Tienen entre 26 y 73 años. Son vecinos, hermanos, amigos, parejas, padres. Albañiles, jardineros, periodistas, ingenieros, jubilados. Algunos trabajan en el servicio público: enfermeros, militares, bomberos, guardias de prisión, concejales. No padecen enfermedades mentales ni tienen antecedentes penales, salvo algunos condenados por violencia doméstica. En las computadoras de cinco de ellos, la policía encontró una gran cantidad de pornografía infantil. Cincuenta y un hombres “comunes y corrientes”.
Ninguno podía ignorar que Gisèle Pelicot estaba sedada. Dominique Pelicot documentó cada violación. Miles de fotos y videos consignadas en un archivo titulado “Abusos”. “Se nota claramente que está dormida”, afirmó el segundo director de investigación. “Algunos volvieron varias veces; su estado de inconsciencia era evidente, casi coma.” A pesar de esto, los 50 alegan que “el marido daba su consentimiento”, como si este fuera transferible, y que creían estar participando en un juego libertino.
Gisèle Pelicot, quien pidió que se la siga llamando por su apellido en solidaridad con sus hijos, a pesar de que el divorcio se oficializó en agosto, enfrentó impasible las preguntas del presidente del tribunal. Este solicitó hablar de “escenas de sexo”, argumentando que el término “violación” no respetaba la presunción de inocencia. “¿Es usted cómplice?”.
Para la justicia, la víctima es culpable
La mujer mantuvo una calma impresionante al detallar las posiciones sexuales en su vida íntima de pareja. No se inmutó cuando una abogada insinuó que tenía inclinaciones voyeuristas y que aceptó ir a un club de intercambio de parejas a petición de su ex esposo. Insistió en que nunca aceptó contacto sexual en dicho lugar: “Solo mi marido podía tocarme. Nunca hice intercambio de parejas.” Si hubiera cometido ese error, los abogados de la defensa lo habrían utilizado en su contra. Para que su testimonio sea creíble, una mujer no debe nunca tener una sexualidad libre.
También se mantuvo firme al compartir, frente a sus hijos y una sala llena, los detalles más íntimos de sus problemas ginecológicos, secuelas de años de violaciones sin preservativo. Resistió hasta el final del interrogatorio. “No son escenas de sexo,” dijo mientras su vida sexual era minuciosamente examinada. “Nunca fingí estar dormida. En esas imágenes, me degradan. Me tratan como una bolsa de basura, como una muñeca de trapo. Ninguna mujer merece esto.”
Con cada nueva revelación del juicio, se descubren nuevos hechos escalofriantes, la punta del iceberg. Un hombre seropositivo acudió varias veces para violarla sin protección; otro tenía la intención de imitar a Dominique Pelicot con su propia madre; un tercero, entrenado por Dominique Pelicot, drogó a su esposa e invitó a otros hombres a agredirla.
La hija de Gisèle y Dominique Pelicot, Caroline Darian, contó en un libro (Y dejé de llamarte papá, ediciones JC Lattès, 2022), que la policía descubrió fotos de ella, semidesnuda y acostada de lado, en la misma postura que su madre en las fotos y videos tomados por Dominique Pelicot. Al parecer, su padre también la drogó y la fotografió vestida con ropa interior que no era suya. La policía también le mostró un montaje de fotos de ella y su madre, con comentarios terriblemente crudos subidos a la red. Descubrió que su padre hizo violar a su madre en su propia casa, en su propia cama, mientras ella estaba de viaje de vacaciones con su marido, y que su cuñada, esposa de su hermano, también fue presuntamente sedada y fotografiada.
El clima de violencia doméstica y la anulación progresiva de la autonomía de Gisèle Pelicot se hacen evidentes. Dejó de conducir, de salir, de hacer las compras y de consultar las finanzas del hogar. Violencia financiera: en el libro se revela que Dominique Pelicot estaba sobre endeudado y contrajo varios créditos elevados a nombre de Gisèle, sin avisarle.
¿Qué es la sumisión química?
Estos 50 hombres son solo los identificados hasta ahora. En realidad, son muchos más. ¿Qué es la sumisión química? ¿Es algo común? “Aunque se habla poco de ello,” asegura Caroline Darian, quien fundó la asociación No me duermas para combatir las violencias sexuales bajo sumisión química, “a medida que avanzo en mis investigaciones, me doy cuenta de que drogar a mujeres para abusar de ellas es, en realidad, bastante común. Existen estadísticas, pero solo registran las moléculas utilizadas en los casos investigados, es decir, muy pocos.” Está convencida de que estas agresiones son más frecuentes de lo que se piensa. “Seamos sinceros: si más de ochenta hombres fueron a violar a una mujer sabiendo que estaba drogada, ¿cuántas veces más podría haber sucedido en otros lugares? Lo que mi madre sufrió no puede ser un caso único.”
Los benzodiacepinas se emplean con más frecuencia que las drogas en las agresiones sexuales, y en muchos casos, la víctima conoce al agresor, como sucede en la mayoría de los casos de violación y agresión sexual. En 2022, la ANSM (Agencia Nacional de Seguridad de los Medicamentos y Productos Sanitarios ) registró quinientos veintisiete casos de sumisión química en Francia. Más del 70 por ciento involucra medicamentos. Los ansiolíticos y los somníferos son los más comunes, seguidos por antihistamínicos en dosis elevadas.
Es hora de hablar de violación conyugal
Una vez pasado el estado de estupefacción, se puede reflexionar sobre el escándalo que provocó la filósofa Hannah Arendt al introducir por primera vez el concepto de “banalidad del mal”. Hoy nos enfrentamos a un dilema similar: la banalidad de la violación conyugal y del incesto, de las fantasías necróticas. El fantasma necrofílico, que implica violar a una mujer inconsciente, se entrelaza con la violencia extrema – y tan banal - del femicidio.
La escritora Lola Lafon, en una nota para el diario Libération, desmanteló el mito del “monstruo” en la sociedad. Queremos creer que los violadores y abusadores son figuras monstruosas, seres que se distinguen claramente del resto de nosotros. Sin embargo, la realidad es mucho más cruda y aterradora: los violadores suelen ser personas comunes y respetables que llevan vidas aparentemente "normales". Este mito del monstruo, según Lafon, es una forma de tranquilizar a la sociedad, haciéndonos creer que el peligro siempre está fuera, nunca dentro de nuestras casas. Gisèle fue víctima de una operación de destrucción perpetrada por un hombre, su esposo, que no dejó nada al azar; un sistema meticulosamente planeado y organizado en cada uno de sus detalles.
“Claro que da miedo escucharte, Gisèle. Lo que pones de manifiesto es aterrador: no hay gran diferencia entre un violador y un hombre. ¿En qué consiste esa “poca” diferencia? ¿Quién querrá responder a esa pregunta? ¿Quién se encargará de ello? Aunque no todos los hombres son violadores, aparentemente cualquier hombre podría serlo. El juicio de Mazan se distingue por el número de acusados, pero es hora de dejar de invocar el carácter “particular” de este caso, calificándolo de hecho “fuera de lo común”. Este caso es el espejo amplificador de toda violación conyugal, ese crimen tan poco escuchado y tan poco reconocido. Este caso es el espejo distorsionante de la pareja. Y ahí es donde se plantean preguntas fundamentales.”