Los avances en el campo de la antropología forense fueron un recurso clave a la hora de esclarecer los crímenes de lesa humanidad y suelen aplicarse en procesos de búsqueda e identificación de las víctimas. Ese tipo de procedimientos puso en práctica el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) durante los juicios a los genocidas de la última dictadura cívico-militar y la restitución de identidades impulsada por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. En 1985, sin embargo, hubo un episodio peculiar porque esos avances fueron utilizados para identificar los presuntos restos de un victimario: nada menos que los del criminal nazi Josef Mengele, por entonces el más buscado. Este recorrido sigue Tras las huellas de Mengele, documental dirigido por Alejandro Venturini y Tomás de Leone que se estrena este jueves 19 en el Gaumont.

Los directores estaban trabajando en otro documental y un día se toparon con el dato de que los supuestos restos de Mengele habían aparecido a mediados de los '80 en un cementerio cerca de São Paulo. "El caso había tenido una repercusión internacional enorme en la época. Tomás comenzó a profundizar en la investigación y armó un primer boceto de guión, que luego fuimos trabajando en conjunto –recuerda Venturini–. Al investigar más sobre el caso, encontramos una conexión muy fuerte con la Argentina porque, más allá del dato conocido del paso de Mengele por nuestro país, cuando se realizó el análisis forense de los restos para identificar si era su cuerpo o no, algunos de los peritos que participaron de la investigación (como Clyde Snow y Eric Stover) fueron piezas claves en el armado y capacitación del EAAF, que en ese entonces comenzaba a trabajar con las víctimas de los crímenes de lesa humanidad en nuestro país".

Diego Fernández Romeral, coguionista del film y periodista de Página/12, dice que "el origen de la historia era muy atractivo porque, en el momento en que se descubrieron estos restos, la comunidad internacional se partió". Los juicios de Nüremberg eran bastante recientes aún y había muchos criminales de guerra prófugos, entonces "esos restos podían convertirse en la estrategia perfecta para que un criminal pudiera desaparecer por completo del mundo al darlo por muerto". La primera reacción de la comunidad judía internacional representada por Simon Wiesenthal fue poner en duda el relato. "Ellos estaban convencidos de que esos no eran los restos de Mengele", por lo tanto, "en esos huesos se escondía mucho más que una identidad". 

El guionista define el documental como un "thriller científico" y dice que una de las principales dificultades era convertir la ciencia en relato. "El desafío era transformar un hecho científico en una historia atrapante, con gancho. Acá hay elementos que no son muy fáciles de manipular en términos narrativos, cuestiones muy específicas como los procedimientos de peritaje para comparar cráneos, mandíbulas, dientes". Durante la fase de escritura hubo un trabajo de traducción muy fino; los realizadores se valieron de metáforas, imágenes y recursos visuales para poder llevar esos conceptos científicos al plano narrativo.

En la película aparecen imágenes de archivo que documentan cómo fue el proceso de exhumación a cargo de los peritos brasileños, el rol de la prensa, los posicionamientos de la comunidad científica internacional y las dudas de la ciudadanía: casi nadie creía que fuese Mengele porque las circunstancias en las que habían hallado sus restos eran extrañas. El periodista Felipe Celesia es quien guía el recorrido por los lugares donde estuvo el nazi pero también hay testimonios de médicos y antropólogos forenses, historiadores, periodistas, vecinos y el de Lea Zajac de Novera, sobreviviente de Auschwitz a quien el propio Mengele seleccionó para hacer experimentos. Quizá la suya sea la voz más sensible y relevante para develar el horror que se escondía detrás de aquel médico que utilizaba sus conocimientos al servicio de la muerte. Para De Leone, el film se caracteriza por ese cruce entre el abordaje científico y la dimensión humana.

Fue importante contar con el testimonio de una fuente directa para incorporar esa dimensión. Romeral sostiene que el relato de Lea tiene "una potencia desgarradora porque ella, que en ese momento era una nena, recuerda los ojos, los dientes, las botas relucientes, el traje, el momento en el que le toca la mano con 'esos dedos de araña venenosa'. Muchas veces se dice que la información es enemiga del documental porque los datos tienden a enfriar. A diferencia de la gráfica, el audiovisual no tiene ese tiempo para la reflexión que da la lectura. Todo pasa en tiempo real y no podés dejar al espectador olvidado".

Para narrar la epopeya científica hablaron con varios de los protagonistas: Eric Stover y Lowell Levine, médicos forenses de Estados Unidos que participaron de los peritajes; Lea, a quien identifican como "el corazón del relato"; y también Daniel Corach, una eminencia en el campo de la genética que fue consultado sobre las capacidades de Mengele como investigador. "Él desmintió el mito del científico malo que produce saber; nos dijo que no había producido ni un solo paper de relativo interés para la ciencia más allá de su crueldad y su sadismo", apunta De Leone.

El documental reflexiona también sobre la ética: Mengele experimentaba con seres humanos de un modo sádico, pero mientras vivía en Brasil sus vecinos lo definían como "un hombre tranquilo y reservado", ni siquiera imaginaban que vivían al lado de un monstruo. Los directores explican que la idea era poder revelar la pseudociencia de sus experimentos sádicos y perversos, pero también poner en valor a este grupo de científicos de todo el mundo que se reúne para desentrañar el enigma. "Ellos son un ejemplo de colaboración, de espíritu científico y de trabajo por un bien común buscando la verdad sobre algo que entendían que estaba por encima de ellos, y que requería de toda su experiencia y su ética profesional. Son dos formas totalmente distintas de praxis, distintas formas de posicionarse en el mundo".