El ranking de competitividad elaborado por el World Economic Forum (WEF) goza de amplia cobertura mediática. Define a la competitividad como “el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad del país”. El término se puso de moda a mediados de la década del ochenta. El Oficial de Asuntos Económicos de la CEPAL, Luis Mauricio Cuervo, explica en El desarrollo leído en clave de planificación: piezas para la reinvención del concepto que “en el último cuarto del siglo XX suceden cambios económicos y políticos mayores que cambian el curso del pensamiento universal acerca del desarrollo. Éste, como concepto, cae en desuso y tiende a ser reemplazado por una visión con marcados énfasis en lo económico y el crecimiento como principal preocupación. El concepto de la competitividad intenta descifrar las causas y los medios para obtener éxito económico en el contexto de la globalización”. En esa línea, la competitividad comienza a ser leída en clave de capacidad exportadora disociándola de la posible (des)mejora de la calidad de vida de la población.
Un antiguo documento de trabajo del colectivo de Economistas para el Bicentenario explicaba que la verdadera competitividad económica era “la capacidad para incrementar las exportaciones aumentando simultáneamente el nivel de vida de la población. De este modo, la competitividad se asocia con crecientes niveles de vida y no es una mera medida de la capacidad del país para vender en el exterior. Para obtener una medida de la evolución de la competitividad genuina, es necesario construir otro índice que incorpore aquellas dimensiones que dan cuenta de la capacidad de los países de incrementar sostenidamente la inclusión social. Dichas dimensiones son: i) crecimiento económico, ii) inversión, iii) industrialización y cambio en el patrón de inserción internacional, iv) inclusión social y v) políticas públicas”.
Nada de eso está previsto en el ranking de la WEF que, en la etapa kirchnerista, mantuvo a la Argentina en el fondo de la tabla por detrás de la mayoría de las naciones latinoamericanas. Esa posición tan rezagada era explicada por el desfavorable “clima de negocios”. De acuerdo con esa visión, las políticas intervencionistas ahuyentaban a los capitales extranjeros. La calificación argentina era peor que la de países como Guatemala, Nicaragua y El Salvador.
La Argentina retornó al top 100 de países más competitivos bajo la presidencia de Mauricio Macri. La nueva edición del Global Competiveness Report es liderado por Suiza, seguido por Estados Unidos, Singapur, Holanda y Alemania. La Argentina aparece en el puesto 92 escalando doce lugares respecto de la medición anterior. La fuente de información cualitativa proviene de la Encuesta de Opinión a Ejecutivos, que es realizada a 13.500 empresarios por la IAE Business School de la Universidad de Austral.
La Encuesta releva la percepción empresaria referida a un conjunto de factores (corrupción, eficiencia gubernamental, favoritismo de grupo o empresas, instituciones, infraestructura, macroeconomía, eficiencia en el mercado de bienes y trabajo, desarrollo del sector financiero, entre otras cuestiones). Los encuestados asignan una puntuación de uno (1) a siete (7) para cada ítem evaluado.
Los números del comercio exterior argentino marchan a contramano de la supuesta mejora de competitividad reflejada en el ranking de la WEF. En efecto, los datos del Indec muestran un progresivo deterioro de la balanza comercial (estancamiento de las exportaciones, fuerte crecimiento de las importaciones). Lo único que podría explicar esa escalada en el ranking es una cuestión ideológica. Mauricio Macri, como Menem, es rubio y de ojos celestes.
@diegorubinzal