Hay muchos caminos posibles hacia la revisión de obras unánimemente admiradas: la réplica, la grandilocuencia, la síntesis, la reinvención. Pero Marina Ruiz Matta propone para Flor Cozzani un abordaje que por momentos ronda el minimalismo. En ese ejercicio la pianista y arregladora consigue tres cosas fundamentales: poner de relieve las grandes melodías de Mariano Mores, destacar la poesía inmortal de Homero Manzi y, finalmente, darle lugar al lucimiento a la voz de Flor Cozzani en su tercer disco solista. La cantante presentará Manzi y Mores de Cámara este domingo a las 20 en Pista Urbana con una selección de músicos envidiable que incluye a Ramiro Gallo en violín, a Jacqueline Oroc en cello y a Guido Martínez en el contrabajo, en una fila de cuerdas que dialoga con el piano de Ruiz Matta, quien también oficia de arregladora.
El trabajo de llevar a Manzi y a Mores (y a su única composición conjunta) al formato de cámara permite el lucimiento de todos, aunque la Cozzani lleve el papel estelar. Los músicos que la acompañan tienen amplia trayectoria. Pero aquí trabajan tocando “chiquito”, a consciencia de que saber hacer música, hacerla grande, a veces supone saber ejecutarla pequeñita, para que cada una de sus partes se luzca mejor.
El formato –y los arreglos de Ruiz Matta- permiten celebrar cada canción. Sin los fastos de algunos pasajes de Mariano Mores (de cuyas composiciones este formato evidencia como una base potente que no requiere de una orquestación grandilocuente para lucirse), sin el despojamiento campero habitual de Manzi, el conjunto logra un equilibrio que realza los esenciales, como si más que deconstruirlo, les hubiera dado un lustre que ni siquiera el escucha sabía que necesitaban pero que, de pronto, se juzgan imprescindibles.
Ni “En esta tarde gris” ni “Adiós Pampa Mía” suenan igual en la voz de Cozzani. Hay una suerte de sentido de revelación, que se agudiza en los temas menos transitados de ambos autores, como "Duerme" (Manzi con Hugo Gutiérrez) o "Luna" (Manzi con Lucio Demare). Aunque hay más versiones registradas de la segunda que de la primera, ambas operan como un secreto bien guardado que de pronto Cozzani pone frente a la luz, como si fueran cantadas por primera vez. Y esa sensación es la que evoca todo el disco que recuerda que hay en esas notas una belleza que sigue intacta, muchas décadas e infinitas versiones después.