En la Ciudad de Buenos Aires la cantidad de personas en situación de calle aumenta, una realidad que se vislumbra en las veredas, las plazas y estaciones, aunque se quiera ocultar. Desde el gobierno local bajo el paraguas del “protocolo de atención a personas en situación de vulnerabilidad habitacional con padecimientos de salud mental y/o consumo problemático”, aprobado en marzo de este año, desalojan, corren y despojan de sus cosas a cientos de familias que en la mayoría de los casos no tiene a donde ir, o brindan soluciones que son parches. Bajo el lema “orden y limpieza”, el objetivo es una ciudad limpia, aunque eso implique barrer a personas y ranchadas sin darles una solución a mediano o largo plazo.

Para abordar esta problemática, Las12 conversó con Sol Lacava, coordinadora del colectivo “Hambre No” de Somos Barrios de Pie, durante una de sus recorridas de asistencia, que realiza todos los lunes en la comuna 14. Sol, quien también vivió en la calle, relata en primera persona las violencias a las que se enfrenta una persona cuyos derechos son sistemáticamente vulnerados y por qué es necesaria la existencia de políticas de prevención y acompañamiento para personas que sufren violencia de género.

Vivir en la calle: un drama cada día más palpable en esta ciudad. Foto: Jose Nico. 
 

Un recorrido desde la propia experiencia

Es lunes por la noche y los 5 grados húmedos de la Ciudad traspasan las capas de abrigo. El intenso tráfico de gente en la esquina de Santa Fe y Bulnes oculta la quietud de quienes buscan un lugar donde pasar la noche. Entre los colores estridentes de los carteles y el aparente insomnio de la Ciudad, se hace visible la soledad de muchas personas.

Las luces de Alto Palermo marcan la entrada a uno de los corredores comerciales más caros de la Ciudad, un punto obligado para turistas y residentes, mientras que Palermo se posiciona como el segundo barrio con alquileres más altos, después de Puerto Madero. A pesar del ajetreo de la zona por la que pasan más de 10 líneas de colectivos, Sol, Álvaro y Sergio, integrantes del colectivo “Hambre No”, se detienen frente a la boca del subte para iniciar un recorrido en el que reparten comida caliente a personas en situación de calle. Esa noche cocinaron en casa de Sol, quien reconoce que se enamoró de este trabajo porque representa una forma de ayudar y demostrar que es posible salir de la calle, aunque para eso se necesita una red de contención integral, asistencia, y un Estado presente: “no basta con tener un lugar donde dormir un día, es un problema estructural que requiere un abordaje integral”.

"Vos agarrá la cuchara y vos el carrito. Vamos por la avenida hasta Scalabrini", indica a sus compañeros con voz firme y potente, conversa mientras camina y mira atenta la calle. Saluda a personas que ya son habitués en esa zona y otras que están de paso, las reconoce con solo mirarlas, al igual que sus compañeros, quienes se detienen y charlan con cada una. En el recorrido, reparten un total de 50 viandas. "Podríamos entregar más, pero nos abastecemos con comida de los comedores y no están llegando los alimentos hace rato", dice Sol. Esta escasez es un problema común entre muchas organizaciones, ya que Javier Milei cortó la entrega de alimentos necesarios para garantizar la continuidad de las ollas populares. "Lo único que llega son alimentos secos con un convenio de la Ciudad. Nos manejamos con donaciones para verduras o carne", añade, subrayando la fluctuante generosidad de quienes apoyan la causa ya que quienes donan mercadería, también la están pasando mal.

Los integrantes de Somos Barrios de Pie coinciden en que el ciclo de la calle no es lineal. El subsidio habitacional, aunque existe, es difícil de acceder y los hoteles no están regulados. "Muchas veces, si dicen que alquilan con subsidio, no son aceptados, menos si tienen hijos o están desempleados", explica Sol, quien también vivió en la calle tras escapar de la casa en la que vivía con el padre de sus hijxs por una situación de violencia de género. Vivió el frío y calor extremo de las baldosas en la Ciudad, la indiferencia de la gente que viaja apurada sin registrar, el hambre y la necesidad de una frazada o un plato de comida caliente, el prejuicio por ser madre y estar en esa situación, la vulneración de todos los derechos y la falta de acompañamiento de una situación de violencia de género.

La historia de Sol se asemeja a la de muchas mujeres que por falta de recursos o asistencia, deben irse de sus hogares por una situación de violencia. Fue hace 15 años, “en ese momento no había tanta ayuda para la mujer, yo viajaba a Olivos a un Centro de la Mujer que era de Zulma Faiad. Iba hasta allá porque había psicólogos, abogados, te orientaban. Me separo y termino en la calle, porque él no me dejaba trabajar”. Sol explica que se llega a vivir en la calle porque todos los vínculos personales están dañados, al mismo tiempo que fallan las herramientas del Estado que tienen que garantizar que una persona no termine en la calle, mucho menos si se está separando por violencia de género.

"Hay un hartazgo social y una falta de empatía por el sufrimiento ajeno", afirma Sol Lacava, coordinadora del colectivo “Hambre No” de Somos Barrios de Pie.
 

Situaciones agravadas por violencia de género

A pesar de que logró poner una perimetral, él le dejó de pasar dinero. Una situación que está naturalizada también en la actualidad y es una forma de violencia, en casi la mitad de los hogares monomarentales en Argentina. Según el último análisis de UNICEF sobre la situación de la niñez y adolescencia en hogares liderados por mujeres entre quienes no reciben este dinero, seis de cada 10 indica que el progenitor tampoco se hace cargo de otros gastos de manera directa y, entre las que sí, un 24 por ciento afirma que no es suficiente para cubrir los gastos de lxs niñxs.

En ese contexto, se encontró sola con dos hijos. La plata no le alcanzaba, dejó de pagar el alquiler hasta que la desalojaron y un familiar le dijo que la recibía pero sin sus hijos “yo no iba ningún lado sin ellos, entonces entré en una depresión muy grande y los chicos se quedaron con el papá. Me quedé en la calle”, cuenta y sigue “nunca dejé de verlos, pero no logré vivir con ellos porque yo vivía en hoteles, pensiones o la calle, no supe entender cuáles eran mis derechos ni cómo ir a la justicia, mientras él hacía lo que quería y a mi me daba vergüenza que me vean así”.

La primera noche en la calle fue especialmente dura para Sol, quien había crecido en un entorno de clase media. “Sentís que todo el mundo te mira y te juzga, pero después pasás al otro extremo y te sentís invisible”, recuerda. Durante las primeras noches subía al 176, un colectivo que hace un recorrido de más de 3 horas de Chacarita a Escobar para poder dormir: “me daba miedo quedarme en la calle y quería dormir, ya después cuando empecé a tener más cosas era difícil moverme”. Esta experiencia, comparte, resuena con la vivencia de muchas personas que han estado en esa situación.

¿Orden y limpieza?

A medida que continúan por Avenida Santa Fe, Sol y su equipo se encuentran con personas en situación de calle. Reparten viandas y explican cómo acceder a un centro de integración, resaltando que muchos desconocen esa opción debido a las complicaciones que conlleva. "Todos coincidimos en que hay mil cosas para cambiar en los centros de integración, pero siempre será mejor eso que estar en la calle”, afirma Sol.

Pese a la existencia de una “Red de Atención” con 47 Centros de Atención Social que ofrecen alojamiento a 2,500 personas, las organizaciones sociales advierten que no es suficiente. Según datos oficiales, en abril de 2024 había 3,560 personas viviendo en la calle, evidenciando la falta de plazas y la urgencia de una política más eficaz en el abordaje del problema. Por otro lado, un relevamiento de diciembre de 2023, realizado por el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y Nuestramérica Movimiento Popular, con apoyo de la Secretaría de Integración Socio Urbana (SISU), arrojó un número mucho mayor: 8.028 personas en situación de calle, incluyendo 3.409 plazas disponibles en centros de asistencia, lo que deja una carencia de 4.619 plazas. Un panorama que refleja la urgencia de una respuesta más eficaz y la necesidad de revisar y mejorar las políticas actuales.

Organizaciones como “Hambre No” destacan la falta de una política integral que contemple soluciones habitacionales y una perspectiva de género. "Los llamados 'operativos especiales' impulsados por el Jefe de Gobierno Jorge Macri se enfocan en el 'orden y limpieza'", denuncian, resaltando que el acceso a las plazas es limitado y a menudo deshumanizante, como la publicación del Jefe de Gobierno en el que muestra el antes y ahora, tras una “limpieza” de personas en situación de calle en Recoleta y Palermo. Además la forma de acceso a esas plazas no es por demanda espontánea, sino que se consigue a través de un llamado al 108 para que vengan a buscar a esa persona. Sumado a que si no volvés antes de las 18, perdés la cama, quedando nuevamente a la deriva.

A estos datos se suma la violencia sistemática que se ejerce sobre las personas en situación de calle, una problemática que se extiende en todo el territorio. Según el último Registro Unificado de Violencias (RUV), realizado por el equipo de investigación UBACyT junto con la Asamblea Popular por los Derechos de las Personas en Situación de Calle de CABA, en el periodo comprendido entre agosto de 2023 y agosto de 2024, se registraron 320 situaciones de violencia hacia este sector vulnerable de la población en todo el país, con un aumento de más del 500 por ciento en los casos de violencia institucional. Siendo la Ciudad de Buenos Aires el epicentro de la crisis, con 134 casos de violencia registrados, la mayoría de éstos de carácter institucional. En el estudio se reportó también, una muerte cada dos días y medio, en CABA se contabilizaron 33 personas fallecidas en ese período. Por último el estudio subraya la falta de datos sobre violencias hacia mujeres y personas LGBTQI+ y sugiere que la violencia hacia estos grupos es aún más invisible.

La Policía de Jorge Macri desalojó al menos cinco ranchadas en las inmediaciones del shopping Alto Palermo. Foto: Jose Nico. 
 

 

Desarmar las ranchadas y el lazo comunitario

“Hace más de un mes desalojaron todas las ranchadas que había en la zona, por lo tanto muchas de las personas que están en la calle en las inmediaciones del Alto Palermo, van a buscar el recurso a la zona pero evitan quedarse, porque la policía los saca”, comenta Sol cuando pasamos por una esquina donde solía haber una ranchada, pero ahora solo hay una mujer con un bebé en brazos que acepta la vianda. Ante la pregunta de si tiene donde dormir esa noche, responde que sí y agradece el gesto. “Nadie quiere vivir en la calle, un cajero no es un monoambiente”, dice Sol enojada.

En todo el recorrido señalan 5 lugares en los que había ranchadas: en la Placita en la calle de Charcas, la Glorieta, al lado de la Iglesia de Guadalupe, en la esquina de Scalabrini o en la calle Juncal, entre otras. Hoy ya no están, asegura que le encantaría decir que esas personas tienen la situación habitacional solucionada, pero no es así, fueron desalojados por la policía para limpiar la zona, tampoco saben dónde están ahora y ese manejo, que suele suceder en la madrugada, les preocupa. Desarticular la ranchada es también, desarmar el lazo comunitario alrededor de esas personas. No son solo cosas, son familias que se desplazan, historias de vida complejas y olvidadas, problemáticas sociales que van desde el hambre, los consumos y la violencia. “Una ranchada es donde vos te instalás, ponés el colchón y tus cosas para dormir”, describe Sol y continúa “en la ranchada se comparten los recursos, sirve para cuidarse primero que nada, es como una familia. En mi experiencia, en la ranchada sentía que me cuidaban, porque estar sola en la calle encima siendo mujer es muy complicado”. Según Sol, cuando te expulsan de todos lados tu casa, un hotel, una pensión, adoptás la calle como un lugar de pertenencia, si te echan de ahí ¿a dónde vas?

Ante la pregunta ¿qué hay detrás de una persona en situación de calle?, la militante social asegura que además de soledad, hay abandono y un profundo daño emocional que provoca un descreimiento en la gente, en dios, en la política, porque empieza a habitar un enojo con la sociedad: “Perdés algo primordial por ejemplo, como el acceso a un baño, ¿a dónde vas? ¿qué hacés con todas tus cosas?, el primer día te dejan entrar a los lugares, después de cinco días ya no, tu aspecto cambia, tu ánimo cambia, todo se acrecienta en la calle”.

Sol consiguió salir de esa situación gracias a su papá y una red de contención que le permitió en un momento crítico de consumo y soledad, tener a dónde ir. Logró reencontrarse con sus hijos y empezar a reconstruir su vida. Toda esa experiencia de soledad y violencia, hizo que quisiera ayudar a otrxs para también contarles que hay una salida, pero que para eso es necesario reconstruir muchos lazos rotos, algo que no depende solo de la persona que lo está viviendo, porque no es una cuestión individual. Es necesario garantizar un entramado para que una persona deje de vivir en la calle y contemple la posibilidad de un futuro. 

Sol cita como ejemplo el trabajo que realizan desde “Proyecto 7”, una experiencia que nació en 2001, tiene centros de integración, talleres de oficio y acompañan a la persona en muchos aspectos desde hacer trámites para el acceso a la vivienda, darles un lugar donde dormir, bañarse, aprender un oficio, poder integrarse. “No tan distintes”, es otra organización que trabaja la problemática desde un abordaje integral con una perspectiva de derechos y transfeminista, la organización lleva adelante talleres, gestiona un proyecto editorial y brinda apoyo a personas en riesgo de perder su vivienda o que se encuentran en situación de calle.

“Cuanto más pasan los años y más arraigo a la calle hay es más difícil y si la respuesta institucional es perseguirte y violentarte, ¿qué queda para esas personas?”, reflexiona Sol que se refiere a los operativos de seguridad. Cuenta que con la excusa del protocolo de salud mental, una persona que consume puede ser una problema para la sociedad, entonces la policía lo puede llevar a un centro de salud sin su consentimiento. Sin embargo, la referente de Somos Barrios de Pie, insiste que se trata de una política en particular con la población de calle, por otro lado señala preocupación debido a que no se sabe cuál es el equipo que dictamina que una persona necesita ser internada, ni que tratamiento se le da. Al irrumpir de manera violenta sacando las pertenencias muchas personas reaccionan y terminan detenidxs por resistencia a la autoridad. Sol subraya que está de acuerdo con que muchas personas en situación de calle necesitan un acompañamiento terapéutico, pero asegura que es necesario buscar una forma de abordaje integral, no punitivista y que permita que la persona vea que hay un futuro posible después de esa experiencia.
 

Creer en la organización

 

Sol Lacava se unió a Barrios de Pie en un momento de profundo desencanto con la política. Vendía palo santo en la estación Primera Junta cuando un compañero de la calle la invitó a colaborar en una olla popular. "Desde el primer día me enamoré de la organización", recuerda Lacava. "Me impresionaron la forma de trabajo, el entusiasmo de los compañeros, la magia en las movilizaciones, la escucha y la contención", cuenta Esta experiencia no solo le ofreció un sentido de pertenencia, sino que también le permitió sanar heridas y redescubrir la política como una herramienta para el cambio y la transformación de su historia. Hoy coordina el área de situación de calle en la organización, participa en mesas de la legislatura y colabora en la redacción de proyectos de ley.

Son las 21 y las viandas están todas repartidas. Sol regresa a su casa para cenar con sus hijxs y se prepara para el trabajo del día siguiente. Mientras se dirige hacia la combi que horas antes recorrió el barrio, reflexiona sobre las dificultades que enfrentan las mujeres en situación de calle. Su preocupación se centra en los recortes y la eliminación de programas esenciales para el apoyo a víctimas de violencia. "Una persona que sufre violencia psicológica o física necesita un acompañamiento psicológico y jurídico para conocer sus derechos y recibir ayuda para salir del entorno violento y reconstruir su vida", señala. 

Expresa también la gravedad que significa la falta de apoyo del Gobierno Nacional, que, según ella, está retrocediendo en los avances logrados en materia de derechos los últimos años. Critica la destrucción de políticas integrales de salud y género, fundamentales para quienes enfrentan situaciones de violencia. Además, denuncia el discurso expulsivo y violento de los funcionarios del gobierno porteño en medios y redes sociales. A pesar de este panorama desalentador, se refugia en la organización y en el trabajo colectivo con sus compañeros. "Hay un hartazgo social y una falta de empatía por el sufrimiento ajeno", afirma. "No quiero romantizar nada, pero para cambiar la realidad es necesario abordar el problema desde nuevas perspectivas." Participar en las ollas populares y en la organización es, para ella, una forma de acompañar y transformar una realidad que la atraviesa, una problemática que sigue siendo invisible aunque afecta a miles de personas.