Una pequeña isla turística fuera de temporada es el escenario de la última novela de Manel Loureiro. El escritor español –best-seller con su novela debut Apocalipsis Z. El principio del fin- pasó por la Argentina para presentar Cuando la tormenta pase (Planeta), un thriller ambientado en la muy real isla de Ons, en la costa noroeste española, con los muy ficcionales Freire y Docampo, dos familias que arrastran rencillas antediluvianas, y que encuentran como catalizador un fardo misterioso y la incapacidad de permanecer calladito de su protagonista, Roberto Lobeira.

Loureiro es una figura inusual en la literatura: originalmente abogado –aún recuerda sus tiempos de toga y querellas-, empezó a subir una ficción que escribía a un blog, hace ya casi veinte años. Y experimentó un fenómeno viral antes de que la expresión se hiciese conocida. En menos de tres meses superaba el millón de seguidores (“me di cuenta que todo había cambiado cuando en un mismo día querían entrevistarme de un períodico de Chile y una radio de México”, cuenta) y cuando su blog devino novela, voló de las estanterías. Luego, un golpe de suerte adicional: en un hiato de estrenos de la serie The Walking Dead, la cadena norteamericana AMC recomendó su libro debut como una de las lecturas posibles para aguantar la espera. Y nuevamente, las ventas por los aires. Desde entonces Loureiro se dedica full time a la literatura. “El mundo del derecho ha perdido un abogado mediocre y el mundo de la literatura ha ganado un tipo que sea bueno o malo, por lo menos entretiene a un montón de gente”, ensaya un balance para Página/12.

-¿Cómo concebiste Cuando la tormenta pase?

-Pues esta historia apareció de la colisión de dos cosas muy diferentes. De una parte, cuando descubrí un espacio único, que es la isla de Ons, que es como todas las islas atlánticas del norte, del Atlántico Norte: fría, sacudida por las olas, es verde, es húmeda, pero que además tiene la particularidad de que es un sitio que en verano es un destino turístico de primer orden. Miles de visitantes todos los días. Pero en invierno queda prácticamente vacía. En invierno quedan unas veinte o treinta personas viviendo allí, y se quedan aisladas durante meses porque las tormentas impiden que los barcos lleguen. Me parecía que ese sitio, que a veces tiene condiciones de vida más propias del siglo XIX, en plena Europa, a la vista de una costa turística masificada, era un lugar especial. Y después había otra parte que me llamaba mucho la atención, que era que siempre me habían fascinado las historias de los pequeños conflictos rurales. Esa expresión que se está extendida por todo el mundo, la de "pueblo chico, infierno grande".

-Esa frase venía con la segunda pregunta...

-Sí, pues eso es una realidad. Pero es una realidad, aparte, en cualquier país del mundo. Pasa en España, pasa en la Argentina, pasa en China, pasa en Japón. Si tú y yo nos llevamos mal en una gran ciudad, con no cruzarnos de nuevo lo tenemos solucionado. Pero en un sitio pequeño, ese roce continuado hace que esas tensiones, que están larvadas desde hace un montón de tiempo, se mantengan vivas. Lo curioso de esto es que esos conflictos rurales en ocasiones entran en erupción y cuando lo hacen suele ser de una manera muy violenta. Quiero decir, suele haber muertos. Si tú y yo nos llevamos mal y un día eso explota, lo probable que es que nos liemos a gritos en plena calle y se acabe ahí la discusión. Pero en un entorno rural suele acabar en una explosión de violencia que esa tensión acumulada revienta cuando alguien coge un escopete y dice "ya está, hoy es el día". Después, de repente, esos pueblos aparecen en las noticias. Y decimos, ¿cómo es posible? Eso me fascinaba. Y entonces siempre me preguntaba, ¿cómo actuaría yo, cómo actuarías tú, cómo actuaría cualquiera si se viese atrapado en una situación así? Y la respuesta hoy es, en primer lugar, sales corriendo y a continuación llamas a las autoridades. ¿Y si no puedes salir corriendo? ¿Y si no puedes llamar a las autoridades? ¿Y si eres tú el detonante involuntario de esa explosión? Bueno, la isla de Ons era el sitio perfecto para algo así.

-Tiene una cosa como de misterio de cuarto cerrado, ¿no? ¿Cómo fue esa construcción?

-Pues tiene un trabajo de metaliteratura por debajo muy profundo, muy estructurado, por dos motivos. Primero, porque es un thriller, ¿vale? Y un thriller es un mecanismo de relojería donde todo tiene que encajar a la perfección. Donde cada acción tiene que generar una reacción, donde cada pregunta genera respuestas, que a su vez tienen que generar nuevas preguntas. Y todo eso tiene que ir con el funcionamiento perfecto, milimétrico, para que la sensación del lector sea la de estar sentado en el borde de la silla y no pueda parar de pasar páginas hasta llegar al final. Para conseguir eso necesitas hacer un buen trabajo de planificación. Es una novela en la que hay un montón de tramas que se superponen: está la trama de estas familias enfrentadas, está la trama de una relación de amor romántico imposible, está la trama de ese fardo que traen las olas a la orilla, está la trama de ese asesino misterioso que anda por ahí. Y después, lo que apuntabas de esa historia de cuarta pared. En el fondo, a mí me encantan las estructuras clásicas de la novela. Esto no deja de ser como Los diez negritos de Agatha Christie. Es decir, estás en un sitio que está cerrado, donde está empezando a morir gente y tiene que ser alguien. Alguien está mintiendo. Alguien es el responsable. El tratar de descubrir quién es ese alguien, mientras está siendo arrastrado por esas ondas, genera una sensación muy compacta.

-Vos no parecés un escritor con bloqueos creativos, tu protagonista los tiene. ¿Cómo lo moldeaste?

- El protagonista es escritor, como yo. Tiene una antigua profesión que ha dejado atrás, como yo; yo era abogado, él era periodista. Los dos tenemos una manera de trabajar muy obsesiva cuando estamos haciendo una novela. Él se va a la isla porque necesita recorrer los escenarios, como yo. Pero a partir de ahí empiezan las diferencias. Él tiene un bloqueo creativo que no he sufrido y, sobre todo, tiene un problema. El problema es que es periodista. Y los periodistas suelen ser un problema porque tienen la sana costumbre de preguntar y de repreguntar. Y cuando tú llegas a una situación en la que todo está a punto de explotar, hacer preguntas a lo mejor no es la mejor estrategia. Y eso es lo que le pasa. Pero él no puede evitarlo, su naturaleza inquisitiva lo obliga a eso y no sabe que está precipitando la catástrofe. Y que a partir de ahí, todo lo que va a pasar en el fondo, y él es el causante, el leitmotiv de fondo de esta historia, debajo de toda la peripecia, debajo de todo el thriller, es el peso y las consecuencias de tomar decisiones. Y de cómo a veces tomar decisiones correctas lleva a consecuencias equivocadas. Ese es el mensaje que avanza por debajo de toda la historia. Si no, el resto sería peripecia. Si no hay un conflicto, y el conflicto de fondo es ese, la novela no tiene asidero, no tiene chicha.

-Parece una tragedia griega, donde todo lo que hacen los personajes, aún para escapar de su destino, lo empeora.

-Sí, la sensación de inevitabilidad de los acontecimientos, de que está atrapado. Es que cuando las cosas empiezan a rodar, cuando los acontecimientos empiezan a precipitarse y a salirse de control, la capacidad de tomar decisiones se va viendo cada vez más cerrada. Tú piensas que tienes opciones, pero al final es como una avalancha. Esa sensación de que ya has perdido el control de la situación.