Las olas del Báltico se parecen a las del lago, tienen ese movimiento robusto de olas frías. No es revoltoso sino constante, las miro agitarse gorditas. Está nublado y cada tanto llueve, un día normal en Copenhague. Es el primer día del Festival de Literatura de Louisiana, my kind of Woodstock que espero todo el año. Una mujer camina hasta el muelle, se saca la ropa y se tira al mar desnuda. La pierdo de vista y entro a la carpa principal, montada a orillas de la playa. Me hago de un lugar en la primera fila de Mircea Cartarescu, escritor rumano, conocido por Solenoide, lo que él define como “su humilde Ulises”, un libro enorme que habla de cosas pequeñas, como los piojos y los ácaros, y la soledad.

Cartarescu y la melancolía

Lo primero que dice Cartarescu es que está feliz de estar acá porque en Bucarest, donde vive, están haciendo cuarenta grados todos días, una temperatura con la que afirma que es imposible escribir. Cuenta la anécdota de cuando lo buscaron por el aeropuerto y con su mujer, quien lo acompaña hoy, vieron “el mejor arcoíris que vio en su vida”. Tengo la teoría de que quien escribe tiende a exagerar, una necesita sorprenderse con lo que tenga al alcance.

Pero hoy está acá para hablar de su último libro, Melancolía. Cartarescu dice que todo empezó con un recuerdo que tiene de chico: la primera vez en su vida que se perdió. Fue a los cinco años, cuando salió de compras con su mamá y se perdió en el medio de la ciudad de Bucarest. “Nunca en mi vida he tenido tanto miedo y tanto dolor”. El libro empezó con esta memoria de perderse de su diosa y su religión. Esos son los padres cuando sos chico, sostiene. A partir de ahí, creó la historia de una mamá que se va de compras y no vuelve nunca más, y pasan las estaciones, pero ella nunca regresa, y comienzan a pasar cosas extrañas. “De algún modo, quería hablar de perder todo lo que tenemos”. Cartarescu dice que de lo único que escribe es de la soledad, y que esa es su vocación. En Melancolía, armó un conjunto de relatos basándose en algunas experiencias propias, como la muerte de su hermano gemelo, que se ahogó cuando tenía siete años. Desde ahí, escribió una historia de fantasmas, en la que un hermano muerto sigue viviendo, pero en otro mundo. Dice que ese cuento lo escribió llorando. Más de una vez en la charla, menciona a Kafka como referencia. El libro puede leerse también como una novela coming of age.

Después de introducir su última obra, volvemos a Solenoide. Lee un extracto en rumano, una lengua que suena como una perfecta combinación entre italiano y turco, y apenas termina cuenta una teoría, de que todos los libros deberían empezar con algún ritual de limpieza, como Solenoide, en donde se introduce al protagonista mientras se baña. “Todos somos sucios, en especial los escritores, que tenemos mentes sucias”, dice, un poco en chiste y otro poco en verdad.

En el mismo escenario sigue una charla con Danez Smith, poeta afromaericano, el más punk del festival. Tiene una campera de jean llena de pins y parece poseer mucha energía, la disponibilidad infinita de la juventud. Smith viene de Minneapolis y cuenta cómo, desde el asesinato de Floyd, no se habló más de todas las otras muertes que vinieron antes que esa. Dice que no se puede pensar en su obra sin ser política y que su estilo viene de la frustración que tiene con el lenguaje, porque uno puede escribir un poema sobre alguien que muere, hacer que ese poema existe, ¿pero después qué? Todo sigue igual y el poema nada más está ahí. Smith sostiene que sus poesías también pueden ser pensadas como ensayos, porque “¿qué es un poema al final, no? Nadie lo sabe”.

Rachel Cusk




Anne Boyer, autora de Desmorir

El final del primer día termina con una lectura. Participan Mohsin Hamid, Colm Tóibín y Anne Boyer. Esta última es conocida en Argentina por Desmorir, un libro descarnado acerca del cáncer de mama que sufrió cuando tenía cuarenta y un años. Boyer tiene zapatos rojos de bailarina que podrían ser un homenaje a ese cuento siniestro de Hans Christian Andersen, en donde a una niña le sangran los pies de tanto bailar en sus zapatos nuevos. Boyer se presenta y dice que estar en Dinamarca le hace imposible no mencionar a Kierkegaard que, al igual que ella, no se sentía muy cómodo en su país. Anne Boyer nació en Kansas, Estados Unidos, pero se fue a vivir a Escocia. Si bien es más conocida por sus ensayos, es una gran poeta. Algunas de sus poesías fueron publicadas en Argentina por Triana Editorial. Según ella, Kierkegaard era un cómico y en las cartas que le escribía a las mujeres, les aclaraba que no lo tenían que tomar como un filósofo porque él, en realidad, era un poeta. Todos las ediciones de este festival en las que estuve tienen esta lectura para cerrar el primer día, pero esta es la primera vez que una escritora lee algo fresco, recién salido del horno y sin publicar. Antes de arrancar dice que le emociona la posibilidad de que una mujer gobierne Estados Unidos, y arranca con un poema potente acerca de las elecciones de octubre en ese país que tanto le cuesta.

La reina: Lorrie Moore y su última novela

Segundo día del festival. Sé que va a ser largo así que salgo a tomarme el tren bien preparada: tengo un rompevientos en la mochila, un sombrero, sanguches de milanesa, y la puntualidad necesaria para llegar primera a la cola de la primera entrevista con Lorrie Moore. Atrás, hay una pareja de unos setenta años que lo planearon mejor: trajeron una silla plegable para aliviar la espera en la fila. Anoto esta idea en mi teléfono para el año que viene. En Copenhague, una sale cargada. Siempre es útil tener una lona para el parque, algún snack, un sombrero, protector solar, traje de baño por las dudas, piloto de lluvia por si cae un chaparrón. Nadie en una casa sabe a dónde van las medias, se culpa al lavarropas pero en Dinamarca siempre va a aparecerme un par perdido en el fondo de la cartera.

Desde la primera fila, puedo ver los aros con aviones que Moore se pone cuando viaja. En el retrato que le hacen a todos los autores, sale bailando, más liviana que de costumbre. Hace chistes de todo lo que le preguntan. Arranca contando que I am homeless if this is not my home, su última novela, es un título que pensó como si fuera parte de una canción triste y medio folk. Tuvo ese título desde el principio, pero creía que su editora lo iba a descartar. Y así fue: le sugirió otra opción, dieron varias vueltas, pero terminó ganando. Dice que las dos son tercas, pero por suerte su editora termina aflojando.“Quería escribir sobre personas que no se sienten en casa al habitar este mundo”. Lorrie Moore se refiere, sobre todo, al personaje de la novela que se suicida, pero también al que su propia casa termina siendo su mujer muerta.

Lorrie Moore y Lauren Groff



La última novela de Lorrie Moore es intrincada. Ella misma acepta que es una novela que tiene que leerse dos veces, que al principio cuesta entrar. Es una historia de fantasmas, de personas que deciden seguir viviendo con sus muertos porque esa es, a veces, su casa. “Es una historia de amor y como toda historia de amor, necesita un obstáculo” dice Moore. En este caso, la muerte, y lo que quiso hacer, dice, es mostrar ese arraigo.

Le preguntan por su humor. Ella dice que lo necesitamos para vivir porque todo lo que sucede en la vida es demasiado pesado.“Escribir una novela es una de las cosas más difíciles que podemos hacer y al final, nunca se logra del todo y terminamos diciendo: es lo mejor que pudimos hacer”. Pero al mismo tiempo sostiene que es una vida fantástica. “Una puede volver a su escritorio y tener a estas personas ahí, en esa otra vida”. La conversación va desde cómo ya no se puede enseñar a Faulkner hasta los niños en Estados Unidos, que van todos los días a la escuela pensando que se pueden morir. “Todos los días hay un tiroteo en Estados Unidos en alguna escuela”. Antes de terminar, llega la pregunta sobre el escándalo alrededor de su escritora favorita, Alice Munro. Moore cuenta que, cuando salió la denuncia, se suscribió al diario y leyó todas las notas. Afirma estar en contra de su cancelación, que Alice Munro fue una mala madre y abandonó a sus hijos, pero no le interesa tampoco poner a los escritores en un pedestal, y agrega: “¿Cuántos escritores hombres conocemos que abandonaron a sus hijos?”. Enumera una lista de mujeres, pero solo encuentra a tres, entre ellas Doris Lessing. Hombres, quizás, no alcanzan las manos.

Después de Moore, llega Max Porter. Cuenta que nunca planeó ser escritor y trabaja de manera intuitiva, pero tiene algunas preocupaciones que aparecen en toda su obra. No escribe libros largos porque no le salen y sostiene que, seguramente, tampoco le interesa.

Porter dice que necesita algo más deforme, conectado a lo visual y a la música. Su acercamiento literario viene siempre ligado a otras artes. Su última novela, Shy, tiene monólogos que hacen imposible no pensar en el teatro. Cuando le preguntan por esas voces, Porter dice: “es que me gusta mucho escuchar”. Shy está siendo adaptada al cine por Netflix. El libro lleva el nombre de su protagonista, un joven de 16 años en un internado para chicos problemáticos en Inglaterra en 1995. La historia transcurre durante el transcurso de unas horas de la noche. “No podía escribir sobre la infancia sin hacer que el lenguaje colapsara, hay algo de una desorientación ahí que tenía que estar reflejado en el uso de las palabras”.

Anne Carson


En un ring de box: Anne Carson

Una de las estrellas de esta edición de Louisiana es Anne Carson. El 15 de agosto publicó un artículo en The London Review contando que tiene Parkinson, y que empezó a boxear. Le aconsejaron ese deporte para ejercitar algo de la dirección y sincronicidad. Dice que está perdiendo su letra y eso le parece terrible, porque no solo quiere decir que pierde algo de su identidad sino que escribir a mano es parte de su proceso creativo en la escritura. Su performance consta de una lectura de poemas mientras su marido y el poeta Danez Smith juegan alrededor de ella con un montón de cajas de cartón. Luego de eso, invita a pegar un grito en honor a otra performance de Yoko Ono. Carson usa corbata y es tan flaquita como seria. No le interesa complacer a nadie. Como escribe Inés Garland en su último libro, Diario de una mudanza: “De generación en generación, de mujer en mujer decían en mi casa que a partir de cierta edad ya no se trata de agradar sino de no desagradar”.

La violencia y la verdad en la obra de Rachel Cusk

La tarde se cierra con la barranca verde hacia el mar repleta de personas tomando cerveza y esperando a Rachel Cusk. Las nubes se despejan. Hay viento, pero ya no llueve. Algunos valientes siguen en el muelle, desnudándose y a punto de saltar al mar. La entrevista Synne Rifbjerg, y la presenta diciendo: “Esto se parece a un concierto de rock”. La charla gira acerca de su último libro, Parade, una novela que rompe las convenciones de la narración y de lo que es una novela. Es una historia coral que arranca con un artista, G, que comienza a pintar al revés. A medida que avanza, ese personaje llamado G es también varios otros personajes, haciendo de la identidad una pregunta sustancial de esta novela abstracta en donde Cusk rompe con todas las formas en busca de otra forma de la verdad. Es una novela sobre el arte, la imagen, la familia y la mirada desde dónde nos componemos a nosotros mismos.

Pero Parade también es una historia sobre la violencia. Cusk se pregunta qué le pasa a la gente cuando mira una pintura. Afirma que lo que le interesa es “la experiencia de mirar imágenes”, y que es esa, de algún modo, la semilla de esta nueva novela que se podría definir como una pintura de arte abstracto, mientras que su trilogía es una pintura más figurativa. Rachel vuelve a agarrarse de la pintura para hablar de la literatura. Se pregunta si nosotros mismos somos seres abstractos, si existe una forma abstracta de nosotros mismos. Trabajó en la novela leyendo varias autobiografías de artistas visuales, un genero que le fascina. Ahora mismo, dice que está metida de Louise Burgeois.

En las dos entrevistas que le hacen dentro del marco del festival, Cusk repite una misma obsesión: cuán violento es ser. Tener un nombre, ser niño, tomar un rol en la civilización. Hay algo del anonimato que le parece fascinante. Si hay algo que persiste en toda su obra es la cuestión de la violencia en la mirada hacia una mujer. Afirma que cada mujer tiene su doble de riesgo para hacer todas esas cosas: la maternidad, por ejemplo. “El parto es una forma salvaje de la que no te recuperas completamente.” Enseguida después de decirlo, la entrevistadora le pide que lea un extracto y no pasa la primera oración que veo a dos bebés largándose a llorar desconsoladamente, sus madres obligadas a alejarse, metiéndose adentro del bosque para no molestar.

Cusk cuenta que cuando se mudó de Inglaterra a París, tuvo que tirar la mitad de sus libros. Su editora siempre dice que cada vez que Cusk arranca un libro nuevo, tira todas las herramientas del anterior. “Muchos escritores quieren ser queridos, y entiendo ese sentimiento, pero yo no tengo eso”, dice ella. “Lo que me interesa es la verdad”. Desde que su madre murió, piensa más en eso: en todo lo que no se dijeron, lo que no sabe y la importancia de saber la verdad.

El tercer día del festival confirmo que es el año de la primera fila. No creo en la felicidad permanente, pero con esta racha siento que tengo suerte. La suerte me sirve como mandato para ser feliz un rato, si no la disfruto puedo convertirme en una ingrata. Así que ahí estoy, esperando que Rachel Cusk se siente a dos metros para conversar con Katherine Tschemerinsky, editora de cultura en el Weekendavisen y a mi parecer, la mejor entrevistadora del Louisiana Literature.

“Todos mis libros vienen de lugares de la experiencia. Tienen que ver con diferentes fases de mi vida.” arranca Cusk. “Lo que me condujo a este libro es el arte visual y la imagen. La pérdida de lenguaje. Esta falta, mudándome a París, me hizo entrar en una fase más abstracta de mi vida”.

En contraposición a su trilogía, Cusk dice que se cansó de las descripciones, que todos saben cómo es un árbol y que intenta alejarse ahora un poco de eso. La violencia es algo que le preocupó siempre, pero ella afirma que en Parade le interesa específicamente desde el cuerpo. La idea del trauma y el cuerpo teniendo una memoria. Quiso, de alguna manera, reflexionar sobre la violencia de una manera más íntima, y el cuerpo es lo más íntimo que tenemos.

“Lo que más me interesa cuando escribo es ese momento en donde el principal problema es ser yo misma”. Cusk se refiere a cuando nos fundimos en otro, como en el matrimonio, por ejemplo. Fue ayer, que una amiga se acercó a pedirle que le firmara una copia del libro para ella y su novio, y Cusk le recomendó fuertemente que no lo hiciera.

Se tiende a pensar que necesitamos historias para reflexionar, eso es algo que se tiende a decir, pero yo pienso que necesitamos más verdad”. Dice que los lectores traen esa verdad al libro cuando se toman en serio la lectura: que eso es importante.

De maestra a alumna, Lauren Groff y Lorrie Moore

En el último día, estuvo lloviendo toda la mañana, pero el clima en Copenhague no tiene memoria y para el momento en donde arrancan las filas y las conversaciones, el sol brilla con olor a verano exquisito. Estoy a punto de disfrutar mi última primera fila, y muy cerca de parecer una stalker responsable. Atrás mío, una mujer se quedó dormida esperando que empezara, tiene mil años, bien podría estar muerta. Me pregunto cuándo me va a tocar una vida en donde sepa dormir en cualquier posición, es algo que siempre envidié. La chica que tengo al lado tiene una cicatriz enorme, una línea perfecta que divide su pierna en dos, unas botas de cuero altas y un short de jean. Come un helado negro y se mancha toda la cara. No se limpia.

Comparto la fila con Anne Boyer y Max Porter, lo que le suma puntos a la charla que está por comenzar, esta vez entre Lorrie Moore y Lauren Groff: una profesora y su alumna. Dos escritoras. Groff arranca contando que al principio, Moore le daba miedo. Quizás por todo lo que la admiraba: se fue a Wisconsin especialmente a estudiar con ella después de leer Birds of America. Su primera impresión cuando la conoció es que le parecía muy elegante. Lorrie la interrumpe diciendo que eso no es cierto, señalando su pelo como prueba de su falta de elegancia. Dice que Groff llegó a su clase completamente formada como escritora, entonces más que una profesora, se convirtió en una consejera. Groff comenta que varias veces Moore invitaba a sus alumnos a tomar champagne. “Eso me encantaba”.

Moore cuenta que Groff viene de una familia de atletas, y que ella llevó esa energía al trabajo de la escritura. En cambio ella viene de una familia de vagos, que les gusta sentarse y fumar, pero Groff la interrumpe diciéndole que ella la admira porque escribe solamente cuando está inspirada. Moore afirma que eso es cierto, y agrega “pero tomo muchas notas”. Es ahí cuando Moore cambia la dirección diciendo que los escritores vienen de otros escritores y que leer es más inspirador que la propia vida. Cuando publicó su conjunto de cuentos Bark, Groff era su alumna y leer que su profesora hacía una versión de un cuento de Nabokov, le dio mucha libertad. “Los libros vienen de otros libros”. 

Hay algo de Moore que, por primera vez, me hace pensar en Cusk. Ambas parecen cuestionarse más que nunca la forma más tradicional de una novela, y no pretenden conectar las cosas con un sentido más figurativo sino más bien, darle lugar a una nueva noción de novela más deforme. I am homeless if this is not my home tiene una línea narrativa de un pasado muy lejano y Moore afirma que, sin bien las dos líneas de tiempo no están perfectamente ejidales entre sí, ella solo quería que las dos historias “vibraran juntas”. La última pregunta es simple y absoluta. La mediadora les pregunta qué es la belleza, a lo que Lorrie Moore responde fácil y primera: la belleza es la música.