Por el artículo que publicamos la semana anterior acerca de Lin-Calél, poema épico de Eduardo Ladislao Holmberg, surgió la pregunta de algunos lectores sobre el origen y relación con el pueblo homónimo en el partido de Tres Arroyos. El Diccionario toponímico bonaerense de Horacio Callegari nos explica que Lin-Calél es un nombre indígena que significa “carnes blancas”.

El mismo Holmberg nos habla del significado de Lin-Calél y de como se tomó una licencia poética a la hora de titular su libro. Una licencia, hay que decir, no menor. Holmberg, estudioso de las lenguas indígenas, nos aclara que Lig quiere decir “blanco”. Calél, por su parte, significa “carne”, de modo que estamos ante “carne blanca”. No obstante, y como podemos apreciar, el poeta modificó una letra. Reconoce que hubiese debido seguir los componentes de la lengua mapuche y escribir “Lig-Calél”, pero, pero, y aquí está lo interesante, prefirió “seguir la regla de eufonía griega que transforma la g antes de k en n, lo que produce un sonido más natural y suave”. No obstante, tenemos un problema: el vocablo “Lin” quiere decir “cueva”, o “caverna” lo que provoca que el nombre de la nívea protagonista que personifica a la Argentina se transforme en “carne de las cavernas”. Carne de las cavernas es un epíteto culto que podríamos agregar a la colección junto a cabecita negra, la plebe ultramarina de Lugones, la triste chusma de los puertos de Borges, el aluvión zoológico de Ernesto Sammartino, bípedos implumes de Sarmiento (que parafraseaba a Platón), y otros términos que los irredentos y cuasicaucásicos criollos aplican para reconfirmar su autopercibida superioridad.

Demás está decir que Lig-Calél (carne blanca) no le sonaba a Holmberg y decide que el nombre de la heroína sea Lin-Calél en su forma griega”: Αιϒ-Καληλ, “para darle —agrega— un fundamento conciliador [¿?].

Para justificar su elección Holmberg nos aclara que esta es la única excepción al rigor expuesto en el conocimiento de la lengua indígena. La excepción, nos dice, puede permitírsela porque el araucano, el pampa y el mapuche son lenguas que “abusan” de los “cambios de unas letras por otras”, con sufijos “cariñosos”, prefijos “melindrosos” “sílabas elegantes”, contracciones inesperadas, advirtiéndonos que ante tales imposturas “Lin-Calúl”, podría entenderse como “carne de águila blanca”. Tremendo, aunque no muy lejos del conflicto que encuentra un extranjero con parónimos castellanos como hambre, hembra, hombre y hombro, más un largo etcétera.

Para sostener su posición Holmberg puntualiza que entre los pampas “se ha usado alguna que otra vez, por eufonía” la g como f, y para colmo agregando otros caracteres en el medio, de modo que su heroína, si uno se deja llevar por los indios, podría llamarse “Lif-calél” —o peor— “Lig'en-Calél”. Ante tales desafueros amerindios el autor insiste en el sonido griego, porque —y esto lo dice Holmberg: “no escribo para los salvajes.”

La epopeya, una vez publicada, no recibió reseñas importantes. No causó tampoco el impacto esperado como poema nacional. Ni siquiera le fue reconocida a la masonería el esfuerzo por la publicación en homenaje a la patria en su centenario. Sin embargo, su aparición en 1910 no dejó de tener sus consecuencias.

Por caso podemos mencionar el pueblo bonaerense que, al fundarse, o bien realizó un homenaje al poema o prefirió, al igual que el autor, seguir la regla de “eufonía griega que transforma la g antes de k en n, lo que produce un sonido más natural y suave.”

Por otra parte tenemos la ópera Lin Calél, compuesta en 1939. Como versión libre del poema, fue orquestada por Arnaldo D´Espósito (1907-1945) con libreto de Víctor Mercante (1870-1934). En clave de drama pasional, la obra musical busca ser una metáfora del cruce de culturas en Argentina. Una diferencia en el guión hace que el amante de la princesa sea el boroano Coliqueo. Lin-Calél se siente atraída por este último. El cacique de Los Toldos, por su parte, se confiesa dispuesto a dejar sus dominios y convertirse al cristianismo por amor a la doncella. El asunto despierta la ira del pehuenche Auca-Lonco quién había pagado y muy bien por la dote de su consorte. Entre la persecución de los amantes y el avance del huinca sobre los territorios indígenas se desarrolla el drama.

Créase o no, Lin-Calél es la ópera argentina más representada en cantidad de funciones. A esta le siguen El Matrero y Aurora, en caso de que a nuestros lectores estos títulos le digan algo. Aurora es la que da vida al Canto a la Bandera que entonan aún hoy los estudiantes en los colegios.

Una obra “puramente indigenista”, nos dice el investigador Gustavo Gabriel Otero acerca de Lin-Calél, aunque en lo musical “lo étnico” no es el estilo que predomina. Posee “una melodía coloreada” que no rehúye a la “vocalidad italiana” recurriendo en mayor medida al “arioso”. Para nosotros, neófitos, la ópera de Lin-Calél tiene algo de Pocahontas con música de western combinado con Verdi y Puccini.

La obra fue estrenada en el Teatro Colón el 12 de agosto de 1941 con varias reposiciones durante los gobiernos de Ramírez, Perón, Aramburu y finalmente, Illia. En el verano de 1964 tuvo su última representación en el Parque Centenario. Luego cayó en el ostracismo por 30 años. En 1996 se volvió a interpretar en el Teatro Roma de Avellaneda y en 2010 fue repuesta en el Teatro Libertador de Córdoba.

Lin Calél es también una escuela para perros con 60 años de trayectoria en la localidad de Pacheco. El nombre de la epopeya de Holmberg es compartido —quizá en homenaje al pueblo o a la obra— por una clase de trigo desarrollado en la provincia.

Una de las grandes protagonistas del poema es la piedra movediza de Tandil. El libro de Holmberg apareció unos meses antes de que el famoso monolito se desbarrancara. Según las mediciones que se realizaron en 1895 aquella piedra pesaba 385.920 kilos. Las medidas, anotadas rigurosamente daban una altura de 5,75 metros desde su centro. La base Noreste medía 7 metros, la base Este: 4,75 metros, la Sureste, 7,50 metros. La altura Este: 5,25 metros.

—¿No la ves, Lin-Calel? ya se distingue

la Piedra Movediza en la penumbra;

mira sobre la cumbre de aquel monte

cómo destaca su silueta oscura.

Tras los cerrillos á Poniente, el día

su ojo de fuego en el confín oculta;

tu caballo castiga y llegaremos

pronto á su pié, donde quizás alguna

senda nos lleve á la deseada cima.

La piedra cayó el jueves 29 de febrero de 1912, provocando una “enorme desazón entre la población” y aún hoy yace partida en tres pedazos al pie del cerro.

Existen varias conjeturas acerca de su derrumbe luego de tantos siglos de oscilante presencia. Entre las más mencionadas está la de los picapedreros locales, los cuales —parece— decidieron deshacerse de ella para sacarse de encima a los curiosos que fastidiaban su trabajo. Otra posibilidad es que teniendo los medios al alcance la tentación por ver caer al vacío semejante fenómeno se haya hecho irresistible. Y, si de picapedreros se trata, la potencial alternativa de tener a la mano piedras “picadas” por un buen empujón desde la cumbre…

La ciudad serrana mantuvo por un siglo a la movediza inseparable del nombre de Tandil, representándola en mil diseños de banderines y postales aun cuando la realidad turística solo podía mostrar su ausencia. Finalmente, un 17 de febrero de 2007, fue instalada en el mismo lugar una réplica de resina de vidrio ante la “aclamación, aplausos y lágrimas” de los presentes. La “piedra movediza”, un ersatz inmovil, fue inaugurado por el presidente Kirchner en compañía de la primera dama, el vicepresidente Scioli, el gobernador de la provincia Felipe Solá y el intendente del lugar.

Un tiempo antes de la caída de la movediza, Holmberg le habría asegurado al escritor Ricardo Rojas que la piedra tenía “un punto secreto”, que de hallarse podía precipitar la gran piedra apenas con el empujón de un dedo. Rojas se encontraba en Tandil aquel 29 de febrero de 1912.

Ya vimos que la epopeya de Holmberg tiene rasgos de corte griego. Los indios hablan de “cóncavos bajeles”, se lamentan por el “hado adverso”, se pasan "el córneo chifle” repleto de pulke cuya “libación” previa, el poeta nos aclara, es “semejante a la de los griegos de la Iliada”. Y la leche, “comprimiendo las fecundas ubres” se colecta en “primorosas ánforas”. Sin embargo, el canto tiene algo típicamente argentino: la obsesión por la comida. No terminan de comer en el canto anterior que ya están comiendo de nuevo en el siguiente. En el menú se ofrecen mulitas de la sierra, “un costillar de vaca” y se prepara medio venado a pesar de los veintidos guanacos consumidos en la página anterior. Para la cena piensan tomar caldo, porque Lin-Calél empieza a pensar “que le hace falta” y cuentan también con “galleta y bizcochos”.

Los endecasílabos se vuelven un menú de todo lo que la pampa puede ofrecer. Comen buenos cortes de lomo, pecho y falda de res. Calculan que van a tener suficientes yeguas para el largo viaje, las cuales podrán matizar con algunas vaquillonas. No obstante, planean cacerías de avestruces y piches (un desdentado dasipino —según el poeta— del género Dasypus), truchas del Río Colorado y del Río Negro. Luego, martinetas, perdices y avutardas, que “son muy buenas a las brasas”.

La partida se sabe perseguida por los cristianos, pero aún así cocinan unas diez mulitas en su caparazón; y otra buena noticia: hay cien guanacos y muchas avestruces para bolear en Cura-Malal. De modo que los pehuenches se entretienen. Dos capitanejos de la partida llegan con la noticia de que los huincas están cerca. La partida cruza el Río Colorado y acampan… para comer. Epúmer, el cocinero-chamán, hace una vaca y una yegua, mientras sus amigos bolean unas avutardas. Lin-Calél sugiere también pescar unas truchas mientras Cañumil ofrece sumar una mulita, un peludo, un quirquincho, una liebre, perdices y martinetas.

Tomándose su tiempo, la centuria cocina unos veintidós guanacos y diez avestruces, más las diez mulitas antedichas y unos cuatro venados. Lo que sobra se lo dan a los perros. Ponen las pieles de la matanza a secar y se van a dormir. De todas maneras, el poema continúa con la caza de dos liebres para hacerlas guisadas y la preocupación de que a los perros no les alcance con las sobras.

Para terminar. Reukenám, el galán amerindio, es acorralado junto con su amante, la blanca Lin-Calel. En un momento de desesperación la doncella reza una oración al dios de los cristianos. Reukenám se siente traicionado, decepcionado por la cripto-católica de la que se enamoró durante todo el poema. Maldice su amor y se tira al barranco. Pero para el poeta no todo es tragedia, porque la muerte del indio nos deja “un gérmen de valor y de pujanza, / el tipo en gestación que en su blandura / formará grande número en la masa”.

El del indio muerto —de acuerdo con Holmberg— es un “gérmen” maleable, que “según el modelo que le ofrezcan” puede hundirse “en el seno de la crápula” o elevarse “a las cumbres de la gloria”. De modo que Holmberg saluda ya al final de su extensa epopeya al “gérmen maleable”:

¡Salud, oh gérmen, del futuro incierto!

¡Salud, prodigio del amor de patria!

¡Esa es la estrella que guiará tus pasos!

Darás tu sangre á la celeste y blanca,

porque ese amor te generó la vida,

porque esa luz modelará tu raza!

La fecha del suicidio de Reukenám —el poeta nos lo hace saber— es el 25 de Mayo de 1810.