La proporción de los argentinos que hoy bendicen al gobierno de la ultraderecha o siquiera la de aquellos que todavía apuestan a que por este camino las cosas van a mejorar es incierta, salvo que se crea que las encuestas son definitivamente la verdad.
Pero una cosa no deja dudas: vivimos en un presente explosivo producto de una fuerza política nueva pero muy sostenida por el poder corporativo que no da tregua en su ataque relámpago a todas las instituciones que sostuvieron el edificio de una Argentina relativamente igualitaria.
La razón misma tiembla ante semejante bombardeo, y la pasividad con la cual el peronismo y otros sectores asisten al desmantelamiento no hacen más que reforzar un sentimiento colectivo de resignación.
Gente que conozco que le ha puesto el cuerpo una y otra vez a luchas igualitarias luce hoy convencida de que la actual pasividad ante los ataques es prácticamente irreversible, y citan como ejemplo los cambios supuestamente definitorios como el peso de las redes “desmovilizantes” en las nuevas camadas de jóvenes, que, por otra parte, han desarrollado una fobia al Estado, porque vivieron la cuarentena de 2020 como una opresión, porque están precarizados, y porque entienden que es un mundo del sálvese quien pueda donde impera la ley de la selva.
La derrota del peronismo, que decepcionó tanto en su versión 2019-2023, el dato del apoyo colectivo a una derecha brutal, el modo en que Milei se expone ante el Congreso y es golpeado una y otra vez pero vuelve a la carga y arrastra a la oposición dialoguista, y la misma pasividad de tantos actores políticos influyen sobre el ánimo de muchos en el campo nacional y popular.
Y golpean tanto que ven como inexorable una continuidad y consolidación de las derechas. No importa que apenas cursamos nueve meses del gobierno de la motosierra, que es muy poco tiempo, ni que Macri, con estas mísmas políticas, se despidió de su reelección.
Tampoco conmueve al pesimismo ambiente el hecho de que esta fuerza improvisada ya luce colgada de su última esperanza, un retorno de Trump que auxilie con dólares frescos. Ni siquiera ilusiona a los nuestros la rica tradición de luchas y conquistas del campo popular.
Estamos abrumados.
Y no es fácil argumentar impugnando ese sentimiento de que el futuro es una prolongación del negativo presente.
Recuerdo que a mediados de los 90, cuando el menemismo abrazado a Alvaro Alsogaray entró en una orgía de endeudamiento, privatizaciones y trágico alineamiento con Washington, y consiguió su reelección, nos autofragelábamos. Nos decíamos que “no fuimos capaces de verla”, que no entendimos los cambios “irreversibles” en la sociedad argentina entre los cuales la clase obrera industrial ya no lideraba el mundo de los trabajadores, ganados ahora por los sectores de servicios, y el individualismo que brotaba aquí y allá.
Nuestro pecado había sido no comprender a tiempo los cambios irreversibles.
Lo cierto es que nadie apeló a esos mismos argumentos unos años después, cuando, salidos de la crisis terminal de De la Rúa, una nueva fuerza política recuperaba las banderas tradicionales de independencia económica, soberanía política y justicia social, y conseguía la mayor continuidad del progresismo en el poder: 12 años.
¿No eran irreversibles, entonces, los cambios de los '90?
No lo fueron. No, al menos, al punto de cerrar todas las puertas al ascenso del campo popular ni habían sepultado ideales que están –no se evaporaron- en el espíritu de esta sociedad.
¿Se deduce de esto que habrá que bancarse otra década neomenemista antes de que alumbre una respuesta nacional y popular?
Obviamente, no pienso la historia como un ciclo repetitivo de eterno retorno.
Y no es fácil comparar dos décadas tan distantes -¡median treinta años entre una y otra! -. Pero no es más lúcido absolutizar el presente suponiendo que la escasa movilización de la sociedad dormirá eternamente el sueño de los justos porque la fuerza con la cual ataca el poder concentrado y sus expresiones políticas resulta aplastante y porque lo que sucede cada día supera las peores pesadillas.
A lo mejor, los triunfos de estos días del peronismo de centroizquierda en la universidad ofrezcan una pequeña señal, quién lo sabe cuando es tan difícil estar en la foto y vislumbrar la película entera.
Después de todo, el filósofo William James reconoció que la historia es una fuente de infinitas novedades.