráfica con la insignia: “manifestarse no es delito, libertad a lxs presxs por luchar”. Y aunque quería escribir sobre días en los que una quiere irse de la ciudad, me resulta necesario recordar que, mientras pienso esto, hasta hace unas semanas todavía había un detenidx y lxs liberadxs siguen con las causas abiertas.

Retomo el por qué empecé con la canción, específicamente este verso: Hay que salir de la ciudad para entender el ritmo de las cosas (“El ritmo de las cosas”, Julio y Agosto). Volvió a sonar en mi cabeza durante la lectura de Tanto, la primera novela de Nurit Kastelan (Eterna Cadencia) por la cual la autora quedó seleccionada en una residencia de escritura en Iowa. El retiro es un tema en la novela que concreta la habitual fantasía de irse, escapar, salirse de la rutina. 

Tanto, publicado por Eterna Cadencia


Después de todo, cuando la canción dice “ciudad” también puede decir “el alienante día a día en el que estamos inmersos”; aunque ya no es exclusivo de citadinxs, en cualquier territorio se repite el deseo de querer descubrirse en otro contexto para revelar la esencia dormida bajo la sombra de aquel que siempre fuimos y dar cauce a ese hálito fervoroso que pide desplegarse. Irse. Huir. Agarrar la ruta. “Dos días en la vida”. Y salir para escribir, otra vez.

Tanto invita a seguir los pasos de Elena, la narradora que se esconde de los ruidos de la ciudad y encuentra un nuevo mirar. Se va al campo. Nos detenemos ahí, en el refugio que arma la protagonista. En el afán por darse tregua deja de correr atrás del beat ansioso que emerge del relato de la productividad actual y vuelca su tiempo, lo derrama sobre las cosas. La narración avanza en ese ir descubriendo el acontecer sin remates de los seres y objetos de la naturaleza

Como lxs niñxs que en la playa juegan a hacer un pozo y esperan encontrar a China del otro lado, una tarea sin sentido pero vital. Es un libro hermano del film Errante. La conquista del hogar (Adriana Lestido). En ese documental abismal, una primera pantalla a negro con salpicado de palabras blancas, como picos de hielos de donde agarrarse ante tanta nada y nieve, dice: “un viaje en soledad alrededor del círculo polar. Allí observamos lo que narra la superficie y su duración”. Elena cocina, lee, observa. En algún momento muerde la soledad y se cruza con un cuerpo humano al que toca como un ser de otro planeta al suyo, con quien tiene un intercambio y vive las transformaciones que le genera una piel extraña. Pero es una chica ermitaña que enseguida vuelve a su asilo de palabras y plantas. Elena elige una casa y lo que conquista es su reloj.

Hay veces que necesitamos un aparte. Otras, que una amiga nos convide un poema:

Lo único que sabe hacer el cerebro
es pensar
función paradójica del órgano
que todo lo sabe
y no puede.

Está en Cabeza y corazón es una ostra (Emiliana Pereira Zalazar, Bisturí 10) un libro de poemas que piensa la relación incomprensible entre el cuerpo y quien lo habita. El cuerpo es un espacio que tiembla. En ese terremoto sensible la voz busca y se mueve entre heridas y cicatrices. Por todo esto será que lo ligo al libro de Nurit, escrito también con los ojos y la voz de una poeta. 

Tanto llega luego de haber publicado poesía y la autora se traslada sin abandonar el pulso titilante que leímos en Después (Caleta Olivia) dando lugar a una prosa que sabe que la trama del lenguaje es una apuesta posible. La narradora va cerca del personaje, casi funciona como un espejo, donde se mira a sí misma y se aleja para mirar lo que tiene cerca. Así logra que la cápsula del instante se postergue y diluya en la desmesura de los días que pasan. La escritura lacónica se desparrama en la página. Kasztelan hace aparecer la novela como el eco de un poema.