“¿Y qué más? ¿Qué más te faltaría?”, pregunta Facundo Radice en el tema que abre Cuarto oscuro, y la inquietud gana múltiples aristas cuando se advierte que el cuarto disco de la Orquesta Típica La Vidú será también el último de la agrupación oriunda de Florencio Varela, después de casi veinte años de trabajo continuo bajo la dirección de Gabriel Bartolomei y de haberse convertido en referencia obligada del tango de este siglo, especialmente de las vertientes con una vocación más rockera.

Cuarto oscuro sintetiza muchos de los rasgos característicos de La Vidú, una de las orquestas “rockeras” del tango, claramente influenciada por la Fernández Fierro, pero una de las que mejor pudo construir un sonido propio. Para ello apeló a unos riffs gancheros, letras que abrían oportunidades de sentido, un mayor rol protagónico entregado a los violines y la voz de Radice, distintiva en el panorama local, con un timbre que se podía acercar a sus temas tanto desde el tango más tradicional como desde el rock barrial. 

La Vidú completaba su universo de texturas con una guitarra que suena por atrás, asistiendo a los armónicos de las cuerdas, y los marcados silencios y notas suspendidas con los que cimentaba la construcción de sus climas.

“Viejo Capitán” –compuesto a dos manos por el director de la orquesta junto a Horacio Fontova- sintetiza las características poéticas de la agrupación. En los papeles, un simple homenaje al icónico alfajor quilmeño Capitán del Espacio. Conurbanenses al fin, ese tango conjuga una identidad medular con otra forma de decir cosas propias.

“No sé cómo pudiste ver un sueño escondido en el alma”, plantea la voz de Dolores Solá –una de las figuras invitadas al disco-, en un tema (“El arte de lo espiritual”) que en definitiva se puede leer como el alegato de una vida intensa (acaso demasiado, un “amor como dagas”, diría el mismo tango) puesta al servicio del tango de hoy. El disco completa su serie de invitados con Patricia “Piojo” Zappia, Bárbara Aguirre, y el Pitu Frontera.

El único rasgo histórico de la orquesta varelense que está ausente en este postrer lanzamiento son las versiones de clásicos del rock nacional (en discos anteriores había versiones de íconos ricoteros y hasta de Hermética). Quizás este disco no lo necesita. En las casi dos décadas de trayectoria ya la orquesta había dejado bien claro su linaje y su voz, fruto también de una enorme cantidad de composiciones nuevas y potentes que aportó al género. Pero la falta de versiones no implica ausencia: el espíritu ricotero de sus letras, que alterna entre la angustia existencial y cierto irreductible optimismo comunitario, sigue presente. Y aunque los escenarios no los reúnan más, los discos seguirán ahí, remando la historia.