Hablando de la libertad fue que a Mariano Hamilton le dio por meter su pluma en la llaga. Y vaya que la hundió, dado el intenso tenor de la etapa histórica escogida para poblar Días malditos, su décimo libro a la fecha. Se trata de casi 500 páginas destinadas a desentrañar qué pasó durante 110 días clave en la historia Argentina del siglo XX. Los que van del 10 de junio de 1955 (prolegómenos de los bombardeos del 16) y el 27 de setiembre del mismo año, con el golpe Estado de la Revolución Libertadora recién consumado. “Las coincidencias con el presente son muchas”, asegura el periodista y escritor a propósito del concepto de la libertad “mal utilizada”, que recorre todo el libro.

La respuesta extendida de Hamilton surge a colación de una pregunta sobre dos pasajes iniciáticos de Días malditos. Uno de la página 74, cuando el escritor recuerda una arenga dada por el capitán de corbeta Guillermo Sánchez Sabarots, durante una reunión en la Base de Punta Indio, horas antes de los bombardeos sobre Plaza de Mayo y otros sitios de la ciudad, que causarían más de 300 muertos. “Los que estén del lado de la libertad, que levanten la mano”, había dicho uno de los capitanes golpistas. Otro es el pensamiento que el autor adjudica al guardiamarina Eduardo Bisso, cuando éste imagina que lo que está por hacer -antes de subirse a uno de los Texan bombarderos y entregarse a las fuerzas del cielo- es justamente “luchar por la libertad”.

Días malditos, prologado por el dirigente peronista Aníbal Fernández y publicado por Planeta, se empezó a escribir como respuesta a otra pregunta que “atormentaba” al autor: ¿por qué el 16 de junio de 1955 es una fecha olvidada? Con justa razón se recuerdan decenas de tragedias: embajada de Israel, AMIA, Cromañón y hasta hay crónicas en diarios, revistas y páginas webs sobre lo ocurrido con las Torres Gemelas el 11 de septiembre, cuando se cumple algún aniversario. Ahora bien, ¿los bombardeos por parte de la aviación naval sobre la Casa Rosada, el edificio de la CGT, el Departamento de Policía y el Palacio Unzué, que dejaron 303 muertos y más de 3 mil heridos, ¿no merecen cuánto menos alguna mención en los libros de historia? ¿En los diarios cuando se cumple un aniversario? ¿Una fotito con un epígrafe? Parece que no. Como tampoco merece recordarse que el golpe dado Revolución Libertadora –del que hoy se cumplen 69 años- dejó un saldo de 85 muertos, muchos de ellos civiles, después de cuatro días de combates en todo el país”, dice Hamilton,  que se tomó tres años en darle forma al libro.

O sea, en traer -necesariamente- al presente esas 400 muertes entre ambos hechos, producidas justamente en nombre de una libertad abstracta, desviada, sesgada y falsa. “Esos 110 días de la Argentina, según mi modesta opinión, fueron el comienzo del fin de un proyecto de país que hoy nos colocaría entre las primera veinte potencias del mundo”, asegura el periodista. “Y a los que me digan que estoy loco, les sugiero que lean el primer y el segundo Plan Quinquenal para entender el país que se había conseguido con mucho sacrificio, y lo que los argentinos nos proponíamos hacer para la siguiente década. No digo el peronismo sino los argentinos, porque más allá de que la cantera que generaba ese proyecto era el gobierno y más precisamente el presidente Perón, los éxitos obtenidos eran producto del laburo de cada uno de los habitantes de esta patria. También en esos años se defendía el concepto que dice que la patria es el otro”.

-¿El motor inicial del libro fue ideológico, afectivo, emocional, militante?

-El motor fue una inquietud intelectual, que luego estuvo impregnada por lo ideológico, lo afectivo y lo emocional, pero jamás por lo militante. Y no lo digo porque descrea de la militancia sino porque no me considero parte de ella, tal vez por una cuestión de edad. Para ser militante hay que dedicarle tiempo a la política y poner el cuerpo. Y ese no es mi caso. Yo aporto desde otro lugar: el de la inquietud intelectual, desde lo ideológico, lo afectivo y lo emocional.

-En el prólogo, Aníbal Fernández habla del libro como un “texto revelador” y del “artilugio de novelar el hecho histórico”, que utilizás. ¿Expresa exactamente la forma que te propusiste de contar estos días malditos?

-Sí, porque se trata precisamente una novela de no ficción. Quería contar una historia y después de ensayar tres versiones diferentes me quedé con este formato. Lo que costó fue encontrar el tono. Primero pensé que lo podía contar desde la voz de un piloto que bombardeó inventado y fracasé luego de escribir 50 páginas. Luego probé narrar en presente, al estilo Mario Wainfeld, y tampoco lo pude sostener después de escribir 200 páginas. Finalmente quedó con este formato, que me dejó satisfecho.

-Una arista –por tomar una entre tantas- del minucioso trabajo que encaraste puede direccionarse en el sentido de un homenaje o reconocimiento a aquellos militares leales que contás en el libro, consustanciados con las tres banderas del movimiento nacional. Entre ellos, aparecen Ernesto Adradas, Franklin Lucero, Juán José Valle, etcétera; claramente en contraste con aquellos otros sectores militares que defendieron el reverso de aquellas banderas de soberanía, independencia y justicia social. Lo mismo surge con los civiles, pero al revés: lo del triunvirato radical-socialista-conservador (Zavala Ortiz-Ghioldi-Vicchi) que se iba a hacer cargo del gobierno si los bombardeos “ganaban” es clave al respecto.

-Es difícil pensar en reivindicaciones u homenajes explícitos cuando se escribe un libro. Eso se va trasuntando a medida que la historia avanza. El libro cuenta un período tremendo de la historia, pero al mismo tiempo está plagado de situaciones muy íntimas, de diálogos entre Perón y los suyos. Y una de las cosas que más me gustan es que, salvo tres personajes a los que trato muy mal, el resto tiene luces y sombras, incluso los que lo terminan derrocando. Y esos tres son Aramburu, Rojas y Alfredo Palacios.

-Sos peronista y de San Lorenzo. ¿Sos ambas cosas desde que estabas en la cuna?

-(Risas) Bueno, de San Lorenzo absolutamente sí. Como dice la canción, desde que estaba en la cuna. También soy peronista, pero con baches y contradicciones en todos los años que pasé. En los '90, por ejemplo, me expulsaron del peronismo e indagué por otros rumbos: el trotskismo junto a Pablo Llonto y luego la Alianza con Chacho Álvarez, que terminó como terminó. En ese momento, me dije a mi mismo que tenía que dejarme de joder con mis veleidades y debía votar siempre al peronismo, porque era la única fuerza política que reunía dos condiciones que para mí son decisivas: quiere mejorarle la vida a la gente y promueve la felicidad. Y para una sociedad no hay mucho más que eso: laburar para estar mejor y ser feliz.