“Esta obra es un estudio sociológico sobre nosotros mismos”, sostiene Gerardo La Regina, responsable de la última versión de Los compadritos, obra de Roberto “Tito” Cossa estrenada inicialmente en 1985. El director cuenta en la entrevista con Página/12 que ya desde la época del gobierno de Mauricio Macri que quería llevar a escena este “sainete político”, tal como lo definió el propio autor, proyecto que por entonces no pudo concretar por la cantidad de actores y la importante demanda de escenografía y vestuario. Ante la llegada de Javier Milei a la presidencia, La Regina cuenta que a fines del año pasado el mismo Cossa lo animó a comenzar los ensayos considerando que era el momento propicio. La puesta, que puede verse los sábados en el Espacio Experimental Leonidas Barletta (Diagonal Norte 943) se realizó con el apoyo del Teatro Nacional Cervantes, que aportó el vestuario y la utilería de la versión que Rubens Correa había estrenado en 2006 en Mendoza, mediante el Plan Federal. El elenco está integrado por Matias Alarcon, Samanta Clachcovsky, Jose Manuel Espeche, Déborah Fideleff, Jorge García Marino, Gustavo Rey y Alexei Samek.

Cossa ubica el inicio de la acción a fines de 1939 cuando llega a un recreo de las costas de Quilmes un náufrago del Graf Von Spee, acorazado nazi que efectivamente fue torpedeado por cruceros ingleses frente a Montevideo. El autor se basó en este hecho ocurrido a comienzos de la Segunda Guerra para desarrollar los vaivenes del grotesco pacto económico entre Carmelo, el dueño de un modesto local de comidas rápidas y Steiner, un oficial alemán que busca implantar el nazismo en el país. Al emprendimiento se suman un hombre de averías y un intelectual que cambian sus posiciones ideológicas según su conveniencia. Del mismo modo se metamorfosea el aspecto del local que pasa de cervecería alemana a parrilla, depósito de chatarra y bar americano.

“Gerardo, cuidame el texto”, cuenta el director que Cossa le pedía en sus charlas telefónicas durante los meses de ensayos. “Una lástima que Tito no haya podido ver la puesta”, se lamenta La Regina, fan del autor de la Nona: “Tenemos muchos autores muy buenos pero Discépolo y Cossa nos representan como pocos”, dice para luego elogiar “el poder de crear imágenes y el manejo de la estructura dramática” del autor fallecido el pasado 6 de junio.

-La obra no volvió a montarse, al menos en Buenos Aires…

-Sí, aunque eso no pasó en las provincias. Cuando se estrenó aquí era un momento de mucha esperanza por el florecimiento democrático. Y la obra habla de nuestra falta de identidad.

-¿En qué sentido se plantea esto?

-En el hecho de dar apoyo político sin medir las consecuencias: porque el Proceso no hubiera ocurrido si los militares no hubiesen recibido apoyo. Cossa había escrito esta obra pensando en el pasado, para mostrar algo que no quería que se repitiera. Para él, las funciones del teatro eran divertir y hacer reflexionar.

-¿Qué representan los personajes de Carmelo, el dueño del recreo y el oficial Steiner?

-Carmelo representa al empresario medio argentino, su poca perspectiva y la desesperación por obtener un beneficio urgente. Steiner, el oficial alemán piensa instalar la ideología nazi en el país y eliminar a los otros a través del terror. Carmelo está seguro de que esto le va a producir un beneficio, algo que finalmente no ocurre. Esto nos pone a pensar en todos aquellos que hoy creen que van a beneficiarse con la implantación del libre mercado.

-¿Y en el caso del profesor Giménez Bazán?

-Él representa a los intelectuales orgánicos que montan relatos que luego pasan de moda. Son los que se suman al apoyo de una causa que, ante su fracaso, se desentienden y no se hacen responsables de los aportes que hicieron.

-Finalmente, con el Morocho Aldao, la causa suma a un compadrito…

-Él representa la indiferencia social y la indiferencia en la política. Lo único a lo que aspira el compadrito es a tener un kiosko, algo como para zafar. Y un país en serio es el que le da importancia a emprendimientos que tengan futuro y a temas como la educación, la ciencia y la cultura.

Un país cíclico

Decía Tito Cossa en marzo de 1985 en referencia a las ideas que están implícitas en su obra Los compadritos, estrenada bajo la dirección de Villanueva Cosse y Roberto Castro: “Este es un país netamente cíclico. Yo percibo que nadie hoy podría apostar a la seguridad de que se mantenga esta democracia. Se podrá apostar al deseo de que siga pero no a la seguridad. En la medida en que no se democratice la economía, creo que seguiremos inseguros al acecho de cualquier aventura derechista, aunque ésta se revista de populismo. Hace un tiempo dije que los argentinos son compadritos. Y Los compadritos es esto, una mentalidad autoritaria, individualista, aferrada al pasado, con el culto a la valentía al servicio de cualquiera, mitológica, conservadora”.

*Los compadritos, en el Espacio Experimental Leonidas Barletta (Diagonal Norte 943) los sábados a las 20 hs.