Antes de subir a escena para reencontrarse con el público porteño en el teatro Gran Rex, en la noche del domingo, Zucchero Sugar Fornaciari es Aldo Fornaciari. El mismo que usó una taza de té llena de su camarín para volcar las colillas de los cigarrillos. A diferencia de otras estrellas de la música, se presenta tal cual es. Anda vestido de remera, jeanes y botas texanas, y usa anteojos para ver. A lo lejos se divisan los sombreros que supo lucir en una carrera musical que arrancó en los años 70, junto a otras prendas que lo acompañan en esta nueva gira mundial. A sus 68 años (hasta el próximo 25 de septiembre), hoy sabe más por viejo que por diablo, al que le cantó tantas veces. Al igual que a Dios. Nadie mejor que un italiano conoce los límites de la culpa y los del placer. Y eso lo vuelve aún más entrañable.

“Me gusta venir a la Argentina porque me gustan su cultura y su música. El público argentino siempre está feliz. Eso me encanta”, explica el artista. “Sé que hay muchos italianos que vinieron para acá, después de la Guerra, a buscar fortuna. Y eso me pone triste. Pero, al mismo tiempo, estoy feliz porque pudieron integrarse a esta sociedad. Entonces cuando vengo a cantar a Buenos Aires también pienso en esos italianos que se vinieron. Agradezco que este país nos haya acogido. También en el pasado conocí a Charly García y me hice amigo de Fito Páez, quien se quedó un mes en mi casa para que me ayudara a traducir varias canciones (se refiere a Diamante, álbum del que el rosarino fue asimismo productor). Además, me encanta Piazzolla”.

-En los años 90, comenzaste a ser popular entre el público local. Lo que coincidió con un importante nuevo auge del blues. Tomando en cuenta que sos un referente del género en Italia, ¿llegaste a escuchar Pappo, Manal o algo de blues argentino?

-Siento mucho no conocer el blues argentino. Por toda la musicalidad que hay acá, supongo que debe haber una tradición importante. Yo empecé escuchando a Ray Charles, Aretha Franklin, Marvin Gaye y Otis Redding. No sé por cual motivo, soy italiano. De hecho, la música italiana me gustaba. Aunque en aquella época era muy melódica, quizá demasiado pop. Sin embargo, llegué a escuchar música afroamericana, y me enamoré de ella. Cuando comencé a tocar, intenté juntar las raíces mediterráneas con la música afroamericana. Al principio, no fue fácil. A mis compatriotas les sonaba raro que un italiano hiciera R&B y soul. Hoy, finalmente, todos lo entendieron.

-A pesar de la conexión histórica y cultural que existe entre Argentina e Italia, se conoce muy poco de la actual música de tu país. Quizá lo más destacado sea Maneskin. ¿Qué opinión tenés de ellos?

-No sólo en Italia, sino en el resto del mundo el rock está muy diluido. Es como mezclar agua con vino. La gente llama rock a todo lo que tenga una guitarra eléctrica distorsionada. Me parece que Maneskin no inventó nada nuevo. No existirían si antes no hubiese estado Led Zeppelin. Ya conozco esa historia. Los vi en vivo, y no tocan lo suficientemente bien. Al menos el cantante es carismático. Estoy muy contento de que les guste decir que están cambiando la música. Y es que la forma de pensar la música italiana en el mundo es bastante anticuada. Está ese pop melódico que en sus letras decía cosas tontas como: “Te quiero mucho” o “No puedo vivir sin ti”. Pensar que eso es la música italiana es lo mismo que creer que en España sólo existe el flamenco. Y está la otra imagen de Italia que es la ópera o la música lírica, como la de Andrea Bocelli. En el medio de esos extremos hay artistas increíbles que hacen blues, rock y canciones comprometidos políticamente, entre los que destaco Fabrizio De Andrè, Francesco Guccini o Francesco de Gregori.

--En julio pasado salió un disco en vivo tuyo, mientras que tu último trabajo de estudio salió en 2021 y está compuesto por covers. Aparte de eso, en las plataformas musicales hay un montón de reediciones de tus álbumes. ¿Cómo te está yendo con la composición?

-No me gustan Spotify, ni las redes sociales. En ese sentido, soy un campesino. No soy para nada moderno. Me gusta hacer los discos como en los viejos tiempos: con grandes músicos y con productores increíbles. En Italia me presento en vivo en estadios, en Europa lo hago en arenas, en Inglaterra canto en el Royal Albert Hall y en Nueva York actúo en el Madison Square Garden. Luego de la pandemia, empecé a girar y no paré. Ésa es la razón por la que mi último disco es de covers. Se llama Discover (2021), y lo compone una selección de canciones que me gustan y que me hubiera encantado escribir desde que comencé en esto, a los 15 años. La verdad es que me divertí mucho haciéndolo, sin pensar en la radio o en internet.

--Al menos en Argentina, la música urbana cambió la manera de concebir la canción. Hoy salen de manera expeditiva y compulsiva, y pesa más la forma que el contenido. ¿Sucede lo mismo en tu país?

-Pasa exactamente lo mismo. Los raperos jóvenes son una especie de máquinas de guerra, con el posteo en Facebook, Instagram o Tik Tok. Lo más importante en esta época es el marketing.

-Al igual que sucede con la Argentina para el resto de Latinoamérica, Italia se convirtió en el modelo político de la extrema derecha para Europa. Ahora que hablaste de las máquinas de guerra, ¿no creés que es una época interesante para que la canción combata a este fascismo con máscara de democracia?

-Es un problema lo que pasa en Italia porque la cultura ha sido olvidada. Ya no existe alma, corazón ni mucho menos pasión. Por eso no veo ningún poeta moderno en Italia. Hay muchas palabras, pero sin sustancia. Si sobrevivo en la música es por la cantidad de años que tengo haciendo esto, porque hago conciertos en todo el mundo o porque conozco a otros músicos. En mi país me aprecian porque trabajé con músicos internacionales de la talla de Miles Davis, Eric Clapton y Bono.

--Parecés preocupado por esta época que atraviesa la música. Sin embargo, aún jóvenes que, pese a las tendencias de moda, siguen haciendo blues, R&B o soul. ¿No basta con eso?

-En mis recitales suelo decir: “El blues no morirá jamás”. Nunca morirá porque es algo que se guarda adentro, no importa sos negro, blanco, amarillo o indio. ¿Entendés? El blues es un estado de ánimo, por cosas que tenés adentro. El blues no murió. Murieron las compañías discográficas, al igual que la industria del disco. Prefieren algo sencillo y que cueste poco. “Cotto e mangiato” (“Cocinado y comido”), como se dice en Italia. Pienso que los músicos volverán a hacer música de manera orgánica, no con la computadora. No puedo pensar de otra manera.