“Soy profe de música, los chicos vienen corriendo a abrazarme, pero levanto los brazos así no me tocan.”
“Una nena en proceso de adaptación lloraba desconsoladamente, pero en mi jardín tengo prohibido abrazarlos, me sentía muy mal, como un robot.”
“Un nene de mi sala se descompuso, tuvo que esperar fuera de la sala, sucio, hasta que lo vinieran a buscar.”
“Por suerte, una nena me pidió hacer caca justo antes de la salida y le pedí a la mamá que pasara a higienizarla, no sé qué hubiera hecho, porque no sabe limpiarse sola.”
Testimonios como éstos se replican cada día en los jardines de infantes y se van naturalizando, como si fuera “normal”. Pero, ¿qué tiene de “normal” que no se toque, no se abrace, no se higienice a los niños y niñas?
Sin darnos cuenta, estamos construyendo una manera de vincularnos que necesitamos con urgencia revisar dado que impacta, y mucho, en los cuerpos de las infancias. Y en los de la docencia, también.
No es lo mismo ofrecer hacer upa, abrazar, cambiar los pañales pidiendo permiso o anticipando lo que se va a hacer, dado que en los jardines, de la mano de la Educación Sexual Integral se trabaja la idea de consentimiento, de poder decidir sobre sus propios cuerpos desde muy pequeños, que negarles esa ayuda. Rechazar las expresiones de afecto por miedo, cuando, además, la solicitan y la necesitan deja sus huellas. No es inocuo.
¿Qué persona adulta no guarda en su baúl de recuerdos infantiles el gesto amoroso de una docente, que brindándole consuelo, la abrazó para poder llorar tranquila, o le ofreció ayuda para higienizarla si se hizo pis o caca, avergonzada por lo que le había pasado? ¿Qué marcas estamos generando nosotros? ¿Qué recuerdos tendrán nuestras infancias?
De todos modos, sería sumamente injusto juzgar esta retirada del afecto de los y las docentes sin considerar las causas que lo generan.
El miedo, el temor, la desconfianza son sentires que hoy inundan a las instituciones frente a la preocupante lluvia de denuncias inverosímiles, infundadas e injustas hacia los docentes varones, pero no solamente, también se fue involucrando a maestras.
Es muy preocupante la indefensión de docentes que se ven golpeados, insultados, escrachados, lastimados. A quienes se les queman las casas, se agrede a sus familias e hijos y se los considera culpables desde el inicio, aún sin pruebas fácticas que lo confirman. Aun siendo las escuelas los lugares centrales en los que se defienden y cuidan los derechos de las infancias.
En un contexto en el que se ataca, denigra y desfinancia a la ESI es importante saber que es la herramienta central con la que cuentan las instituciones para la detección y prevención del abuso sexual infantil. UNICEF afirma: Desde su sanción en 2006, el 80 por ciento de niñas, niños y adolescentes que fueron víctimas o fueron testigos de abuso, pudieron reconocerlo gracias a las herramientas que les brindó su implementación en las escuelas. Por otra parte, el mayor porcentaje de esos abusos se da en el ámbito intrafamiliar.
La ESI colabora en esta prevención y detección porque desde su marco se enseña a las infancias que tienen derechos desde que nacen, que son dueños de ese cuerpo y son quienes deciden quiénes pueden tocarlo y quiénes no. Que nadie puede pegarles ni hacerles daño. Por lo tanto dejan de naturalizar el maltrato. Se les enseña que todos los cuerpos son valiosos, que ninguno vale más que otro ni puede ser lastimado por ningún motivo, dado que todos merecen respeto. Se les enseña a poner en palabras lo que no les gusta y a diferenciar secretos que se pueden contar o no, así como confiar en sus percepciones y poder pedir ayuda, entre muchos otros contenidos.
Y entonces, ¿a qué se debe este fenómeno de las denuncias a docentes que continúa en aumento?
Es importante reconocer que en esta problemática tan compleja intervienen variables que exceden a la escuela, como la desconfianza preexistente e imperante en los vínculos, el discurso del odio reinante y la desvalorización hacia la escuela, especialmente, hacia la escuela pública, de algunos sectores ligados al poder.
A esto se suma la visibilidad que adquirió, gracias a la ESI el flagelo terrible del abuso. Esto ha llevado, en algunas situaciones, a banalizarlo y considerar que todo es abuso, hasta el abrazo de un niño hacia otro, patologizando así la sexualidad infantil desde una mirada adultocéntrica.
También impacta la espectacularización de estas supuestas denuncias en los medios generando pánico y paranoia en las familias, lo cual incide en el modo en que se interroga a los niños en el marco familiar.
Este aspecto es central, porque tomadas por la angustia comprensible y genuina, las familias, sin tener registro, co-construyen un relato en el que se va descartando todo lo que contradiga la hipótesis del abuso y se da por confirmado cualquier gesto que a veces los hijos realizan al ver a su familia asustada. Esa “supuesta” confirmación que puede ser hasta un silencio interpretado como afirmación, pasa al grupo de WhatsApp, ya dando el abuso por confirmado y el pánico se expande, llevando al resto de las familias a realizar los mismos interrogatorios. De allí, directamente se va a los medios que repiten una y otra vez: “20 abusos en un jardín de infantes” y la cadena sigue…
También incide el prejuicio hacia docentes varones, a quienes, por arraigados y estereotipados prejuicios, no se los vincula a un genuino interés por el cuidado y la crianza, como si fuera algo que solo les correspondiera a las mujeres.
Por otra parte, las docentes de nivel inicial son el primer representante y la cara visible del Estado, entidad que muchas veces no da respuesta a necesidades básicas que tiene la población. Son ellas quienes ponen el cuerpo ante cualquier conflicto. Pareciera que la escuela, al ser el lugar privilegiado de la presencia, de la escucha y la contención se convierte en un blanco fácil para depositar enojos, frustraciones o diferentes insatisfacciones de otro orden.
Es importante destacar que las escuelas no defienden pedófilos. Se defiende docentes injustamente acusados de abuso y especialmente se defiende a las infancias para que no sean vulneradas y victimizadas. En muchas situaciones continúan siendo abusadas en el ámbito intrafamiliar, como se ha comprobado después de acusar a un docente, pero esto no sale en los medios, ni tampoco se informa cuando los docentes son absueltos y sobreseídos.
Los docentes no piden estar por fuera de la justicia. Inmediatamente, frente a una acusación, son separados del cargo. Se pide que la justicia sea justa. Pareciera que la palabra justicia no se escribió para ellos.
Algunas sugerencias a tener en consideración:
Es muy importante que las familias conozcan a los docentes, de la sala/ grado y también a los extracurriculares. Que sepan quiénes son, participen de actividades y clases abiertas. Que vuelquen todas las dudas con las maestras o las directoras. Incluso si se incorpora algún profesor en cualquier momento del año, si lo necesitan, pedir conocerlo.
Que las familias puedan recorrer y ver el espacio donde trabajan y en donde se supone que aconteció algún abuso. Los docentes de música o educación física dan su clase, que suele durar alrededor de 20 minutos, en un patio o en una sala vidriada, a la vista de todos y acompañados por la docente. Podrían estar solos, dado que se confía en ellos, pero se hace de esta manera por si algún niño o niña necesita ir al baño.
En ese sentido, es fundamental poder interpelar la creencia de que de un momento a otro, todo el jardín y su personal se transforma en cómplice y encubridor de abusos. Se ha llegado a denunciar a una docente por practicar sexo oral a toda una sala y a todo el jardín como cómplice. Volvamos a poner en el centro la cordura. Volvamos a poner los datos duros sobre la mesa.
Profesionales expertos en el tema sugieren escuchar a los niños y a las niñas sin interrumpirlos, aceptando sus tiempos y su manera de hacerlo y especialmente intentar escuchar sin completar las frases ni rellenar sus silencios, ya que de esa manera se puede distorsionar el recuerdo.
Por eso es imprescindible registrar por escrito exactamente lo que dicen, sin modificar nada y respetando sus propias palabras. Intentar, aunque sea muy difícil, no incluir comentarios ni atosigarlos con preguntas dirigidas. Y si se habla de esto con otras familias, que no escuchen la conversación en la que ya se da por confirmado algo que muy probablemente, no hubiera sucedido o bien, conversaciones en las que se denosta a ese docente, hasta el día anterior, muy querido por ese niño o niña.
Es fundamental acercarse siempre al jardín ante cualquier duda, pero antes del “estallido” y como sugerencia central, es imprescindible armar rondas entre escuelas y familias, poniendo a las infancias, a sus necesidades y derechos en el centro: a un trato digno, a recibir afecto, a higienizarlos, a acompañarlos en sus tiempos en el proceso de control de esfínteres.
Es necesario alojar y compartir el miedo que tienen las familias, de que sus hijos o hijas puedan ser abusados y, a su vez, el temor de los y las docentes de recibir injustamente una acusación de ese tipo.
Rondas en las cuales se pueda hablar de lo que nos pasa. Rondas para compartir fragilidades, ponernos cada parte en el lugar de la otra y establecer acuerdos.
Rondas de ternura, que frente a un contexto de tanta crueldad, devienen imprescindibles. Hoy más que nunca.
*Capacitadora y asesora en espacios educativos y comunitarios en temas referidos a la educación sexual integral y al vínculo familias –escuelas. Ha escrito diversas publicaciones y artículos sobre este tema y los libros “Vaivenes de la ternura. ESI en el nivel inicial. Distancias y cercanías entre familias y escuelas” Colección de 0 a 5 años (2021) y “ESI. Una oportunidad para la ternura” (2018) ambos de Noveduc.