Un grupo de amigos, o quizás no tan amigos, se reúne en un ghetto moderno: un country club de la Provincia de Buenos Aires, donde la comodidad es todo lo que parecen querer. Hasta que afloran secretos, alguna que otra antipatía... el pasado. Así, en este escenario, la pregunta ya no es "qué podría salir mal", sino "¿acaso algo puede salir algo bien?".
En este escenario, doble y metáforico, se planta Imagen velada, la nueva obra de Santiago Gobernori. El escenario real donde acaba de estrenarse es el Galpón de Guevara. El escenario ficticio es eso que ya hace tiempo el filósofo Marc Augé llamó un "no lugar".
Argentina, Buenos Aires: un country
No se trata de un 'country' como un lugar transitorio, como un aeropuerto o un supermercadoo. Y sin embargo, dentro de este grupo de "amienemigos", el interés por el pasado parece una una enfermedad mortal; mejor evitar confrontar la historia
En medio de este reencuentro, de adultos que se comportan como post-adolescentes excitados por las drogas o como pseudo-intelectuales excitados con citar obras y autores, hay un personaje que nadie ve (sólo algunos) pero que observa a todos. Un indio. No hay sujeto social, persona, ser humano, más invisibilizado (e incivilizado, claro) que el habitante originario de lo que fueron las Pampas.
Entonces, en ese escenario, ocurre el despliegue: el humor a lo Gobernori, como en ese ya clásico del under porteño, "Los Solemnes" (el ciclo de sketches que dirige hace más de diez años junto a Matías Feldman).
Una obra original y con guiños a clásicos
En este cruce de espejos Imagen velada conecta con el Luis Buñuel de El ángel exterminador (la ambigüedad entre poder o no salir del espacio cerrado, del quincho... de la mentalidad social), Viridiana , solo que aquí, no se trata de un banquete de mendigos, sino de "chetos" made in zona norte. Y acaso con la más perfecta película de Leopoldo Torre Nilsson: La terraza, con libro de Beatriz Guido, donde un grupo de nenes bien quedaba atrapado en una azotea de un edificio porteño y bacán.
Pero las similitudes quedan allí. Y en que tanto La terraza (Graciela Borges, Leonardo Favio, Héctor Pellegrini y Marcela López Rey), como Imagen velada ostentan un casting de jóvenes inmejorable. Entre muchos puntos altos, Marcos Ferrante brilla en su personaje como el dueño de casa, asador profesional. El es "el hombre literal", impasible ante las imágenes retóricas y posibilidades del lenguaje irónico —y por qué no, pariente cercano del Dicky del Solar de Ezequiel Campa.
También Julián Cabrera ("chimi, morci, chinchus, provo... 'chari'") y Tincho Lups, iluminadora presencia del que no tiene voz ni imagen. Y Victoria Baldomir, que puede contarlo todo con la velocidad de sus paso, apurada, abriendo enormes los ojos. O actuando, como las grandes actrices, con los hombros y la espalda. Brillante decisión de puesta corporal: Clara, su personaje, le da el dorso de su cuerpo -la espalda-, al pasado.
En ese lugar, Imagen velada, respira y hace reir a carcajadas. Entre el legado de Sarmiento o un realismo que parece salido como si Martín Kohan hubiera escrito una novela histórica. Y, sobre todo, una visión muy actual de la realidad. Con "castas" donde antes había carpas. De indios, por supuesto.
Y otra Argentina, claro. Del pasado. Más inocente. Más bárbara. Y sin cercos de barrios privados.