A Horacio Vargas

El profesor Enrico entró en el curso por primera vez. La directora le había advertido que era un curso muy alborotador y debía tener paciencia para poder dar su clase de literatura. Se presentó fingiendo cierta hosquedad y hasta un maltrato; primero aclaró que era la única vez en la vida que realizaba un trabajo por el cual le pagaban para el bien de ellos mismos. Todos pagan, dijo, para que ustedes estén aquí, incluso los chicos que mendigan en las calles. Cuando alguien compra algo, paga un impuesto y una parte de eso va a la educación. "Así que esto es un trabajo", volvió a afirmar. Luego prosiguió su clase diciendo que comenzaría dando poesía. Un alumno muy serio le preguntó si le gustaba el tango. Enrico se fingió terriblemente enojado y lo amenazó. "La próxima vez que se burle de mí -vociferó- lo mando directo a marzo". "Me está tratando de viejo", agregó. No, No…dijo tímidamente el chico.

Aguantando la risa, Enrico escribió en el pizarrón: Yo tengo una flor y la tengo que cuidar y cuando sea grande me la tengo que fumar… Damas gratis.

Y abajo: Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, su boca que era mía ya no me besa más…

Después expuso la métrica y extendió la incidencia del ritmo, pero primero preguntó qué podía distinguir y diferenciar una poesía de otra… Solo el chico que lo había interrogado por el tango. Que una habla de lo particular, en cambio la otra de algo universal… Enrico sonrió satisfecho. Muy bien dijo, pero los dos párrafos hablan de algo individual. La primera es: Yo tengo… la segunda, era mía… no me besa más…

Una chica expresó: la primera habla de una posesión personal, en cambio la segunda una desposesión porque nos incluye a todos. Todos vamos a morir…

La clase siguió y Enrico estaba satisfecho. Por ser el primer día, era más que suficiente. Progresivamente podría introducir algunas producciones más fructíferas. Cuando salió para almorzar en el bar de Rodríguez y Salta recordó las motivaciones profundas inclusos impensadas que había logrado la atención de los chicos. Recordó una noche en que solía ir con sus amigos adolescentes a bailar los sábados a la noche y en el club Provincial, encontró a su madre con sus amigas que cenaban mientras una orquesta tocaba tangos y su madre le preguntó si no la sacaba a bailar. Había un pequeño concurso y Enrico accedió a bailar una milonga, La puñalada, con la que ganaron una copita como premio. Era un recuerdo que atesoraba como uno de los mejores en los altibajos de la vida.

Por supuesto, no pudo dejar de lado su emoción ante la poesía. Sintió que si la música era el arte ideal por su pura condición de formas, la que más se le acercaba era la poesía. Al fin de cuentas, ambas constaban con la prosodia como lo decía un verso de Aldo: prosodia de dolor, acento de ira…, recordó a su tío que le hacía escuchar y comprender la influencia del jazz en el tango. El blues en la milonga, la habanera… y que el arte no es solamente belleza y creación sino verdad. Pero, pensó, el arte al ser una vivencia de la sensibilidad, había construido una teoría racional de la sensibilidad, es tan viejo como estética, ya que la reflexión griega sobre la esencia de lo bello, comienza como estética…y la estética juega en el ámbito artístico el mismo papel que la lógica en el pensar, es la lógica de la sensibilidad…

En ese momento se detuvo, más allá del recuerdo de poemas y de Bill Evans o Miles Davis de Gardel o de Morán tenía que transferir esos sentimientos en la enseñanza y eran inadecuados por demasiado complejos para chicos de cuarto y quinto año. Tal vea debía repetir lo que había experimentado a la mañana, pero a Enrico no le gustaba repetirse en clase. Sentía que su obligación era transmitir una pasión.

Llegó la hora de presentarse ante el curso y la conversación que tuvo lugar se diseminó en varios sentidos. La mayoría eran chicos de barrios muy pobres y adolecían de cuidados y vivencias elementales. Una de las chicas comentó que su madre se había ido y que su padre estaba en la cárcel. Y agregó: pero mi padre es un buen hombre, sólo se rebeló ante la ley. Una o dos que estaban a su lado iniciaron una alusión irónica y fue en ese momento que le vino a la mente una anécdota de un viaje. La comentó con la deliberada intención de desalojarles sus prejuicios. En una oportunidad, comentó, yo estaba en un congreso en Marrakech con un grupo de profesoras universitarias entre las cuales estaba mi esposa. El hotel servía a la noche una gran cena show para todos los que se hospedaban allí; la gran mayoría de Universidades europeas. En la mesa de al lado, un hombre un poco más grande que él le preguntó en un excelente español de dónde eran y le contestó: de Rosario. Oú le Che est né…expreso casi sin pensar, el hombre. Donde el Che nació…

 

Les explicó para que no juzgaran de antemano, que el hombre era profesor de matemáticas y había estado muchos años en prisión por haber peleado contra los colonialistas franceses y españoles en las guerras del Riff. Como es de suponer para cualquier docente, que lo sea por vocación, los jóvenes están abiertos a cualquier expectativa y la charla se orientó, casi sin darse cuenta en una anécdota de esa noche. El hotel había organizado un baile de distintos ritmos y todas las parejas que salían a bailar competían. Él con su esposa, sin entender que era un concurso. Salieron a bailar observando que a cada ritmo una voz ordenaba a una pareja abandonar la pista. Al final, con estupor, advirtieron que sólo quedaban ellos y otra pareja. Iban a dirimir con otro ritmo y por suerte, la orquesta tocó Canaro en París. La pareja de alemanes se quedaron parados. El premio fue que esa noche, la cena del hotel con champaña fue gratis.