"Durante la cuarentena me obsesionaba la idea de que David pudiera morir y dejarme sola; era insoportable, agónico", dice Polly Samson, juvenilmente elegante a sus 62 años, intensamente elocuente, mientras habla de David Gilmour, de 78 años, guitarrista de Pink Floyd, leyenda del rock y su marido durante los últimos 30 años.

Agonía y éxtasis colisionan en Luck and Strange, su primer álbum solista en nueve años, publicado esta semana. Su miedo primigenio a que él muriera antes que ella y su amor inmutable son el núcleo del álbum, esencialmente un canto a un duradero matrimonio de rock'n'roll. Sus letras, cinceladas y sinceras, encajan a la perfección con la musicalidad de él, cuya asociación profesional se extiende ya a más de tres décadas, desde que Samson empezó a escribir para Gilmour y Pink Floyd.

Mientras hablan, ambos flotan literalmente sobre el agua, en el Támesis, en Richmond, a bordo del Astoria, la casa-barco eduardiana de Gilmour que sirve de estudio de grabación, y hablan también de música, perros, drogas, ponis, mortalidad y el arte de componer canciones.

Gilmour compró el barco por capricho. Allí se grabaron dos discos de Pink Floyd. Ninguno es tan intenso como su nuevo intento solista. Es raro que se alejen de su granja de Sussex, donde se encerraron casi herméticamente durante y mucho después de la Covid. Eso les hizo centrarse. Empezaron a escribir, componer, cantar y, finalmente, grabar: las poéticas letras de ella, la voz de él, inquietante y azulada, a menudo un grito melódico y lastimero.

“Thinking how will we part/ Will I hold your hand or you be left holding mine?/ Between this breath and then/ There’s this airlock of time/ This airlock of time.” ("Pensando cómo nos separaremos/ ¿Sostendré tu mano o te quedarás sosteniendo la mía?/ Entre este aliento y entonces/ Está esta esclusa de tiempo").

La Covid, su "esclusa del tiempo", fue intensa. "Hablábamos sin parar de mi miedo a que David muriera, pero cuando el resto del país se abrió, nosotros nos quedamos encerrados", explica. En el nuevo álbum aparece su hijo, Joe Gilmour, que ahora tiene 29 años, grabado cuando era niño diciendo: '¡Cantá, papá!'. También hay una grabación de una jam session que el guitarrista hizo con Rick Wright, tecladista de Pink Floyd, antes de la muerte de Wright en 2008. La mezcla también incluye a la hija de la pareja, Romany, cantando y tocando el arpa. Su hijo Charlie, escritor, agregó algunas letras. Es un asunto familiar de principio a fin.

Gilmour, de barba plateada y camiseta negra, tiene un paso enérgico. Es más de los que escuchan que de los que hablan, pero pronto queda claro que él también ha tenido su ración de pensamientos catastróficos. "La mortalidad es algo en lo que pienso y lo he hecho intensamente desde que tenía 13 años en mi habitación, básicamente un armario de ropa blanca en casa de mis padres. Probablemente, en la mayoría de las canciones que he escrito a lo largo de los años, es el tema principal. Pero cuando llegás a mi edad, hay que ser realista y decir que la inmortalidad ya no es una opción", afirma. Pero para que quede claro, él está, por así decirlo, en plena forma y muy vivo, aunque ambos teman la sombra de la muerte.

Mientras estaban aislados en Sussex con algunos de sus hijos, hicieron un podcast un tanto aleatorio, Von Trapped, en el que aparecían sobrios, achispados, confesionales, casi siempre cantando y actuando. Se convirtió en un éxito viral, a raíz de que Samson promocionara digitalmente su novela, A Theatre for Dreamers, mientras la pandemia le impedía ir de gira con ella, sin poder siquiera visitar una librería. Le había llevado cinco años de investigación y escritura. Su estilo de vida se alteró a largo plazo. "En cierto modo, seguimos siendo como hobbits: desde entonces no hemos ido a más de dos cosas con 10 personas en una sala", añade.

Siempre domina la música. Durante el almuerzo en la cocina, Gilmour toma instintivamente una guitarra (hace cinco años subastó más de 120 guitarras de su colección por más de 22 millones de dólares, para una organización benéfica ecológica) y juguetea arreglándola, utilizando un cuchillo de cocina para girar un tornillo, la hoja afilada resbalando peligrosamente cerca de sus manos, esos preciosos dedos que producen su sonido único, cálido y monumental. Manos de diez millones de dólares, sugiero. Su guitarra preferida para sus próximos conciertos es la que llama Black Cat Strat; tiene un sticker de gato como marca personal. También tiene dos gatitos negros, Sheldon y Sebastian. Como guitarrista es casi inigualable: desde los delicados sonidos que definen el descenso en "Comfortably Numb" hasta el estremecedor solo que introduce "Shine On You Crazy Diamond", la forma de tocar de Gilmour tiene una sutileza y majestuosidad que resuena a lo largo de las décadas.

"Es más que descuidado con esas manos en la granja, y sin embargo son su mundo", dice Samson, mientras su marido entrecierra los ojos y gira la hoja. "Deberías ver lo que hace, viniendo del bosque, a veces cortado y magullado". Gilmour se ríe mientras muestra cómo uno de sus dedos se dobló recientemente y necesitó intervención médica. Ambos están anclados en la vida familiar y es evidente que se adoran. Se pelean y discuten juguetonamente. Terminan las frases del otro. Bueno, sobre todo ella. Rara vez dejan de mirarse a los ojos. Esa intimidad se despliega en las letras, desde discretos cameos de ellos en la cama hasta temores desamparados sobre el planeta.

La conversación gira en torno a Bob Dylan, Gilmour señala que una letra de Dylan no es más que una línea repetida una y otra vez. Samson es más locuaz, más expansiva, más segura de dos cosas: lo dolorosamente dependiente que es su amor por él (que en realidad es mutuo) y que su talento es genial, dado por los ángeles. No es que crean en ningún dios. Igualmente, él admira los libros de ella, ya que comparten democráticamente su tiempo para que ambos puedan triunfar. Pero aunque la muerte los obsesiona, son ligeros, simpáticos, curiosos y con los pies en la tierra. La risa y la frivolidad les definen más que el semblante grave. 

Su historia de amor comenzó en una fiesta en el antiguo estudio de David Hockney en Notting Hill, cuando unos amigos los presentaron hace más de tres décadas. Muy acertado que este romance rockero entre el guitarrista de Pink Floyd y la periodista hija de una mujer que había sido mayor en el Ejército Rojo de Mao comenzara en el colorido atrio del pintor. Gilmour tenía 46 años y ella 30; el hijo de los académicos de Cambridge, embelesado por la centelleante madre soltera (Samson ya tenía a Charlie, hijo del poeta Heathcote Williams).

"No puedo recordar muchos de los detalles de ese primer encuentro", dice Gilmour, tímido como un niño incluso a sus 78 años, modesto, irónico, cuidadoso. "No te preocupes, yo puedo", interviene Samson, risueña, elfina, efervescente y elegantemente vestida de negro. "Puedo humillar a David", bromea. "Una de sus ocupaciones favoritas", bromea él, con los ojos tiernamente clavados en ella.

Su recuerdo de sus primeras citas es claro: "Recuerdo que después de unas cuantas cenas en diciembre de 1990, me dijo: 'Mañana me voy a esquiar, ¿te gustaría venir?'. Le dije: 'No tengo billete de avión'. Él dijo: 'No pasa nada; voy a volar'. ¿Cómo que vuelas? le pregunté, y me contestó: 'Voy a volar en mi avión'. Le pregunté incrédula: '¿Tenés un avión? Y él contestó: '¡Sí, tengo siete!'".

A continuación, le lanza una broma. "Pero en realidad", dice, medio en broma, "creo que al principio sólo quería que fuera a cuidar de sus hijos, porque me dijo: 'Me falló la niñera, ¿te gustaría venir?' Se ríe, disfrutando de su relato. Y así, 32 años después, tienen tres hijos en común (él tiene un total de ocho) y el hijo de ella, Charlie, ha sido adoptado legalmente por Gilmour. Siempre ha estado ahí, parpadeando, la fama y la fortuna extremas de Pink Floyd, un éxito épico que hizo ricos a todos los miembros de la banda. Donar grandes cantidades a obras benéficas ha formado parte de su identidad.

Samson lanzó una granada cuando tuiteó el año pasado sobre el antiguo líder de la banda, Roger Waters, que abandonó Floyd en 1985. Acusó a Waters de ser "antisemita hasta la médula", en una disputa online sobre Israel. También afirmó que era un "apologista de Putin", después de que Waters sugiriera en una entrevista que la invasión rusa de Ucrania era "probablemente la invasión más provocada de la historia". En respuesta, Waters dijo que era "consciente de los comentarios incendiarios y tremendamente inexactos" que Polly Samson había hecho sobre él en Twitter y que él refutaba por completo.

Se reavivó así la guerra de cuatro décadas entre los Floyd, centrada en los intentos de Waters de disolver la banda tras su partida. Pregunto si habrá alguna vez una reunión; la respuesta de Gilmour es un inequívoco no, si implica a Waters. En cuanto a que algo anime a Gilmour a hacer una reunión parcial con el baterista Nick Mason, no está totalmente descartado. Pero hoy está centrado en su propio disco: "Nunca me he divertido tanto". Contrató a nuevos músicos y a un nuevo productor, y es tan fresco e hipnotizante como todo lo hecho hasta ahora. Y la clave fue su colaboración con Samson.

Así que le pregunto, en ese primer encuentro, qué fue lo primero que impresionó a Gilmour de Samson hace tantos años, en la década de 1980, cuando ella era redactora en The Sunday Times. "Desde el principio fue encantadora, preciosa y terriblemente elocuente. Eso siempre me ayuda, lo de la elocuencia". Gilmour es autocrítico en cuanto a su cuidadosa e incluso vacilante elección de las palabras, a diferencia de Samson, que es un torrente de elocuencia que fluye con rapidez, lo que quizá no sorprenda en alguien cuyas novelas y letras se definen por un lenguaje preciso, convincente y recién acuñado.

Me lleva por el carril de la memoria hasta antes de que fueran novios propiamente dichos, pero a menudo se sentaban uno al lado del otro con los amigos. "David me pidió que le acompañara a un acto benéfico, en plan 'Necesito que alguien me acompañe. Me van a asediar las mujeres'". Pensé que quería que alguien le hiciera de chaperona".

Gilmour agrega: "Sí, bueno, algunas de mis líneas no eran perfectas".

Samson redobla: "Creo que le aterroriza el rechazo".

Él se ríe de su burlón psicoanálisis. "Definitivamente pensaba que era hermosa", añade. "Y no tenía miedo de exponer su punto de vista cuando no estaba de acuerdo conmigo, que era a menudo".

El rock'n'roll siempre ha tenido muchas bajas, y tanto Samson como Gilmour creen que se rescataron mutuamente. Y las letras de Luck and Strange ahondan en momentos más oscuros de la vida del guitarrista. "Definitivamente, nos salvamos la vida el uno al otro", dice. Esto queda claro cuando le pregunto por la letra de su canción "The Piper's Call" con la línea "Cueste lo que cueste, alejate de las serpientes".

¿Qué son las serpientes? "Las tentaciones", responde Samson, un tanto elípticamente. "Es una especie de guiño al Génesis, al Paraíso Perdido o al conocimiento que sería mejor no abordar". Gilmour es más preciso: "Trata de las tentaciones en la vida que he llevado". Su vida de estrella del rock transcurrió entre los hedonistas años sesenta, setenta y ochenta, hasta que conoció a Samson, cuando cambió radicalmente.

¿Y la referencia de la letra a un fixer, un "arreglador"? "Podría ser una droga; podría ser cualquier cosa. Lo que quiero es que la gente habite la canción, así que desglosar cada línea en detalles concretos no ayuda", dice. Pero algunos fragmentos hacen eco de sus vidas: "Las llamas son altas, la llamada del gaitero contagiosa/ Un fijador que adormecerá tu dolor, y la extrañeza". 

Samson amplía: "Bueno, si quisieras una versión escandalosa, que no es necesariamente la versión, pero podría ser una versión, tal vez estaba pensando en el antiguo estilo de vida de David...".

Entonces, ¿hablamos de drogas?

Gilmour: "Nadie pasa por el rock'n'roll sin..." ofrece, luego hace una pausa.

Samson simplemente añade la palabra: "Cocaína".

Gilmour: "Hmm, sí, bueno, apareciendo por los costados, aquí y allá". No alardea ni confiesa. Simplemente cuenta las cosas como fueron.

¿Y las preocupaciones por su salud? "Ciertamente preocupaba a Polly", dice. "Hubo una época en la que me dejaba llevar, bebía demasiado, consumía cocaína, todo ese tipo de cosas. Y en mi vida, eso paró cuando nosotros empezamos, más o menos de golpe en ese momento". Entonces, ¿fue Samson su salvadora? "Sí, exactamente eso, y hace más de 30 años que no me acerco a ninguna de esas cosas", dice Gilmour.

Ella va más allá: "Nos salvamos la vida mutuamente".

Dice Gilmour: "Estaba pasando una época difícil con mi grupo, mis relaciones, todo ese tipo de cosas. A principios de los 80 llegué a una época realmente tortuosa; no me di cuenta realmente de si estaba fuera de control, pero probablemente lo estaba. No te llamaré un regalo, Polly, pero algo llegó a mi vida que era real, y no soportaría las drogas. Sólo necesitaba una patadita de verdad para dejarlo atrás".

"No podía hacer otra cosa", dice Samson. "Era madre soltera. Para mí no era negociable, y lo dejé claro". Gilmour atribuye a Samson todo el mérito de su transformación. "No hay muchas mujeres que tengan la fuerza que tuvo Polly para afrontarlo", dice. Todo se redujo a un ultimátum por parte de ella: "Si volvés a hacer eso, me voy", dice Samson. "Hay un incidente que lo ilustra, pero que también es bastante gracioso. En una cena benéfica en uno de esos grandes hoteles, David desapareció en mitad de la cena para ir al baño con su mánager, y cuando volvió, supe lo que había estado haciendo, ya que era algo que había prometido que no haría. Le dije: '¿Tomaste cocaína?' Y como no puede mentirme, tenía una copa de champán en la mano y fui a tirársela a la cara. Pero la esquivó. Estaba tan horrorizada por lo que había hecho que salí corriendo."

"La historia empeora. Corrí por Park Lane, muy disgustada, y él corría detrás de mí diciendo: 'No volveré a hacerlo'. 'Demasiado tarde, la cagaste'. Iba tomando velocidad, y entonces la policía ve a este hombre siguiéndome y me preguntan si me está molestando. Dije que sí, y fueron a agarrarlo, pero entonces el policía dijo, '¡Sos Dave Gilmour!' En ese momento empezamos a reírnos, y entonces fue muy divertido. En cierto modo salvó la situación, ya que me pareció horrible y divertido a la vez".

Fue la última vez que tomó cocaína.

¿Y en cuanto a que Gilmour salvara la vida de Samson? Poco después de que empezaran a verse, ella sufría una fiebre glandular muy grave, estaba casi arruinada y tenía un hijo pequeño al que cuidar sola. Desesperada, acudió a él cuando era un despojo emocional y físico. "Cuidó de mí y de Charlie, y realmente creo que me salvó la vida. Estaba tan delgada y totalmente al límite, tan enferma, y él fue tan cariñoso". El resto es historia. Mientras la cuidaba, estaba grabando canciones para el álbum de Pink Floyd de 1994 The Division Bell, y volvía a casa y tocaba algunos temas. "Y entonces yo murmuraba en esta especie de sentido semi alucinatorio lo que pensaba que podría funcionar. Y él empezaba a probar esas cosas, y yo decía: 'Eso no está bien. ¿Por qué no lo reescribo?' Y así empezó todo".

Fue una mezcla inusual, y Gilmour es consciente de lo que aportó a Pink Floyd. "La fama y la fortuna tienen un doble filo, demasiado éxito, demasiada adulación, demasiado dinero... una receta para el desastre". Un desastre que esquivó gracias a su matrimonio. Pero el otro cemento de su sociedad es crear. Samson deja stickers por todas partes con ideas, diálogos o argumentos. Gilmour canta en su teléfono fragmentos de notas, o incluso acordes que chocan. "Hago todo eso, pero al final, si no tengo un piano o una guitarra, parece que no funciona. Pero aun así, lo hago. Siempre pienso que las notas me saldrán claras después".

Mientras planean una pequeña gira mundial por lugares selectos, estarán en la carretera antes de volver a su hermética vida en común. Pero puede que Luck and Strange los haya desbloqueado: "Nos encantó este álbum y estamos planeando el siguiente". Nada de nueve años de espera. Ninguna novela cercenada por pandemia. Pregunta final: ahora que celebran 30 años juntos, ¿qué cambiarían el uno del otro? Al unísono y sin ensayar: "Nada".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.