¿Cómo quieres que no muriera tan joven si hizo él solo lo esencial del nuevo cine alemán? La pregunta de Godard anuncia un diagnóstico agudo y caprichoso sobre el destino de la obra de Rainer Werner Fasbbinder. El nuevo cine alemán, nacido en 1962 con el manifiesto de Oberhauser, debe mucho al autor, director, dramaturgo y cineasta que nació en 1945 y falleció en 1982, a los 37 años de edad con un acervo creativo excepcional. Políticamente lúcido, de locura excesiva que no ocultó su indulgente autodestrucción, actuó con total e impiadosa sinceridad hasta sus últimas realizaciones. El melodrama distanciado lo encontró en la luz, las flores, el deseo, los espejos, la sangre y la muerte. Uno de sus logros más destacados fue alcanzar una terrible y grotesca distancia y acercamiento con el espectador obligándolo a reflexionar sobre lo que se muestra en la pantalla más que a dejarse arrastrar por las emociones y sentimientos que en ella se reflejan. La distancia que asume la cámara nunca disuelve del todo. Cada tanto, nos recuerda las diferencias entre ambos, y los captura desde un plano tan abierto que apenas permite distinguir sus gestos. A la vez la cámara- por momentos- nos acerca a la intimidad de los amantes y nos habilita su cercanía.
Hacer cine en Alemania es escribir y crear sobre la muerte, la desesperación y la desolación o la depravación, como dice Bertold Brecht. Nacido en una familia burguesa, el director asumió que él tenía que contar la historia de los oprimidos, rechazando la tautología para que la búsqueda de sentido se libere de su propia condena.
En las películas de Fassbinder todos sienten y viven con intensidad inusual y excesiva. Las pasiones se desbordan declarando una guerra de sentimientos puesta en escena en cada relato: el amor no correspondido, la bisexualidad, la homosexualidad, el engaño, la traición, la violencia y una zona de realidad y opresión cotidiana inconmensurable. Una de las películas que menos se acerca a lo sórdido y gélido de la obra del director es La angustia corroe el alma (1973) historia de una compleja relación -impensada para la sociedad burguesa- entre una viuda adulta, trabajadora de la limpieza (Brigitte Mira) y un joven inmigrante marroquí (interpretado por el argelino El Hedi Ben Salem, amante de Fassbinder) mecánico de autos. Dos personajes invisibles, figurantes que llevan una vida solitaria y sufren las consecuencias de una sociedad degradada e hipócrita.
"En mi vida privada, siempre busqué contactos con gente de menos recursos, menos privilegios, proletarios. Y esto porque conocí que los problemas de la burguesía y de la pequeña burguesía son mucho menos importantes históricamente que los del proletariado. Si pienso en mí es diferente, dado mis orígenes; pero hay momentos en que uno salta por encima de la propia sombra. El tema es decidirse."
Hasta el propio director es un figurante en la angustia devoradora que delinea un drama compartido como la de un migrante y una viuda solitaria, sometida a la mirada de un entorno enfermo de los resabios que dejó el nacionalsocialismo alemán. El director se decide y se distancia del melodrama típico, armado sobre una problemática que interesa a la burguesía. En este caso, los personajes son el factor residual que Fassbinder va a desnudar para poner sobre la superficie los conflictos que intentan ocultar. Como El grito de Munch trasciende lo personal. Para la Alemania de los años setenta la presencia de extranjeros -en especial de raza negra- no era bien vista, aún menos donde se desarrolla la película, la capital Baviera. Emmi y Alí/Salem intentan encontrar una armonía que se les hace difícil más allá del amor que se tienen.
"Creo que este sistema en el que vivimos no es un sistema en el que se pueda amar de verdad. Por ser, en general, un sistema de explotación es idóneo para también explotar el amor. No importa cómo suceda este amor y en todos los casos en que suceda. Es algo espantoso. Yo recomiendo el deseo de amar, pero no amar. Hay que dejar que el deseo se vuelva cada vez más grande, cada vez más claro y, entonces, es posible que ocurra algo."
Alí viene de un lugar hermoso, Tiznit, al norte de Marruecos, donde no hay trabajo. En sus dos años en Alemania se siente un perro, trabajando como mecánico y sufriendo la presión del patrón. Se piensa mucho, se llora mucho. Duerme en una habitación con otros como él. Emmi es una viuda sola, tiene hijos, se viste de manera rara, es trabajadora de la limpieza y comparte sus almuerzos con sus compañeras. Es despreciada y humillada porque ama a un negro migrante más joven que ella. Una mujer que vivió la guerra, que vivió a Hitler y que le advierte a Alí que ahí son todos nazis. Alí sólo tiene una frase para ahuyentar su angustia, es un dicho árabe que reza “el miedo devora el alma". La cámara, el ojo de Fassbinder, acaricia el cuerpo de Alí en su belleza física imponente y en sus reminiscencias de un pasado que el director intenta sublimar. El nazismo postuló que todos aquellos que no fueran arios no eran humanos y por tanto serían tratados como animales. Si era ético experimentar con perros, gatos y ratones, ¿qué problema habría en hacerlo con judíos, polacos, gitanos, extranjeros u homosexuales? Y a Emmi la rescata de los campos de concentración de aquellas mujeres, fieles guardianas, con la sangre ‘limpia’ y libre de intoxicaciones, que se convirtieron en las torturadoras y asesinas más despiadadas de la Segunda Guerra Mundial.
Fassbinder busca historias simples para que los espectadores se impliquen, vean una realidad social sin imposturas y que cada espectador se traslade a sí mismo y a su propia realidad. El cine de la Alemania pos nazi no puede alejarse de sus reminiscencias porque late en el corazón de esa sociedad.
"La elección de Emmi (Brigitte Mira) no fue casual, ella también tiene en la vida real un amante más joven y, por lo general, sufre las consecuencias y el peso de las miradas ajenas. Y cuando Alí enferma de úlcera de estómago es una secuencia tomada de la vida real porque los migrantes sufren tanta presión y angustia que se enferman."
Sin alusiones sentimentales, usando imágenes directas a la vez que discretas, marcando el distanciamiento, nos sentimos dentro de esa sociedad claustrofóbica que vive en la comodidad pequeño-burguesa, en el negacionismo, la discriminación y el racismo. Sin embargo, en un acto excepcional, Fassbinder crea una historia de amor posible sobre dos seres marginales que conviven transgrediendo la hipocresía social. En sus últimas horas, el director abandonó una entrevista y se fundió en su cuarto. Su próximo proyecto era Yo soy la felicidad de este mundo, una comedia sobre tres hombres que triunfan en el rock después de fracasar en su propia agencia de detectives. En la madrugada del 10 de junio de 1982, fue encontrado muerto en su habitación rodeado de alcohol, cocaína, anotaciones para un guion de Rosa Luxemburgo y un cigarrillo consumido entre los dedos de la mano derecha.
* Escritora, editora, ilustradora.