A comienzos de la década del ochenta, la televisión argentina transmitió diariamente una miniserie extranjera de veintiséis capítulos basada en sendas novelas cumbres del escritor estadounidense Mark Twain: “Las aventuras de Tom Sawyer” (1876) y “Aventuras de Huckleberry Finn (1885). Se trataba de “Huckleberry Finn and his Friends” (1979), una coproducción alemana -canadiense protagonizada por un actor adolescente de cabellos dorados, mirada traviesa, labios carnosos y sonrisa encantadora llamado Ian Tracey.
En el capítulo seis de la ficción televisiva, Huck Finn (Tracey), Tom Sawyer y otro amigo casual se desvestían y se bañaban completamente desnudos en el río Misisipi. La cámara aprovechaba el momento para recrearse en la sensualidad de los cuerpos juveniles, en los hombros y los torsos marcados que presagiaban potentes músculos y, sobre todo, en las redondeadas y bien moldeadas nalgas de Huck. Tras un rato de divertido chapoteo, finalmente, los tres muchachos salían de las aguas para dejar una vez más al descubierto sus carnes deleitosas en la orilla de la playa.
La inocencia bucólica del pasaje no lograba ocultar su intensa voluptuosidad. De hecho, las escenas televisivas guardaban cierta semejanza con toda una tradición fundante del homoerotismo: la de los efebos fotografiados por Wilhem von Gloeden en Taormina, o, la de los jóvenes de la serie “Swimming” de la lente de Thomas Eakins.
Por muchos años no volví a pensar en la serie, ni en ese capítulo. “Huckleberry Finn and his Friends” no volvió a ser emitida nunca más por la televisión abierta local. Sin embargo, evidentemente, las imágenes completamente inéditas para el mundo ultramontano, censurador y tan poco sensual legado por la dictadura militar, se quedaron fijadas en mi retina y en algún escondrijo reticente de mi memoria. Ahora que evoco esas imágenes largamente reprimidas las asocio al despertar de mi sexualidad, a los primeros deseos de la pubertad, al descubrimiento de la concupiscencia de los cuerpos de los varones.
El universo del artista visual Fabro Tranchida (1987) tiene el poder mágico de transportarme a esos recuerdos. Sus acuarelas y sus acrílicos sobre telas -que evocan cierta estética de los amantes de los dibujos eróticos de Jean Cocteau- representan muchachos libres y rebeldes a lo Tom Sawyer o a lo Huck Finn, pero extrapolados a los contextos contemporáneos, desiguales y neocapitalistas de los albores del siglo XXI.
En efecto, las creaciones de Tranchida están pobladas de chongos de barrio que parecen preferir mil veces vivir a su aire, jugar a la Playstation, vagabundear por calles urbanas o periféricas, pasear sobre sus skates, mirar un partido de fútbol y/o, birra de por medio, charlar por incontables horas sobre proyectos descabellados. Todo eso antes que someterse a la disciplina de la civilización o a las rigideces de la vida adulta. En la vagancia y el ocio reside la fuerza de la potencia juvenil. Por ello, frecuentemente, los ideales masculinos adolescentes producto de la imaginación de Fabro padecen del síndrome de Peter Pan: el prototipo del mancebo que no quiere crecer, que se resiste a madurar.
A su vez, en sus diversas series de dibujos, instalaciones, performances y montajes fotográficos -solo o junto a Dante Litvaj con quien fundó el dúo "Los picoletos"- Fabro logra captar la ternura y las fragilidades que frecuentemente se esconden tras ciertas rudezas masculinas. Así logra narrar con virtuosismo una épica de la adolescencia que da cuenta de las infinitas potencialidades de la juventud. Para el artista, la juventud es la edad de la exploración, el momento en que la vida se despliega a múltiples horizontes, se abre a diversas experiencias de todo tipo, también eróticas.
Pero no se trata de cualquier juventud: se trata de muchachos de los barrios de la periferia y de la marginalidad (ya sea de su natal Mataderos o aquellas duras bellezas que ocultan ciudades como Madrid o Bilbao donde supo vivir). Son jóvenes con reminiscencias de los "ragazzi de vita" (“muchachos de la calle”) que ensalzó Pier Paolo Pasolini o que, en el ámbito local, supieron celebrar poetas como Néstor Perlongher, Miguel Ángel Lenz, Alejandro Urdapilleta y Ioshua.
Arqueología del efebo
Reconocida y premiada a escala global, la obra de Fabro se despliega a lo largo de más de un cuarto de siglo y encuentra su cénit en Europa en performances que confluyen en la espectacular “Tango, locura y amor” (2024) desarrollada junto a la cantante, bailarina y activista trans Topacio Fresh en el prestigioso museo Guggenheim de Bilbao y que dieron lugar a la serie de dibujos “El Narciso de Mataderos”.
En este espectáculo, con el fondo musical de un tango -o de una canción de "Virusf-, en vivo Fabro pinta los rostros de los chicos con los que vivió alguna historia de amor sobre sus skates gastados. Así los colores y las formas de los rostros de sus viejos amantes en las tablas destrozadas, en conjunción cona la música y la acción artística crean una atmósfera de remembranza, nostalgia y melancolía que evocan a Buenos Aires, al popular barrio de Mataderos y a los fantasmas de los jóvenes que pasan.
En el conjunto de la obra de Tranchida hay una búsqueda incesante que se erige en arqueología o genealogía de los muchachos. Ello lo lleva a transitar por caminos alternativos de la cultura pop, el mainstream, los mundos de Star Wars o de los superhéroes de Marvel y dan lugar a adolescentes que buscan sus ideales en Anakin o Luke Skywalker y se plasman en púberes ambiguos y andróginos o en subversivos maricas con sensibilidades a flor de piel.
Luchas de sexo y clase social: un arte interseccional
La reivindicación artística de Tranchida es eminentemente interseccional y, como tal, auna diferentes luchas sociales. Hay, por un lado, una mirada homoérotica que vindica deseos pansexuales, identidades disidentes y amistades masculinas profundas (que van desde Huck Finn y Tom Sawyer, pasando por los amigos inseparables de la cinematografía de Leonardo Favio, hasta don Segundo Sombra y el mancebo Fabio Cáceres de la novela de Ricardo Güiraldes, entre otros).
En ese sentido, sus pinturas transmiten una intensidad sensual hacia los varones y un acercamiento afectivo hacia el mundo queer. En ocasiones, esas amistades particulares no se concretan en el plano físico y deja flotando en las pinturas nimbes de una tristeza que, como el amor, no osan decir su nombre. En todo caso, Fabro construye un universo masculino de afectividades diversas que se contraponen a las masculinidades hegemónicas, patriarcales y heteronormativas.
Por otro lado, hay en Tranchida una mirada de clase que encumbra el mundo de los sectores populares, del proletario o del lumpenproletariado. A un sistema neocapitalista que reclama eficiencia, productividad y exige individuos empoderados, Fabro le opone jóvenes improductivos, inseguros, vulnerables y profundamente heridos, que precisamente en sus vagabundeos, dolores y fragilidades guardan el germen de la futura rebelión redentora. Trabajen o no, estos efebos pertenecen a esa clase oprimida que, en términos de Marx no tiene nada que perder salvó sus cadenas y que, en cambio, tiene un mundo para ganar.
La revindicación clasista y erótica llega al punto de que, estos jóvenes melancólicos que viven en las villas miserias, secularmente relegados de las políticas sociales de Estado, y cuyas existencias están marcadas por la opresión, la injusticias y las violencias de todo tipo -hoy aún más frente al arribo de un mandatario que hace de la crueldad un estandarte- son concebidos por Tranchida como mártires y santos contemporáneos y conforman auténticas “Hagiografías de barrio” .
Por ello, no es casual que los referentes de Fabro vayan desde el Pasolini de “Accatone” (1964) o “Teorema” (1968) hasta el cine de Leonardo Favio o la pintura social de Antonio Berni. Con respecto a Berni, puede decirse sin exagerar que, en su serie de pibes cartoneros dibujados sobre papel y cartón titulado “Los Juanitos. ¿De qué vamos a comer?” (2024), Tranchida nos ofrece la versión queer, pansexual y homoerótica de Juanito Laguna.
Por otra parte, en "Rasponazos de la periferia” construye una serie en conjunto que combina pintura y fotografía analógica. Mientras Eneko Caos trabaja con la fotografía analógica investigando a la juventud bilbaína en el contexto urbano, Fabro Tranchida analiza a las distintas juventudes periféricas, de Buenos Aires a Bilbao, a través del dibujo y la pintura.
En definitiva, parafraseando lo que Foucault dice respecto de Pasolini, Fabro Tranchida persigue lo que deviene, en su obra, en la gran saga de los jóvenes. De esos jóvenes que no son para nada "adolescentes para psicólogos", sino las formas actuales de una juventud que las sociedades modernas no han podido integrar, a las que han temido o rechazado, que nunca han llegado a someter, salvo haciéndola matar, de vez en cuando, en represiones policiales, en crímenes de odio, en terrorismos de Estado o en la guerra.
La tercera muestra de “Erotique Pink Ar: Resistencia sensible, escenas del deseo y del amor”, que se desarrolla el próximo jueves en Palermo constituye una oportunidad privilegiada para conocer parte de la obra del artista orgullosamente gay y argentino en diálogo con obras de sus colegas Sol Marinozzi y Alejo Dillor.
Erotique Pink Art: Resistencia sensible, escenas del deseo y del amor. Muestra de dibujo y fotográfica con la presencia de los artistas Fabro Tranchida, Sol Marinozzi y Alejo Dilllor. Jueves 19 de septiembre. 19 hs. Nicaragua 5539, Palermo