Cuenta el pornógrafo Pietro Aretino el caso de una joven inocente llamada Anna que en el momento de tomar los hábitos fue conducida por una monja hacia una habitación repleta de dibujos sexuales. Espantada por las imágenes que veía en las paredes, la joven le suplica a la instructora que “por favor diga algo”. La monja instructora, entonces, le empieza a contar una historia por cada uno de los dibujos y acompaña la exposición con un “artefacto de vidrio” que sirve tanto para “el agujero bueno como para el agujero malo”.
La habitación de Aretino escondida en sus Ragionamenti (1535), puede sin dudas convertirse en una de las metáforas-guías de la llamada literatura erótica, habitación donde se hospedan también Rabelais, Sade, los Sacher-Masoch, Apollinaire, Bataille, y otro puñado de irreverentes que siempre estuvieron a favor del pecado, jamás de la virtud. La literatura erótica parece responder a la lógica de esa tensión propuesta por Aretino: un inocente ruega que se le enseñe, y un maestro busca a un inocente para iniciarlo. Éste es uno de sus tantos artefactos. Ahora, ¿los alfabetos pornográficos tienen su origen también en esa habitación/tradición?
Uno de los primeros en encender la luz fue el dibujante francés Joseph Apoux. En 1880 dio a conocer su alfabeto porno y de inmediato le cayó la prohibición eclesiástica. Apoux, que profundizó el camino iniciado por otro censurado, el belga Félicien Rops (La mujer con un cerdo), utilizó las letras del alfabeto como simples puntos de apoyo para que soldados y señores de galeras fueran satisfechos por prostitutas de piernas muy largas. Inmediatamente, los alfabetos pornos encontraron seguidores y hacedores en todo el mundo, proliferando en las primeras décadas del siglo XX. Entre tantos alfabetos hay que mencionar a “la rareza”: el alfabeto erótico de la rusia soviética creado por una gloria de la gráfica revolucionaria: Serguéi Merkurov, escultor de al menos tres monumentos a Stalin. Merkurov puso en acción sobre el cirílico, en 1931, a varios musculosos (estilo romano) a tener sexo con fornidas mujeres siempre ante la vista de faunos que oficiaban de árbitros instructores.
¿Qué quería decir Apoux y qué quería mostrar Merkurov? Uno señalaba la vida licenciosa de la burguesía donde las mujeres solo tienen la obligación de complacer, y el otro, tomaba al sexo como lucha, trabajo y ejemplo de cómo se construye colectivamente una nación de hombres y mujeres fuertes. En dichos alfabetos hay, desde ya, dos claros modelos de concebir el mundo. Una observación más: la obra de ambos ilustradores (incluso de los más contemporáneos como el vectorial alfabeto de Malika Favré de 2013) pertenecen al notorio juego de la gráfica, a la mera gracia del estampado. La habitación imaginada por Aretino, exige que el dibujo sea acompañado por un cuento, una historia, una palabra capaz de esclarecer de qué se trata eso de la bondad y la maldad de los agujeros en el cuerpo.
HECHO EN ARGENTINA
Hubo que esperar hasta 2017 para hallar un alfabeto que respondiera a la propuesta del pornógrafo italiano. Y ocurrió en las páginas de la revista Fierro, durante su etapa trimestral. Allí se dio a conocer el Alfabeto erótico, con textos de menor envergadura de Clara Rodríguez con ilustraciones de El Tomi. Fueron 27 letras dibujadas, junto a veintisiete historias, algunas condensadas en inolvidables sentencias como: “Existen dos tipos de personas; los mezquinos que no pueden jurar amor eterno y los imbéciles que pretenden cobrar esa promesa” (correspondiente a la letra E) o “¿Qué sería del psicoanálisis o de la música country sin una niña desgraciada?” tal como se escribe sobre la Q. “La idea surgió inicialmente por parte de Fierro”, explica Rodríguez, porteña del 76. “Yo tenía un librito de Sade, Cuentos sádicos, ilustrado con un par de las letras del alfabeto de Apoux que siempre me fascinó, y cuando acordamos hacer el trabajo con El Tomi, fue la gloria, porque no podía ser otro más que él para darle un carácter distintivo al alfabeto. Las situaciones eróticas que es capaz de crear reflejan el disfrute de la mujer, no sólo del hombre como suele pasar en los alfabetos históricos”.
La obra de El Tomi es uno de los puntos más altos del dibujo argentino. No hay cuerpos dibujados que se muevan mejor que bajo su pluma, esto significa un manejo de la anatomía deslumbrante. No hay escenas eróticas, juegos de la gráfica, que se expresen mejor que al ritmo de su inventiva. “El Tomi es una saludable planta anómala en el jardín, el bosque, de la selva de la historieta nacional”, lo definió Juan Sasturain en este mismo diario. “Es casi un milagro que exista y se exprese. No se parece (ya) a nadie, sino que a esta altura, en estos tiempos ultracorrectos y vigilados, nadie ni siquiera se acerca a él”. Y esa rotunda afirmación se comprueba al mirar con detenimiento cada una de las letras de este Alfabeto, suerte de pequeñas habitaciones donde ocurre la alegría del encuentro sexual. “Ya había visto algunos alfabetos eróticos, pero al momento de crear el mío ninguno me aportó nada porque ya tenía metida en la cabeza la idea de cómo diseñar las letras. Te cuento: elegí un tipo de letra mayúscula lo más pesada posible, cosa de poder desarrollar el dibujo con facilidad en su interior. Amplié letra por letra en el monitor de la compu, luego con un lápiz calqué los límites de cada letra en una hoja tamaño A4 y empecé a dibujar a lápiz las escenas y los personajes espontáneamente, con la única condición de no salirme del contorno de cada uno de los veintisiete caracteres. Los hice de un tirón en una noche y al día siguiente los pasé a tinta”, reflexiona El Tomi.
Todo el Alfabeto erótico está construido a partir de un contrapunto entre dibujos y textos. Detalle que no se la escapa al poeta y traductor Silvio Mattoni (mucha de la literatura erótica francesa se las debemos a sus excelentes versiones) en el prólogo: “La narradora de los escritos que despliegan cada letra es al mismo tiempo una niña, una libertina, una curiosa de prácticas que tienen nombres de escritores, Sade o Sacher-Masoch, cuyos sueños o cuyos recuerdos fragmentarios tratan de captar el origen de un deseo, la posibilidad de una excitación que sin embargo en muchos casos no puede describirse. Mientras por encima, en forma de letra capital que ilumina el comienzo del párrafo, la excitación culmina, hay penetraciones, besos, lenguas introducidas. La inminencia de un coito, que el dibujo hace pensable pero justamente como una escena de otro mundo, no llega a producirse sino como alusión, fantasía, en el goce mismo de estar escribiendo sobre la promesa de un deseo”.
Y cuando la conexión entre texto y dibujo no parece ser directa, aparece un elemento que propone un segundo plano de lectura. Eso ocurre, por ejemplo, cuando el alfabeto se desliza hacia las zonas del humor, otro de los artefactos del erotismo. Así, en la letra G se ve a un hombre de chaleco y polainas, tocándose la punta del sombrero a modo de “permiso” mientras ofrece placer a una mujer de faldas a lunares que sueña recostada sobre un banquito, y se lee: “Glamorosos castillos en la campiña francesa, con amplios y secretos sótanos. Indumentaria de vinilo hecha a medida. Ganchos de acero quirúrgico. Objetos fálicos encargados a los mejores ebanistas. Látigos, arneses y rebenques de cuero crudo. Banquetes ofrecidos con los mejores vinos del país. Tiempo libre para organizar orgías. El sadomasoquismo no es para asalariados”.
TANTA FALTA DE RESPETO
Cuenta El Tomi que cuando conoció a Onliyú, el conocido guionista de la revista española El Víbora, lo escuchó decir: “La literatura erótica debe ser humedecedora”, en relación a los premios de la ya desaparecida editorial La Sonrisa Vertical. Y, desde entonces, él mismo repite que la ilustración erótica también lo debe ser. Es más, en su blog El Tomi Erótic donde narra su experiencia en el plano del erotismo bajo el título de “Erotics Annotations”, el dibujante afirma: “Los mejores dibujos pornográficos son aquellos que producen una erección en el dibujante mientras los está realizando”. Luego recuerda sobre el Alfabeto: “Cuando estaba construyendo las letras me pasó lo mismo que cuando, encerrado en la intimidad de mi atelier, hago un dibujo erótico o la viñeta de una historieta erótica y alguien abre la puerta de golpe y sin avisar”. Situación ésa que lo llevó a formular otra de sus reglas: “Cuando alguien entra subrepticiamente a la habitación donde estás dibujando y vos, sobresaltado, ocultas pudorosamente el dibujo, eso es un indicativo irreversible de que ese dibujo, justamente ese, es el que se debe publicar”.
Sobre las razones de la creación del Alfabeto, Rodríguez suma la siguiente idea: “Me encantan las exageraciones sadeanas, esas hazañas imposibles, alguien que en Roma destruye veinticuatro hospitales de un solo golpe, y a las quince mil personas que están adentro; la carta en Aline y Volcour de 350 páginas; la seguidilla de desgracias que le suceden a Justine. También, las barbaridades de Apollinaire, el Don Juan que embaraza a toda la familia, o Simone rompiendo huevos con el culo en Historia del ojo; me parece fascinante tanta falta de respeto. Creo que la exaltación de la moralidad también calienta, las desgracias de los personajes de Dickens o de Louisa Alcott (a quien se la homenajea en el Alfabeto) habrán calentado a más de uno porque nos dejan tranquilos con nuestra moral, pero a la vez que queremos que les sucedan todas las desventuras como a Moll Flanders de Daniel Defoe”.
Sin duda el erotismo, y sobre todo referido a la literatura, ha sido uno de los puntos más difíciles de analizar con la lupa de estos tiempos de cambios de paradigmas. A diferencia de los viejos alfabetos dominados por la sexualidad masculina, en éste “late una búsqueda del placer femenino en un mundo donde todo está pensado para los hombres, donde las mujeres estamos al servicio de ellos. Por las letras transitan fantasías, preocupaciones, modelos de crianza, tabúes, es una defensa del deseo nuestro. Eso está claro en los dibujos de El Tomi. Una escena erótica bien planteada desde el dibujo o bien contada con palabras es una toma de posición. Contar el amor desde una escena erótica me parece mucho más interesante y honesta que desde lo romántico”, conceptualiza Rodríguez.
El Alfabeto erótico, hoy convertido en libro se completa con El escenario del vicio (también con dibujos de El Tomi), que agrupa una docena de relatos, donde el espíritu lúdico del alfabeto se libera de las restricciones de extensión y se desnuda en historias eróticas que van desde los baños públicos en las estaciones de servicio de las viejas rutas argentinas a las mismísimas puertas de los baños de la UBA. En cada uno de esos relatos Rodríguez demuestra su fibra de narradora tiñendo de voluptuosidad situaciones desde la perspectiva de una joven temerosa y atraída por los temblores sexuales de la infancia, de la juventud deseante, en busca de nuevas experiencias, y capaz de enfrentar a las violencias del mundo. “Yo soy de otra época, no me mueve nada el millonario millennials de las sombras de Grey con su látigo de fiesta de quince. Me formé una erótica que gira en torno a lo peligroso, a lo sórdido, a lo prohibido; mi adolescencia transcurrió en los ’90”, explica Rodríguez. “Me inicié en la vida sexual a principios de los noventa, Foucault y Fede Moura ya habían muerto portadores de HIV2”, dice la protagonista de “8 minutos 10 segundos”, uno de los cuentos de El escenario del vicio. Agrega su autora: “Fue un momento jodido para ser adolescente: pensar que en la radio más popular del momento había cuatro tipos que hablaban sin parar de las colegialas y sus polleritas. Afortunadamente, existen el sadomasoquismo y la escritura para sublevar tanto abuso de la realidad”.
Las primeras palabras que pronunció la joven inocente de Aretino al salir de la misteriosa habitación, podrían reutilizarse en relación a este Alfabeto erótico: “Que se presente aquel que pueda frenar el deseo ante semejante artefacto”.