El veto a la movilidad jubilatoria, protestado en los alrededores del Congreso, aumentó los colmos de Patricia Bullrich y Javier Milei a través del gaseo de una niña y su madre difundido en un video luego “editado” sin los detalles violentos que pretendió neutralizar la ministra Patricia Bullrich con su voz infeliz en la retórica y hábil en dar órdenes que atentan contra la vida.

“Confieso, no me vencieron los militares argentinos, pero ya no puedo más” escribió Eduardo Dellagiovanna, argentino, de 65 años, en el mensaje que envió a las 6 y 14 de la mañana del 7 de enero de 2017 al sitio de Radio Onda d’Urto. Después, con un arma cuyo permiso de portación estaba vencido, se pegó un tiro en la cabeza. Ex militante del PRT–ERP, exilado en la ciudad de Brescia, Italia, donde se desempeñó como activista político, llegó a ser presidente de APASCI (Asociación para la Paz, la solidaridad y la cooperación internacional), recordado por sus compañeros como muy combativo en las campañas de boicot a la realización del mundial en Argentina a fines de los setenta y la lucha contra la instalación en Italia de los misiles Pershing y Cruise a principios de los ochenta.

Dellagiovanna dejó una carta donde le tira al Estado italiano, junto con su cadáver, la descripción exhaustiva en primera persona de su vida precaria: 3 bypass, la operación de un carcinoma, el suicidio de una ex esposa, la muerte de otra dos días después de cumplir 44 años, 7 meses de alquiler adeudado junto con 360 euros al banco por un préstamo cuyas últimas cuotas no pudo pagar, facturas aún no vencidas de gas y luz, por un total de 108 euros, 1,85 centavos en su cuenta bancaria y nada en el bolsillo. Como detalla en el comienzo de su mensaje lo que un tipo de su generación e ideología definiría en términos de “condiciones objetivas”, como suicidado estatal fueron: desocupado por razones de recorte de presupuesto desde junio de 2015, luego de 34 años de aportes, estirada por una reforma previsional su edad para jubilarse, tendría que pasar 18 meses antes de que pudiera reingresar en el sistema para sobrevivir.

Una modernización compulsiva y global exige la exportación de “seres humanos superfluos” a vertederos bien dispuestos, escribe Zygmunt Bauman en Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. La plenitud del planeta significaría, en esencia, “una aguda crisis de la industria de la eliminación de residuos humanos” bajo la forma de inmigrantes y solicitantes de asilo o caídos de la producción por el desempleo o por una jubilación de mierda. Hacia 2018  apareció la figura del mata viejos. El mata viejos sólo atiende a la frágil cadenita interpuesta entre la cocina comedor y el extraño, los pasos vacilantes que atraviesan el portoncito bajo la sombra de la bolsa de compras, el perro de mediano formato ya atemperado por los tumores intestinales y el sueño de que el dinero se guarde bajo el colchón o en la ingenua caja fuerte camuflada detrás de una marina colgada en la pared, de acuerdo con la cultura de los viejos tiempos. El mata viejos que no cede a la ley del más fuerte porque ésta implica lucha, en cambio ataca lo que decanta hacia la condición de depredado a causa de su propia debilidad. Carroña de segundo orden en el status entre ladrones veteranos, el mismo, aunque sea casi niño, si bajan la edad de imputabilidad, puede terminar como el vieji que se cargó ni bien alguna fuerza deje de apretar el gas pimienta y vuelva al del gatillo fácil.

 

 

 

 

Viejes meados pero no derrotados

 

En recuerdo de Norma Pla, aquella vieja de armas tomar que hizo llorar lágrimas de cocodrilo a Domingo Cavallo, levantó entre los jubilados que lucharon en la calle cuerpo a cuerpo con blindados hasta los dientes y portadores de envase de gas pimienta, una fuerza nueva que desmentía su edad biológica, golpeando con sus puños las vallas, invitando al diálogo cara a cara con sus represores que, rastreros, ponían cara de poker o de teatro o de máscaras chinas aprendidos en la Juan Vucetich. Y era patético si no hubiera sido ominoso: la fuerza munida con envases que parecían de spray atacando a la abuela.

Teníamos arquetipos que recibían uniformemente el apelativo de “abuelos”. “El viejito sabio” Sábato, por ejemplo, a quien se escuchaba con la sonrisa condescendiente. O el viejo siniestro como archivo destruido en vida (Massera) o el viejo emperrado en una postrera dignidad asesina que intenta refugiarse en la estructura jurídica que asocia vencimiento a envejecimiento (Priebke).

Ahora cada viejo con hambre y con hambre de basta -como dice el grupo Mostri de los feminismos argentinos-, se irguió y levantó su voz más allá de su fragilidad biológica y no eran anclados en una pertenencia política sino viejes con memoria de los que se les viene robando y se niegan a aceptar el veto a las reformas previsionales porque –como dijeron tantos- no tienen nada que perder, Y si Milei cree haber derrotado a las feministas cerrando instituciones, arremetiendo contra la IVE y la ESI, ahora que si nos ven y nos ven en todos los frentes opositores- cuando en el principio de la democracia la estrategia era la especificidad y visibilidad.

 

En Mayo del 68 había un graffiti que rezaba “debajo de los adoquines está la playa”. Nosotres podemos decir acostadas en las veredas durante una movilización “debajo de los adoquines no está la playa están los arroyos como el Maldonado” (sutil homenaje a Santiago).