“Resistir, con los amigos y las amigas, leyendo poesía, hasta que lleguen tiempos mejores y ojalá no tarden tanto”, dice Diana Bellessi contorneada por las bibliotecas de su pequeño living. Allí los libros rebalsan y parecieran estar sostenidos por los minúsculos obsequios de unos y de otros, algunos los cambia de lugar y pierden la posibilidad de ser encontrados. Pero están. “Debe estar por algún lado”, dice cuando alguien le pregunta por alguno.

El silencio y la palabra conjugan su guarida en la Ciudad de Buenos Aires, una planta baja en Palermo que termina en un jardín: “Adoro todo ese verde que me rodea y al final hay un zorzalito que canta”, la poeta está hablando de uno de sus últimos poemas. Volvió a escribir después de mucho tiempo, ya que había dejado la escritura en la pandemia: “A mí me quedó un gusto amarguísimo, yo volví a mi pueblo, Zavalla en Santa Fe, y ahí caminaba por las calles sin ningún problema. Pero la gente no se hablaba, era como ahora, ese miedo de acercarse al otro. Yo ahí dejé de escribir. Ahora escribo, poco pero escribo. Porque todavía me dura el horror de aquello. En este libro nuevo hay un poema que me gusta mucho y a la gente también, y habla del nacimiento de la primavera”.

Sentada en la cabecera de la mesa despliega a modo de ritual los objetos que necesita para la conversación: el mate, un cenicero, el encendedor y sus cigarrillos. Sus frases a veces terminan con una pregunta y otras con una sonrisa. A sus pies corretea Lolita, una perra diminuta de cinco meses recién adoptada y Moro, otro perro más grandulón. Con ellos a cada rato intercambia besos y carcajadas.

Diana y su perrita Lolita. Foto: Gala Abramovich

Cuando empezó la pandemia hubo un momento en donde a partir del encierro de los humanos proliferaban animales por las grandes ciudades, cruzando una avenida, en ríos y autopistas. ¿Viste allí alguna imagen de esperanza?

--No, para nada. Yo en ese momento creí que íbamos a estar peor como lo estamos ahora. Porque los seres humanos se alejaron entre sí, y eso es lo que a mí no me produjo esperanza, yo nos prefiero amuchaditos a todos. Yo quiero tener a la gente que quiero cerca y también a los bichos.

Se pierde de vista que los seres humanos no somos los únicos que estamos en este mundo ¿Tu poesía podría ser un salvoconducto en este panorama tan desolador?

--Claro que lo es y no solo mi poesía, la de muchos.

¿Qué te gusta leer ahora?

--Hay una chica que me encanta, la de ese libro que ves allá: La reina del desierto, de Lucía Gagliardini. Majo Seoane también me gusta, ella vive en Córdoba. También leo muchas cosas que no me gustan pero que también son preciosas a su manera, porque están intentando algo personal, cuando una obra empieza no sabés dónde puede terminar.

Cuando lees poemas le das la misma importancia al verso que al silencio, y alguna vez te escuché decir que en la conversación pasa algo parecido. ¿Crees que es una época en la que necesitamos de las conversaciones como de la poesía?

--Yo veo la conversación como algo loco, no como algo coloquial, si algo no es mi poesía es coloquial. Me parece que lo rozo en muy pocas oportunidades. Lo que sucede en la conversación y en la conversación íntima es algo extraordinario y es que todos los supuestos se parecen enormemente.

¿A qué te referís con coloquialismo?

--Lo que se parece a una conversación pero no es.

--Es algo desconocido…

--Es el misterio. Están todos los misterios del mundo en una conversación, es poesía pura. La gente conversa y se olvida del lenguaje, y pasa algo que está más allá del lenguaje. Eso es la poesía, le damos importancia a la palabra y al silencio, porque ambas cosas componen la partitura del poema.

Voz pequeña y enorme

Los libros escritos por Diana están guardados en un mueble vertical con una puerta de vidrio, pueden verse amuchaditos, como a ella le gusta. Para sacar cualquier ejemplar hay que apenas abrir la puerta para que toda la obra no se venga encima, como si fueran pájaros tratando de salir de su jaula: “La pequeña voz del mundo”, “Variaciones de la luz”, “La edad dorada”, “El jardín” y así vuelan sus versistos, como los llama ella en esta insistencia en usar el diminutivo como lenguaje hacia la intimidad: “Lo íntimo está siempre que crees que el otro y vos están separados por un milímetro”, dice como construyendo una antítesis de lo que dejó la pandemia.

En esa vitrina vertical se encuentra el Tomo 1 de “Tener lo que se tiene”, el libro de su poesía reunida que ya había tenido una primera edición y ahora fue editado por la Adriana Hidalgo.

El primer todo del libro que reúne la poesía de Diana Bellessi. Foto: Gala Abramovich

¿El uso que hacés del diminutivo tiene que ver con la intimidad?

--El diminutivo lo adquirí en mi viaje por latinoamérica, ahí me lo apropié por completo. Porque acá no se usa mucho, las lenguas indígenas optaron por el diminutivo no sabemos bien por qué. Si es que ellos se sentían chiquitos o si querían que los vieran chiquitos. El diminutivo brilla en todos los países que atraviesan la Cordillera de los Andes.

Ese viaje al que hacés referencia lo hiciste de muy joven…

--Viajar ha sido mi vida entera, pero ese viaje de cinco años por el continente americano fue fundante.

Y hace poco estuviste en China…

--Me sacaron un libro en chino, ya tiene dos ediciones.

¿Y qué dicen en China de tu poesía?

--Y parece que les gusté porque tenemos algo en común. Los dos son grandes países agrarios y la marca de eso sigue estando, acá de una manera horrible, allá no lo sé tanto. Estuve en lo que llaman La Perla de China que es un delta dentro de la ciudad, un delta como el nuestro de acá, me llevaron con barquitos preciosos. Allí hay los mismos caracoles que acá y los mismos arbustos que acá, te juro, los levanté, corté las flores y son las mismas que hay en Tigre.

La magia de la isla sigue funcionando

Diana volvió a La Isla de Tigre hace pocos meses, un lugar que fermentó en los 70´ y que siempre fue su cantera de escritura: “La magia de la isla me sigue funcionando. Escribí dos poemas no demasiado buenos pero no importa, van a ser buenos”. Lo dice sostenida en un delicado convencimiento, como un plato de comida que sabe preparar. La creación de sus poemas contempla la lectura en voz alta que hace que los versitos se vayan corrigiendo a lo largo del tiempo: “Se van corrigiendo mínimamente, y ese mínimamente da mucho siempre. Escribí sobre el primer ladrido de Loli, por ejemplo. Y es hermoso”.

En la que llama su “auténtica casita” escribe y también da clases a poetas que se van anotando en una lista de espera interminable. "Me gusta mucho dar clases y me canso, porque estoy viejita. Pero la pandemia nos dejó esto de poder comunicarnos sin presencia y esto me permite tener alumnos de toda Latinoamérica y de todo Argentina lo cual es algo maravilloso".

Foto: Gala Abramovich

¿Estás muy conectada con las noticias y con lo que pasa todo el tiempo en este país y en el mundo?

--Sí, bastante y me pasa el horror. ¿Vos no te das cuenta que yo era una chica de izquierda que me convertí al kirchnerismo y ahora digo que soy peronista?  Me dicen “Yo te vi con el PO y con el MAS” pero eso era antes…

¿Te creen cuando decís que sos peronista?

--Sí, me creen porque lo demuestro. Si hay algo que tiene el peronismo es la esperanza, esperanza de que vamos a salir todos juntos de nuevo a la calle, la esperanza siempre me pareció algo mucho más lindo que la utopía de la izquierda ¿Por que es más linda la esperanza? Porque le habla a todo su pasado.

Hay una atmósfera, una temperatura que hace pensar en un pasado reciente desde que ganó Milei, se reviven cosas de los 90 y los 2000 ¿Estás de acuerdo?

--No se revive nada de los 90 ni de los 2000, porque ahí sí que estábamos todos en la calle, en la fábricas tomadas y en volver a ponerlas a funcionar. Yo me acuerdo de haber leído poesía en los lugares más insólitos en esos años. Esos años fueron terribles y maravillosos porque estaba todo el mundo afuera, en cualquier parte leíamos. Los poetas no están en la calle porque tampoco los convocan, a mí me convocan de librerías o de la Universidad de las Madres el otro día, pero como una excepción. Antes en el 98, 99, 2000, 2001, 2002 había poetas de todas las generaciones leyendo en todas partes, zapateando y jodiendo las pelotas. Eso era maravilloso. Fue una década extraordinaria y también terrible. Hubo mucha hambre, pero inmediatamente alguien te decía: “Venga, que hay sopa. Venga, que acá hay tal cosa”.

La calle no está tan poblada, ni de poetas, pero tampoco de jóvenes, de militantes, no está poblada de nada ¿Por qué pensás que está pasando eso?

--Creo que por medio de la Bullrich y de todos sus protocolos. Y porque todavía está fresca la memoria y el recuerdo de todos los caídos. Además la gente en parte se volvió neofascista y en parte se resignó, lo cual es terrible. Pero después ves a los jubilados en la calle luchando y eso es magnífico.

También porque hay mucho odio…

--Yo me acuerdo que se estaba terminando la dictadura y escribía para una revista, y alguien dijo algo en contra de las lesbianas y los homosexuales y yo me paré y dije: “yo soy lesbiana” y todo el mundo se quedó mudo.

Ahora hay una intención muy fuerte de instalar el miedo en poblaciones específicas, como pueden ser las lesbianas, los gays...

--Si le intentan pegar un tiro a la presidenta, imaginate. Es una época en donde el magnicidio se volvió un lugar común así que imaginate a una lesbianita.

Al principio me hablaste de esperanza y hablamos de poesía ¿son algo parecido?

--Puede ser, yo aún tengo esperanza, el mal no será eterno. Todo se acaba, el bien y el mal. Ahora me pongo bien cristiana.

¿Es un modo de tener fe, de creer en algo como vos crees en la poesía?

--Sin duda.