En uno de sus últimos discursos el Presidente Javier Milei habló ante la Unión Industrial Argentina. Basó su mensaje en la intención de desmentir lo que a su juicio son dos mitos: a) la supuesta incompatibilidad del desarrollo industrial con los sectores primarios; b) que la libertad económica es perniciosa para el desarrollo industrial.

En Psicología Clínica se habla del Síndrome de Pinocho, conocido como “la mentira patológica”. Es una pulsión casi incontenible a mentir consuetudinariamente. Nietzsche decía: “No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no puedo creerte”.

¿Le creerá la UIA a Milei de ahora en adelante?

Sus afirmaciones no se condicen con la historia, y menos aún con la realidad, sobre todo en economía internacional. Milei pretende negar la historia económica a nivel mundial, desconociendo que los países centrales, para serlo, debieron superar su etapa de economías primarias para dar el salto a la industria. 

Como señalan Cameron y Neal en “Historia Económica Mundial: Desde el paleolítico al presente” (2014) la agricultura era la principal ocupación de las sociedades hace miles de años. Hoy solo es la actividad principal de los países de rentas bajas. Friedrich List (1789-1846) había argumentado en su obra maestra “El Sistema Nacional de la Economía Política”, que la promoción de la industria es el principal camino hacia la prosperidad de los países. De hecho pone a Inglaterra como un ejemplo a seguir diciendo que el celoso proteccionismo iniciado hacia el siglo XIV, profundizado con los monarcas de la dinastía Tudor, logró consolidar la llamada “industria naciente”. Para ello los británicos debían confrontar con el desarrollo textil de los Países Bajos, potencia hegemónica de la época. Pero también la economía inglesa tenía, según el pensamiento de David Ricardo, una traba para su desarrollo: el alto valor de la comida, impuesto por los terratenientes. Esta traba debilitaba a la burguesía manufacturera inglesa. Para ello abonó junto a varios otros pensadores la derogación de la Ley de Granos, que impedía el ingreso de granos mas baratos. Con el grano a otro valor, la burguesía reducía costos y podría, según el pensamiento de Ricardo, profundizar la inversión y ganar en productividad. Mucho antes de la derogación de la Ley de Granos en 1846, Robert Walpole, primer ministro británico entre 1714 - 1727, decía:  “Es evidente que nada contribuye tanto al bienestar público como la exportación de bienes manufacturados y la importación de materias primas extranjeras”.

Volviendo a List, éste sostiene que el libre comercio beneficia a los exportadores agrícolas pero se hace en detrimento de sus fabricantes nacionales. Por ello List reconoce como “un ardid muy inteligente" que una vez alcanzada la cumbre de la grandeza se retire  "la escalera por la que se ha trepado para impedir a otros subir a ella”. 

En el caso argentino es absolutamente falso argumentar que el sector primario fue “diezmado” por el sector industrial, como también que el mayor desarrollo industrial se consiguió en la época de oro del modelo agro-exportador (1890-1914), proceso que se habría interrumpido según los ultraliberales con el surgimiento del peronismo. Sin lugar a dudas el mayor crecimiento industrial argentino se dio entre 1940-1975, declinando abruptamente a partir del 24 de marzo de 1976. Sería conveniente que alguien le acerque a Milei la Tesis de Miguel Cané “Protección a la Industria”. El autor de Juvenilia y polémico impulsor de la Ley de Residencia en 1902 expresa en 1878:  “Inglaterra no debía su grandeza a las proezas militares sino al desenvolvimiento progresivo e irreversible de su industria”.

Vayamos ahora a confrontar con las bondades del “libre comercio” que agita Milei. Las potencias capitalistas hegemónicas, ya fuese Inglaterra y luego de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos, nunca practicaron el libre comercio en forma absoluta. En el caso de Inglaterra, en su disputa con los Países Bajos llegó a prohibir la salida de trabajadores ingleses portadores de mano de obra calificada, para que no fortalecieran industrias extranjeras. También aranceló importaciones hasta prohibir algunas de ellas. Probablemente la síntesis más concreta de la posición de Estados Unidos al respecto es la frase de Ulysses Grant, Presidente entre 1869 y 1877, “Los ingleses nos dicen que practiquemos el libre comercio. Por supuesto que lo haremos, solo que 200 años más adelante, cuando seamos ricos”.

Axel Kicillof suele decir que "no hay nación sin industria". Lo cierto es que el proteccionismo y las políticas industriales de fomento y subsidio a la industria son, hoy, el núcleo clave para comprender la economía mundial. Decir que la mejor política industrial es no tener política industrial, como argumenta Milei, y reducir la economía al aspecto fiscal, es una burrada del amigo de Shrek.

Más allá del síndrome que lleva su nombre, de Pinocho conocemos la versión edulcorada de Disney, que la presentó hacia 1940. Sin embargo el libro original dista, y mucho, de tal versión. “Las aventuras de Pinocho” fue escrita en 1883 por el italiano Carlo Collodi. La obra es una crítica social de la Italia de esa época. La mayoría de los campesinos vivía en la extrema pobreza, con una industrialización incipiente y sólo concentrada en el norte del país. En un pasaje del libro, Geppetto, el creador de Pinocho, un anciano pobre, debe vender su ropa de abrigo para comprarle libros a Pinocho. En un párrafo de la obra encontramos este dialogo:

“—¿Cómo se llama tu padre?

—Geppetto.

—¿Y qué hace para ganarse la vida?

—Ser pobre.

—¿Y gana mucho?

—Gana lo suficiente para no tener nunca un centavo en el bolsillo.”