Ex estudiante de Bellas Artes en “la” Belgrano, integrante de las redacciones de las revistas El Porteño y Cerdos & Peces, militante del PCR (Partido Comunista Revolucionario) hasta que lo abandona y sale del closet, activista gay, enamorado de las mujeres a las que amó, artista y curador avant la lettre, Jorge Gumier Maier (1953-2021), creó la galería de artes visuales del Centro Cultural Rojas en el mítico pasillo de acceso y la instaló en la escena plástica porteña para convertirla en uno de los principales sitios del arte de los 90.

En el marco de los festejos por los 40 años del Rojas, el espacio de la avenida Corrientes 2038 evoca ahora su persona y el arte visual y queer de los 90 en el mismo lugar donde floreció.

Allí se pueden ver, en una muestra de numerosos artistas la manualidad minuciosa y ornamental reivindicada en su condición de práctica no masculina. Obras diversas y bellas de la tribu liderada por Gumier, quien “logró transformar en una mística del artista las acusaciones de vacío y banalidad”, que recibió de los observadores más conservadores, recuerda el crítico y especialista Fabián Lebenglik, ex director de la institución.

Alquimista de la cultura en los primeros años y aires democráticos, Gumier mezcló los elementos que transformaron el panorama de la última década del siglo veinte y creó un estilo propio, al trazar el camino para generaciones de creadores, gestores y soñadores, dice Daniela Zattara, curadora y actual coordinadora general del Centro de la UBA. “Gumier y el Rojas sintetizan el final de la dictadura y el principio de la democracia, fue un mundo subterráneo en el que se gestaron modificaciones sociales de artistas emergentes”, señala el coleccionista Gustavo Bruzzone.

Creada en 1989, la galería cobró gran visibilidad en 1991/92, cuando se incorporó al circuito de exhibición más consagrado que integraron el ICI, el Centro Cultural de España y la galería Ruth Benzacar. Los recursos expresivos del arte que se colgaba allí bebían de las poéticas del pop, el minimalismo, lo concreto y el kitsch. Gumier estuvo hasta el 96, cuando lo sucede otro artista y docente: Alfredo Londaibere. En 2003, regresa por un año por la insistencia de Lebenglik, máxima autoridad del espacio entre 2002 y 2006, editor y coautor con Bruzzone, del insoslayable libro Arte argentino de los años noventa, de Adriana Hidalgo Editora.



Para ponerlo en contexto, el año de la asunción de la curaduría de Gumier, no es cualquier año. Como señala Inés Katzenstein, curadora, historiadora del arte y crítica especializada en arte latinoamericano “1989 fue clave no solo para la historia mundial, con la caída del muro de Berlín, sino para la historia reciente de nuestro país… fue el explosivo año de la hiperinflación, de los saqueos a los supermercados y de la renuncia de Raúl Alfonsín. Con la reforma del Estado, comenzaba la era Menem” y la clase media y los sectores populares se iban a pique.

Titulada Pretérito Imperfecto, desde este jueves puede verse en el Rojas una muestra con la obra de Avello, Bairón, Benavídez Bedoya, Burgos, Brodie, Campagnucci, Centurión, Constantino, de Volder, Di Girolamo, Dobarro, Freisztav, Goldenstein, Gordín, Greco, Grinblatt, Gumier Maier, Harte, Hasper, Herrero, Jacoby, Jitrik, Kacero, Kuropatwa, Laguna, Laren, Lindner, Londaibere, López, Marrone, Miliyo, Pagés, Pastorini, Pombo, Sainz, Schiavi, Schoijett, Schvartz, Siquier, Suárez, Subosky y Vitale. Todos ellos, parte de lo que se denominó la “Estética del Rojas”, o “arte light”, como lo bautizó el crítico del diario La Nación, Jorge López Anaya.

Los mundos íntimos, hogareños, ligados al sexo y el amor, muchas veces nostálgicos cobraron una centralidad nunca vista en las artes visuales criollas. Los creadores de esta movida constituyeron la médula del Rojas y reclamaron para sus objetos e imágenes temáticas opuestas a la brutalidad. La escultura dejó de ser con ellos ese arte tradicional ligado a la prepotencia ideal de dominio de la materia.

La mariconería del Rojas, como lo repitió innumerables veces el mismo Gumier, implicó la valorización de la sensibilidad dentro del oficio. Cariño y subjetividad fueron claves temáticas y formales en ese corpus de obras de los 90, trascendiendo las provocativas ironías gay.

En el tributo también se presentan intervenciones de la Colección Bruzzone, realizadas por Benito Laren, Rafael Cippolini y Fernanda Laguna, donde conviven fragmentos audiovisuales de actividades, curadores y artistas y que constituyen un puente al pasado para comprender la evolución y los proyectos innovadores de ese tiempo.

Gumier, que en la dictadura suspendió su actividad política maoísta para refugiarse en la teoría, el arte y las artesanías, se abocó luego por entero al arte visual y se hizo cargo de ese bastión de libertad creativa, donde brotó una plástica “sin ataduras. Los nombres de esos artistas pioneros resuenan como versos de un poema multidisciplinario que el Rojas ha estado componiendo desde la inauguración”, dice Zattara.


“… Más cope que pasión morbosa, más cercano al oficio que a la creación, más próximo del ingenio que de la expresión subjetivada… si el arte se desacraliza, estas operaciones reinstalan un hedonismo pagano. El privilegio parece recostarse del lado del fruidor”, escribió Gumier en una especie de manifiesto que se publicó en La Hoja del Rojas, en Junio de 1989.

Artista plástico y curador, Gumier propició un modelo curatorial doméstico, “esa coartada de coleccionista pobre y antojadizo”, al decir de Katzenstein.

Escribe Lebenglik que “el pintor Guillermo Kuitca pueda haber sido, para Gumier Maier, una especie de contrafigura contra la cual definirse… el prejuicio general indicaba que Kuitca representaba el paradigma del artista de los ochenta. Debido al efecto casi entrópico de no exponer en su país, para el público argentino Kuitca estaba todavía ligado a un tipo de neoexpresionismo que Gumier Maier deploraba y, a la vez, el modelo de artista inserto en el sistema del arte –en su caso, en el circuito internacional–, que Gumier Maier tambien deploraba”.

La búsqueda de Gumier era la de un vínculo sensual con el arte, la generación de un estallido fascinado y fascinante que acariciara los sentidos de los espectadores. Su anhelo era que los artefactos de culto pusieran en marcha la experiencia de lo bello y se adoraran.

Artistas como Londaibere, Gordín, Suárez, Schiavi, Pombo, Laguna (cocreadora de Belleza y Felicidad), Bairon, Laren, Liliana Maresca y OImar Schiliro, pareja de Gumier, encontraron en él un acompañamiento inusual. Alta y baja cultura, refinamiento y accesibilidad, lo decorativo y lo abstracto, lo cursi y lo elegante fueron albergados en una instancia superadora al principio de no contradicción.

Para Mariano Oropeza, co-curador y gestor de contenidos y comunicación “con la gestión de Leopoldo Sosa Pujato, el Rojas era un lugar de libertad, creación y posibilidades. El año anterior al desembarco de Gumier hubo una mesa sobre vanguardias con Pablo Suárez, alguien muy importante en esa etapa. Fue y sigue siendo un puente entre generaciones y un sitio de experimentación que interrumpió, puso una cuña en lo que venía”

Extraño y bienvenido, el Rojas de Gumier fue un lugar de ruptura dentro de una institución académica, oficial, pública y gratuita. Con la muestra sexoafectiva del trío Harte, Pombo, Suárez “mucha gente se sintió ofendida. Como en los 60 el Di Tella, pero en los 90 y sin una fortuna que lo sostuviera ni una dictadura en simultáneo”. Muy cerca, además, pasaban cosas similares como las muestras en los espacios alternativos La Zona y La Kermes, donde Maresca, Avello, Marrone, Diego Fontanet y Gordín, entre otros, reinvindicaban no solo el arte sino también el oficio. Todo ese clima anticipó la gestión curatorial de Gumier en el Rojas.

Justamente, Fontanet cuenta que en los 80 y 90 “andábamos por San Telmo y por la avenida Corrientes, con Maria Moreno, Gumier, Jacoby y Maresca. Hicimos una de las primeras exposiciones del Rojas, en el 89, que se llamó Arrojados al vacío. Creo que la tarea de Gumier no se puede sacralizar”.

“Cálido, divertido y muy agudo”. Con estos adjetivos lo recuerda su amiga, Natalia Pineau, organizadora de la muestra Gumier antes de Gumier, en el Centro Cultural Recoleta. Para aquella exposición se recuperaron varios de sus primeros trabajos, obras que nunca se habían visto con gran impacto en las nuevas generaciones LGBTTTIQ+. “Las artes visuales que promovió tuvieron modalidades de realización ligadas con lo gráfico, lo decorativo y el bricolaje”, dice la curadora: “El arte argentino de los noventa quedó restringido o se volvió equivalente a la Galería del Rojas y los artistas asociados con ella. Gumier fue una figura clave del período, desarrolló importantes estrategias para instalar la galería como referente”.

Escribe Gumier para la muestra El tao del arte: “El movimiento del arte es la fuga. Verdad o realidad le son extraños porque todo arte es ficción. En ese hacer, ese obrar insensato que nos sostiene en el sinsentido. Un exceso sin término, infinito y fulgurante. Que el arte, como la vida, no conduzca a ninguna parte, es la razón de nuestra libertad, la posibilidad de nuestra salvación. Con la fosforescencia del rapto nos vacía de entendimiento.”

Sus curadurías fueron diversas, e incluyeron un paradigmático decorativismo kitsch e instalaciones de contenido explícitamente político como la que realizó Liliana Maresca sobre el menemismo, hasta exposiciones temáticas, como “Crimen & ornamento, curada por Carlos Basualdo, o la muestra colectiva de arte gay importada de Estados Unidos, en 1995.

Referente y vocero de lo nuevo, Gumier recupera la condición diaspórica y personal del artista, frente a la ideología dominante y la praxis general del mercado.