La voz del gaucho Mamerto Gómez (Marcos Ferrante) parece salir del río. Un poco porque ese fantasma le habla al hombre que amó y las amigas que se encuentran en la espesura de esa selva correntina, son la consecuencia de ese amor que se estampa en la tarde. Estefi (Cristina Lamothe) está encendida, exaltada por sus aventuras sentimentales, Mercedes (Karina Elsztein) dispuesta a confesarle su amor. El diálogo es una maraña como si las palabras se mimetizan con el paisaje.

La piel del poema invoca la aventura pero el conflicto se resuelve en el lenguaje, como si esta obra de Ignacio Bartolone fuera pura invención, una especie de alucinación donde el porro que fuman las dos amigas instala un estado de ensueño que captura al resto de los personajes.

Un cabo (Luciano Ricio) que deambula en su lancha. aprende a escribir poesía con una audio guía pero pronto se independizará de ese aprendizaje de manual para construir su propio manifiesto poético. En La piel del poema todos los personajes son poetas. La palabra nunca es operativa sino una especie de devaneo y delirio que los lleva a otros lugares y hace de la trama un terreno propicio para el azar.

La relación entre el lenguaje y su entorno no tiene límites, incluso podríamos pensar que esa voluntad de seguir las distorsiones de los parlamentos es la que construye el paisaje. El Sargento (Ariel Pérez de María) sueña que es un paraguas y no comprende su sueño. Sospecha que se ha vuelto loco hasta que se pone a escuchar a la audio guía poética para husmear en los asuntos del Cabo y tal vez burlarse de él, cuando en esa voz mecánica surge el poema Confesiones de un paraguas de Ricardo Zelarayán. En ese momento descubrimos a un personaje que está dentro del poema. No se trata entonces de querer escribir poesía (la acción en la que se empeña el Cabo) sino de habitar un poema como si el propósito de la obra fuera construir un cuerpo para esos versos.

Las actuaciones apelan a ese punto roto del lenguaje donde parece que la palabra se abre y se desvía. Cristina Lamothe juega el barroquismo de su personaje que surge de la avidez de esa mujer por contar sus experiencias con imágenes exageradas traídas de un universo popular. Karina Elsztein hace de la enumeración desmedida (que utiliza para caracterizar su comportamiento) una forma cómica del enojo. Ariel Pérez de María tiene ese porte desafiante que contrasta con sus cualidades enamoradizas. Marco Ferrante asume la dimensión fantasmal de su gaucho Mamerto, una figura hamletiana maltrecha, casi un payador de ultratumba. Luciano Ricio dice la palabra policía pero la sonoridad apela a la palabra poesía, en ese gesto la voz construye el paisaje como si escucháramos sus resonancias. 

Entonces la palabra policía recuerda al uso que le da Jacques Rancière donde la piensa como un concepto para describir esos momentos donde nada cambia en el reparto de lo sensible. Al ensamblar las palabras policía y poesía como si fueran una, ese manifiesto poético se define más en la voluntad sonora que en el discurso. Cuando nada cambia, estaría diciendo Bartolone, cuando la disposición de los hechos, los lugares y las personas aparece como premeditado, repitiendo, tal vez, alguna receta, no hay hecho poético.

A La piel del poema no le faltan enredos, ni secuestros como el que realiza el gaucho Mamerto Gómez cuando se lleva a Estefi porque ve en ella, desde un estado alucinado, al hombre que amó pero ningún elemento de la peripecia sugiere peligro. Todo sucede para que los personajes imaginen a partir de una palabra desbocada y es el lenguaje el que los saca, o los hunde en ese laberinto.

La piel del poema se presenta los viernes a las 22 en el Centro Cultural Ricardo Rojas (UBA)